lunes, 20 de abril de 2020

LA MONTAÑA MÁGICA 7

SHOCK PLEURAL
Leyendo como Hans Castorp iba aceptando lo inevitable de su enfermedad, y sus también inevitables consecuencias, a saber, que el joven ingeniero de Hamburgo también estaba afectado de tuberculosis, y que su estancia en el Berghof suizo se iba a prolongar bastante más allá de los tres meses que había previsto como turista visitante de su primo Joachim, concentrado en esa imagen que el narrador sabelotodo ofrecía al lector llena de detalles que, por decirlo así, formaban parte de la nueva cartografía con que Castorp tendría que acostumbrase en su nuevo micro viaje que empezaba por la mañana en la cama y acababa en el mismo sitio quince horas después, no le impidió a Telmo, a su parecer, que su mente se desviara por asociación, como no podía ser de otra manera, a aquella frase que Petrarca leyó por azar, al abrir el libro de las confesiones de san Agustín, nada más llegar a la cima del Mont Ventoux y contemplar la prodigiosa panorámica que desde esa atalaya se le ofrecía a lo ojos y al resto de sus sentidos. Telmo no la recordaba muy bien, así que entró en Google, sin desprenderse del libro de la montaña mágica, como si con ese gesto quisiera dejar patente la vinculación irrepetible de los dos actos, pues así él entendía la acción lectora que los ponía en movimiento y en contacto. Totalmente embelesado el bardo italiano por lo que estaba observando, en la página del libro del filósofo cristiano se podía leer con claridad que los hombres viajan para admirar la altura de los montes, las grandes olas del mar, las anchurosas corrientes de los ríos, la latitud inmensa del océano, el curso de los astros, y se olvidan de lo mucho de admirable que hay en sí mismos. Lo cual sumió a Petrarca en un honda perplejidad hasta entonces para él desconocida, punto de arranque o epifanía de todo lo que escribió a partir de ese momento. El narrador sabelotodo, como ya se ha dicho, decidió resolver esta perplejidad, que igualmente le advino a Hans Castorf al tener que quedarse en la cama por prescripción del gerente del Berghof, es decir, al no poder elegir un horizonte que no fuera mirarse hacia dentro, algo improbable en un ingeniero en ciernes, suspiró Telmo al verbalizarlo para sus adentros, siempre pensando, mas ahora que en la época de Castorp, en retorcer la exterioridad con que se muestra la naturaleza ante sus ojos, aquejados de una incurable miopía o astigmatismo matemáticos (en este asunto no se ponen de acuerdo los expertos en el diagnóstico de lo que unos llaman la mirada atrofiada de los ingenieros y otros la mirada de los ingenieros simplemente). Pero la enfermedad de Hans Castorp, una vez traída a escena por parte del doctor Behrens, ha sido el narrador sabelotodo quien se ha encargado de darle el aliento que le es propio mas allá de lo estrictamente molecular o biológico. Lo primero que hizo el narrador sabelotodo, como ya ha reconocido Telmo, fue poner en el regazo del convaleciente ingeniero los manuales de medicina, anatomía,..., que le oyó mencionar al gerente jefe y que fue con los que Castorp pasó las tres semanas en la cama. Desde esa plataforma, el narrador sabelotodo ofreció a lector Telmo sus mejores dotes de narrador poético clínico. Luego, una vez que Hans Castorp abandonó la cama y, digamos, se convirtió en un enfermo como cualquier otro, el narrador sabelotodo le dio la honrosa misión de visitar a los enfermos terminales, como una manera, así lo dice el propio Castorp, de hacer visible una protesta contra lo que él consideraba un acto de hipocresía y falsedad por parte de la mayoría de los miembros de la comunidad del sanatorio del Berghof, formada, como a estas altura todo lector de la montaña mágica sabe, por los enfermos no moribundos (mas algún turista  visitante de los de allí abajo), los médicos y las enfermeras. De nuevo, las palabras del narrador sabelotodo evitan que la misión honorable del reciente enfermo Hans Castorp se conviertan en una defensa de la ética militante a favor de los más débiles y en contra de los abusones o mas fuertes. Son palabras, por seguir la estela de las de Petrarca con respecto a las de san Agustín, que partiendo desde la contingencia mas radical, como es la llegada inminente de la muerte a la joven Leila Gerngross o el shock pleural que cuenta el mismo interno que la ha sufrido en una operación, Anton Karlovich Ferge, narrados en registros opuestos ante el mismo aliento benefactor de Hans Castorp, se elevan por encima de la contingencia que envuelve tanto a Leila como a Ferge, para que toda la intensidad de la intimidad que pueda haber dentro de esos cuerpos moribundos y doloridos se haga evidente y unida ante el lector. De repente, los de allí arriba son los de ahí mas profundos. Leído así, que es como dice que va siguiendo Telmo los movimientos que le ofrece el narrador sabelotodo, los diferentes casos o estados mediante los que la enfermedad atraviesa a los internos del Berghof, son uno y un único caso. Al mismo tiempo, la honrosa misión filantrópica de Hans Castrop (a Telmo le gusta ir cambiando los adjetivos de ésta, para no endurecer el significado de aquella, y también como una prueba del sentido de su lectura, es decir, del sentimiento que le va provocando) le sirve al narrador sabelotodo para mostrar la variedad demográfica que habita el sanatorio del Berghof, y que hasta ese momento había permanecido oculta a la mirada del lector.