lunes, 6 de abril de 2020

EL MURCIÉLAGO

Nadie le ha explicado todavía al arrestado la Técnica de la Mezquindad. Consiste en lo siguiente: se empieza por mirar de lado y luego se apedrea al diferente hasta que la muerte civil y la llamada opinión pública, más la publicada, acaba con su crédito. Los aplausos de las ocho de la tarde no logran disimular esta amenaza que padece el arrestado, mas bien le dan una función que su arresto le ha arrebatado (función que si conservan los sanitarios, los enfermos y los que ya han muerto, a los que desde su balcón apoya), la cual alivia en parte su condición de arrestado de la que solo sabe que va en serio. Ahora bien, desde el primer día de después del arresto iremos viendo el alcance de ese estigma inexplicable, en las estadísticas del paro o en la lista de espera de las instituciones sanitarias.
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Nadie le ha explicado tampoco al contagiado del virus de marras la Técnica mediante la que corroe el desasosiego. ¿Tan difícil es entender que un contagiado del virus de marras deja de estar en paz consigo mismo, con su tierra, con su mundo, y, mientras está contagiado y aun después, no está nunca contento con lo que ve y hace la gente que él considera los suyos y menos con los que califica como los otros?
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¿Tan difícil es entender que la verdadera peste es la mezquindad que ocupa a la entera vida social (más mezquina cuanto más social se empeña en aparentar ser) de donde provienen tanto el arrestado como el contagiado?
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Ayer porque se creían que no sabían nada se refugiaban en los confines de un silenciado impenetrable. Hoy porque se creen que lo saben todo se mueven de forma histérica hacia un horizonte que piensan es solo suyo y, por ello, se creen merecedores de su conquista. En cualquier caso, tanto ayer como hoy la cultura occidental no ha dejado de producir mentes monologuistas, ya sea mediante su largo y rencoroso silencio como con su corta pero abrupta charlatanería. Ahí reside, a mi entender, el fundamento primordial de la mezquindad. Solo si salimos de ese imperativo temporal que decide que el ayer es contra el hoy, y el hoy y el ayer contra el mañana, podremos, tal vez, reconocernos los unos a los otros en “lo que sucede siempre” mediante el diálogo incondicional y afectuoso.
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Pareciera que de este sofrito informativo que nos preparan cada día, con meticulosa puntualidad, los jefes de cocina de la otra pandemia que padecemos los arrestados, pareciera, digo, que cocineros y arrestados fueramos apachas en saber lo que esta pasando. ¿Como es que un murciélago ha conseguido hacer hincar la rodilla a la sociedad más tecnológica (que, al entender, de sus mas entusiastas militantes, es lo mismo que decir mas informada, que es lo mismo que decir mas moderna y sabia), sin que lo hayamos previsto o provisionado con suficiente antelación para tomar las medidas oportunas? 
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Si sabemos sobradamente, por imperativo de la razón digital (última encarnación de la Razón Hegeliana, madre de todas las razones que desde entonces han sido) que las migraciones son hoy uno de los fundamentos de la razón económica mundial, ¿como es que no hemos previsto encauzar, desde la atalaya insuperable de esa misma razón digital, las enfermedades que se iban a movilizar acompañando a los cuerpos de los emigrantes, que seguro iban a contaminar a los cuerpos de los nativos de su país receptor? 
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Ayer fueron las ratas las transmisoras de la peste medieval, hoy son los murciélagos los transmisores de la peste digital. Ayer los que vivían entre ratas lo sabían, pues las veían deambular continuamente por las calles, los establos y en las casas, pero también sabían que eran sus pecados los que habían hecho que aquellos bichos contagiaran sus formas de vidas desconocedoras, por otro lado, de cualquier intencionalidad higiénica. Hoy solo sabemos de los murciélagos por los documentales y en nuestras vidas el pecado ha sido sustituido por la higiene y el culto a la salud corporal. De ahí el lamento generalizado, ¿qué hemos hecho nosotros para merecer esta peste? No se dice, que hemos hecho mal, porque sin la idea del pecado tampoco se convive con la idea de la culpa. Y la Ciencia, por mucho que se lo proponga, no puede sustituir en estos casos la función o la gramática de Dios. Entonces, ¿cómo vamos a salir de ésta? Unidad Global, gritan los cocineros a los arrestados.