viernes, 29 de abril de 2016

LOS QUIJOTES Y LOS PÍCAROS, MUCHOS AÑOS DESPUÉS

El error de la modernidad es pensar que tiene atributos suficientes como para erradicar la barbarie del mundo. Siendo, como fue ella fundada con uno de los episodios más crueles y cruentos de la historia de la humanidad, el Terror francés, no queremos aceptar que aquellas cabezas cortadas nos siguen pidiendo cuentas hoy en día, pues sus guillotinadores nada omitieron con tal de hacerse irreconocibles. Bien que lo hemos aprendido sus herederos de ahora. O de otra manera, no queremos aceptar que aquella nueva libertad estrenada trajo otra nueva barbarie por desplegar. Y a pesar de todos los eslóganes emancipadores de los diferentes y variopintos predicadores en los últimos doscientos años, la violencia no cesa de producir espanto en cualquier rincón de nuestras vidas al más puro estilo medieval. Es más, se acentúa, y esto es lo novedoso, con su vocación obsesiva por ocultarse tras las cortinas trasparentes de los diferentes pacifismos u onegismos. Guiados todos por esa creencia infausta de que el infierno murió con Hitler y Stalin y que lo que vino a continuación fue el anhelado paraíso. Pero en esas estamos, es decir, volvemos a estar sumergidos en el nuevo "infierno", que hemos construido en nuestro dorado paraíso. En ese tiempo histórico en el que ya no podemos dejarnos llevar por el engaño de forma ilimitada. Porque el engaño no es otra cosa que autoengaño reactivo y reaccionario, fuente primordial y de feroz alimentación de toda esa violencia que habita en cada rincón de nuestro mundo. 

Ahora sí tendremos que aceptar que nada ha cambiado desde Cervantes. Que el Quijote es la primera constitución literaria moderna que nos dice, de forma brillantemente anticipada, lo que nos espera y donde nos tenemos que guarecer cuando, 180 años más tarde, se apruebe la primera constitución política moderna que nos dice lo que tenemos que hacer y pagar, y a quien tenemos que matar y hacer sufrir, instigados por el nuevo salvajismo irreconocible, ya que siempre es justificable supersticiosamente por la causa de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que marcará el paso en la nueva andadura que se inició después de la guillotina. Hasta hoy mismo, que plenamente formateados en este doble lenguaje, no sabemos qué hacer para continuar nuestra falsa representación. Y es que, ¿es tan difícil entender lo que pasa, y lo que nos pasa con lo que pasa?

Ante el descrédito de los profesores y de los progenitores como Caballeros Andantes del continente, y  la emergencia de los alumnos y los hijos como sus nuevos Tiranos o Pícaros, ayunos de conocimientos y henchidos de vacuidad y orgullo, estos últimos abandonan las aulas y ocupan las plazas. Ayer en Madrid, hoy en París. Y así se hacen visibles lo que los politólogos llaman, siempre tan atentos al neologismo de impacto, las nuevas guerras edípicas, cuyos contendientes son, como no, los Caballeros Andantes de la globalización que no quieren renunciar a sus jugosas jubilaciones y prejubilaciones, y sus hijos, los Picaros de la subvención que se empiezan a dar cuenta de que se meten en los cuarenta sin nomina fija que llevarse al coleto. Los “viejos” cualquier día se mueren y ¿qué?, ¿otra vez como cuando los personajes de Dickens? 


Los expertos con la calculadora en la mano dicen que hay que reducir las voluminosas jubilaciones y prejubilaciones de los Caballeros Andantes europeos para poder ofrecer un trabajo digno y estable a los Pícaros sudvencionados a la edad razonable de procreación. La especie humana solo se perpetuará con esa doble especialización: hijos y oficios, y no con tantos beneficios y subvenciones. Pero ¿cómo?, si el Caballero Andante Europeo no ve pícaros en sus hijos, sino hermosos e inteligentes gigantes permanentemente aniñados, y los Pícaros del continente no ven a sus padres, sino a banqueros de proximidad que les firman cheques en blanco a fondo perdido.

Y es que el mundo exterior y el interior se han convertido en dos paisajes marcianos, inhóspitos, con un paisanaje que tiene que volver a aprender a habitarlos. Ni nos valen lo que se dice en las aulas, ni lo que se habla en las plazas, ni en los subvencionados hogares, ni las palabras de sus predicadores ni las de sus eventuales oyentes y, menos aún, las palabras de Ese Yo Encumbrado e Ensimismado, que con una lanza mortífera atraviesa como un dios todos esos espacios y todas esas palabras. A fuerza de hablar y hablar, de hacer y hacer, hemos descubierto como se habla y se hace en nuestro dorado paraíso. Y es que con todo ese bienestar amurallando nuestras existencias, tenemos más miedo del que somos capaces de administrar. Como la primavera, no sabemos cómo ha llegado pero ahí está. Parafraseando a aquellos burgueses del XIX decimos, "como es que si lo tengo todo no acabo de encontrarme bien, al contrario, cada día que pasa estoy peor". Sin embargo, lo que debería ser la oportunidad de recuperar la capacidad de asombro perdida, se convierte en desdén y aburrimiento. Mucho desdén y aburrimiento, que los diferentes rituales festivos de la apariencia son incapaces de amortiguar.

De repente este sujeto moderno, altivo, encumbrado, ensimismado, Eterno Caballero Andante, el más quijotesco que en el mundo ha existido después de Don Alonso Quijano, no tenía previsto encontrarse en el horizonte de su imaginación el imperativo inaplazable de ser un don nadie, y tener que aprender a ser humilde, si no quiere que su arrogancia e iluminismo lo acabe animalizando de forma irreparable e irreversible, a fuerza de vislumbrar empresas gigantescas donde solo hay sencillos molinos. Y es que en nuestro paraíso, siempre estamos demasiado distraídos.

Entonces, atisbando el desastre, se le ofrece al trujamán un ágora de interpretaciones y silencios compartidos, en fin, se le ofrece un lugar inédito, la trastienda o el sótano de sus campos de batalla donde mata y se mata cada día. Un lugar donde le está vetado entrar a toda esa criminal y ruidosa violencia con la que vive. Un lugar donde pueda LEER historias que le permitan mirar cara a cara a todo ese pavoroso fracaso, dicho moderno. Un lugar para encontrase delante de unas palabras que, por primera vez en su beligerante vida, no sabe de dónde vienen y que pronuncia un tipo que no conoce. Un tipo que no es molino ni es gigante. Y, lo más inquietante de todo, tanto el tipo como sus palabras buscan un sitio en los adentros del trujamán para alojarse, que, como cree saberlo todo, desconoce que lo tiene desde que vino al mundo.

Y va y dice el trujamán: "que ahí dentro, en el sótano y en sus adentros, no sabe qué decir". ¿No será más bien que no sabe decir bien lo que tiene que decir? ¿No será más bien que no lo ha sabido nunca, tan ajetreado ha estado en los campos de batalla? El Caballero Andante Europeo moderno, en eso se diferencia del medieval, está por encima de estas cuitas verbales, pues él, bendecido por fulgor de la guillotina cortando el cuello del otro, ya lo ha dicho todo a cambio de hacerse irreconocible e inaudible. La sorda y muda revolución del Yo Guillotinador. Nada hay en él que aluda a las "flaquezas" de hacerse entender, y tal. La insatisfactoria pero inaplazable comunicación con el Otro, para que ninguno de los dos (Yo y El Otro) "pierdan" la cabeza. Ni el más leve sonrojo colorea su rostro, duro y pálido como el metal de su armadura, por no haber dicho nada con sus palabras. Nunca.