Nos han tratado de convencer desde siempre que la vida y la literatura son dos ámbitos excluyentes. La vida porque hay que vivirla. Tampoco las explicaciones han sido demasiado convincentes, excepción hecha de que es una forma de tránsito para alcanzar una vida plena, bien en el más allá, bien en el más acá. Mientras hacemos el tránsito, la literatura es una forma de entretenimiento y distracción para hacerlo más llevadero. Todo eso ha desaparecido en la Sociedad del Espectáculo donde el entretenimiento y la distracción es constante en cada momento del presente, por lo que también ha perdido significado esperar a un futuro que nos otorgue una vida plena. Poca gente, excepción hecha de algunos escritores, entienden que estamos aquí para saber por qué estamos aquí. Y se aplican a ello con esfuerzo y concentración. El resultado son sus libros que nos ofrecen a los lectores, para que, guiados por ese propósito que les anima, entendamos que sentido tiene todo esto de vivir.
Fante/Bandini afronta la vida de modo directo y abrupto, sin máscaras ni maquillaje, sin infantilismos, de modo abiertamente adulto, un modo que hace casi inevitable la novela y los cuentos que escribe. Su escritura no tiene por objeto el arte, sino la vida. Su forma particular de mirarla. No hay pose artística. Y verse expuesto a ello resulta abrumador. Como si todo surgiera de la vida verdadera, que es probablemente lo que ocurre. Hay una firme disposición para la expresión literaria en este personaje y sus acompañantes, que de lo contrario pasarían inadvertidos. Como nos pasa a cualquiera de nosotros. Ser Alguien o ser un Don Nadie. Entrar en el texto o ofrecer toda la resistencia a nuestro alcance. Exponernos, o no, al artificio, concisión, fuerza de sentimiento, proporción formal, intenso dramatismo. Y, sobre todo, exponernos, o no, al efecto que tiene la voz narradora del propio Bandini en el lector, intensificando con su estrategia las vidas que convoca alrededor de la lectura. Al final lo consigue, vida y literatura parecen lo mismo. Y escribir, por tanto, da la sensación de que está a alcance de cualquier ser hablante. Lo que nos proporcionaría Modos de Expresión capaces de contribuir a Nuevas Formas de Pensamiento y de Convivencia (amigos del alma) y de Sentimentalidad. Lo que nos haría, al fin, ser Alguien y dejar de ser un Don Nadie. Pero ya saben que no es así. Seguimos expresándonos mediante un uso del lenguaje esquemático y rudimentario, lo que hace que nuestro pensamiento sea, en proporción directa de esa manera de usar el lenguaje, igualmente rígido y rudimentario, plano, repetitivo, sin aliento, sin perspectiva, y aunque para disimular lo usemos de forma ampulosa y colorista, siempre es igual así mismo. No como lo es el vuelo del águila, o el galope del caballo, que son repetitivos siempre, pero siempre hermosos e inefables. Los humanos no hemos entendido todavía que nuestro lenguaje es nuestro destino y nuestro carácter, que requiere de una permanente renovación, sino lo queremos convertir en una degradación (me gusta/no me gusta) del pristino aullido del lobo. No hemos entendido que sólo somos nuestro lenguaje. Y nuestro pensamiento. Y que por mucho que "amemos" a la naturaleza nunca podemos ser como el águila o el caballo.
¿Por qué ninguno de estos aspectos de la esencial condición humana es fuente de nuestra preocupación primera como lectores? ¿Por qué nos cerramos al mundo con el velo o la bandera de las palabras de la ideología o la autoayuda? Lector Cliente del supermercado de las palabras, donde todas valen lo mismo aunque tengan distinto precio, según la temporada o el publicista. Lector que como todos los clientes siempre quiere tener la razón, nada más que para atragantarse con ella. ¿En qué medida un Lector Cliente usa las palabras como un águila las alas? Como un instrumento mecánico fruto de la evolución biológica, sin admitir el salto cualitativo, dentro de esa misma evolución, que se ha producido desde el ámbito de lo biomecánico al ámbito de lo inteligible mediante el simbolismo que llevan incorporadas las palabras. Un águila no necesita entender el medio donde vive, las alas le valen para sobrevivir. Ahí está su perenne belleza. El lenguaje articulado es lo que nos hace genuinamente humanos, nos impele, además de a sobrevivir, a entender por qué seguimos vivos aquí. Ahí radica la potencialidad y misterio de la nuestra. ¿Qué nos distrae de esta suprema misión individual y democrática, una vez que hemos conseguido la alfabetización general de la población? ¿Por qué seguimos discutiendo como si fuéramos fieras corrupias adscritas a las palabras de los clanes (familiares, profesionales, políticos, sociales,...)? ¿Por qué utilizamos esas palabras, una vez que hay libertad de expresión, como una manera de confundir a los demás del clan propio? ¿Por qué como si fueran misiles contra los del clan enemigo? ¿Todo para ocultar lo que les es común a los de uno y otro clan: su condición finita y paradójica? ¿Por qué creemos que en ese autoengaño se encuentra la curación primero y la salvación después? Necesitamos mirar hacia otros lados, sí, pero necesitamos conquistar o comprar algo a cambio. Lector cliente, los más. Simplemente no aceptamos que la verdad es por naturaleza fugitiva. Lector literario, los menos. Necesitamos mirar hacia otros lados para que nuestra cabeza se pueble de imágenes, para viajar a la noche y regresar a la superficie de la luz con las palabras de la lectura y la escritura, rasgando el velo o la bandera de la falsedad con que nos protegemos mediante las palabras de la ideología del clan. En fin, necesitamos mirar para otro lado para que no acaben con nosotros las esperanzas inútiles que ahí dentro a se fraguan.
"No entienden porque les falta formación y no quieren adquirirla", dijo con firmeza un lector de la tertulia. Yo creo que lo que les falta a los lectores es valor y coraje para enfrentarse a lo que ya saben. Lo que intento es recordárselo mediante el uso renovado del lenguaje en el campo de la conversación. Último reducto que nos queda a los humanos occidentales plenamente alfabetizados para poner a prueba la heroicidad de nuestra humanidad, y para dejar una huella verosímil, ante los otros, de nuestro paso por este mundo. Pero la mayoría de los lectores clientes quieren un predicador o un experto que les confirme que se merecen seguir existiendo. Porque ellos lo valen. En nuestra tradición occidental el desplazamiento, del experto a Sócrates, de la conferencia aleccionadora a la conversación interrogadora, se hace mediante un viaje por las palabras.
Les dejo las primeras palabras de Arturo Bandini en la novela de John Fante, "Pregúntale al polvo":
"Cierta noche me encontraba sentado en la cama de la habitación de la pensión de Búnker Hill en que me hospedaba, en el centro mismo de Los Ángeles. Era una noche de importancia vital para mí, ya que tenía que tomar una decisión relativa a la pensión. O pagaba o me iba: es lo que decía la nota, la nota que la dueña me había deslizado por debajo de la puerta. Un problema relevante, merecedor de una atención enorme. Lo resolví apagando la luz y echándome a dormir.
Cuando desperté por la mañana, me dije que tenía que hacer más ejercicio y comencé en el acto. Practiqué varias flexiones. Luego me cepillé los dientes, noté el sabor de la sangre, vi una mota sonrosada en el cepillo, me acorde de los anuncios y resolví bajar a la calle y tomar un café.
Fui al restaurante donde siempre iba cuando iba al restaurante, tomé asiento en un taburete que había ante el largo mostrador y pedí un café. Se parecía mucho al café, pero no valía el precio que se pagaba por él. Me fumé allí mismo un par de cigarrillos, leí los resultados de la Liga Americana de béisbol, pasé concienzudamente por alto los resultados de la Liga Nacional y comprobé con satisfacción que Joe DiMaggio seguía siendo un orgullo para Italia, ya que aún encabezaba la lista de mejores bateadores.
Una máquina de hacer tantos el DiMaggio. Salí del restaurante, me situé ante un pitcher imaginario y largué un pelotazo que se llevó por delante la barrera. Anduve luego por la calle, hacia Angel's Flight, preguntándome qué haría aquel día. Pero no había nada que hacer y por tanto decidí pasear por la ciudad."
Y las últimas:
"Era inútil. ¿Cómo buscarla? ¿Por qué tenía que buscarla? ¿Qué le podía ofrecer, salvo un retorno a la sociedad bárbara que había acabado con ella? Deshice lo andado a la luz del amanecer, melancólico a la luz del amanecer. Ahora pertenecía a las montañas. ¡Que las montañas la cobijasen! Que volviera a la soledad de aquellas montañas secretas. Que viviera con las piedras y el cielo, con el viento azotándole el cabello hasta el final. Que viviera de aquel modo.
Cuando llegué a la cabaña, el sol estaba alto. Ya hacía calor. Vía a Sammy en la puerta.
¿La has encontrado? - preguntó
No le respondí. Estaba cansado. Me observó durante unos instantes y desapareció en la casucha. Oí que echaba el cerrojo a la puerta. Del suelo del desierto se despegaba la lejana neblina temblorosa del calor. Fui sendero arriba hasta llegar al coche. En el asiento estaba el ejemplar de mi novela, mi primera novela. Encontré un lápiz, abrí el libro por la primera página en blanco y escribí:
Para Camila con Amor
Arturo
Me adentré con el,libro en el desierto un centenar de metros, en dirección sureste. Lo arrojé con todas mis fuerzas por donde se había ido Camila. Luego volví al vehículo, lo puse en marcha y emprendí el regreso a Los Ángeles."
Es tanto el miedo que tenemos a ese desplazamiento y, sobre todo, a emprender ese viaje a través de las palabras de los narradores, que deberíamos sentir vergüenza de tenerlo, pues no somos capaces de digerirlo. Lo cual es fuente de la peor y más nociva de las corrupciones. Entonces, a renglón seguido, llega la barbarie del bienestar 3.0, la muerte a crédito en la ciudad sitiada. Miedo antiguo, el miedo de siempre. Porque "sabemos" que delante del predicador o el experto todas las experiencia son iguales a sí mismas, pero delante de la figura socrática solo aparece nuestra genuina y misteriosa individualidad.