martes, 5 de abril de 2016

STEFAN ZWEIG Y UN TAL JOHN FANTE

Dado que estoy leyendo al unísono el libro "El exilio imposible. Stefan Zweig en el fin del mundo" de Georges Prochnick y la novela "Pregúntale al polvo" de John Fante, les dejo un comparación de las dos experiencias lectoras.

El libro sobre Zweig reclama mi interés cada noche porque deja a las claras un sentimiento de barbarie y desolación que se apoderó de la Europa de Entreguerras y que acabó por hundir al continente en 1945. Un hundimiento del que todavía, a pesar de las cantidades ingentes de dinero invertidas en distracción y entretenimiento de los supervivientes y herederos, no hemos salido. La diferencia con respecto a Zweig estriba en que yo soy, además de un heredero nostálgico de sus sueños paneuropeos, un convencido americano del norte. Lo cual me hace incomprensible que no fuera capaz de adaptarse al mundo creativo emergente de la ciudad de Nueva York de los años 30 del siglo XX. ¿Un señorito vienes del siglo XIX? ¿Un aristócrata de la cultura para el pueblo pero sin el pueblo? La Viena de 1900 ¿fue la culminación el Espíritu Hegeliano hecho realidad?, como no se había conocido desde el Renacimiento Italiano, con la mayor concentración de poderosas inteligencias de estirpe judía jamás vista. El psicoanálisis con Freud, la literatura con Schnitzler y Zweig, la música con Mahler y Schönberg, la crítica del periodismo con Karl Kraus, la filosofía de Wilgenstein, los líderes de la Joven Viena: Hugo von Hofmannsthal, Richard Beer-Hofmann, Felix Saltenetc, etc. ¿Demasiado para el antisemitismo del mundo en esa época? ¿Hizo falta la Primera Guerra Mundial para que un cabo furriel con bigotito hiciera saltar por aires el mayor y más acabado edificio filosófico jamás inventado? ¿Tan poca solidez tenía? ¿Por qué no lo entendió así Zweig, inmerso en el barullo creativo del nuevo mundo de Manhathan?
El suicido de Zweig en Persepolis (Brasil) es significativo porque el austríaco fue, de entre los intelectuales de prestigio de esa época que consiguieron escapar del yugo nazi el único, o casi el único, que no lo soportó. 

Al mismo tiempo que Zweig redactaba "El mundo de ayer", John Fante publicaba "Pregúntale al polvo" en 1939. Dos títulos que hoy se ve claramente que se miran a la cara porque se necesitan más de lo pudieran pensar sus autores al elegirlos. Sobre todo Zweig, que si hubiera leído la novela de Fante, probablemente no hubiera convertido a "El mundo de ayer" en su testamento literario e intelectual, sino en un punto y parte. "Pregúntale al polvo" es una brillante continuación de lo que quedó después de "El mundo de ayer", es decir, después de la Época de los Grandes Desastres. Es una acertada representación de como sigue el mundo cuando los dioses han abandonado definitivamente a los hombres, y cuando los hombres, en lugar de estremecerse de pavor, les han hecho un corte de mangas. Si la Viena de Zweig vivió encumbrada en las más altas cotas de la gloria intelectual, la California de Fante sencillamente vivía pegada al borde del desierto de Mojave. Gloria celestial frente a polvo y arena. Zweig frente a Arturo Bandini, el nombre del narrador que elige John Fante. Si por las venas de Zweig corría la sangre azul de quién se cree tocado por la gracia divina, por las de Fante corría sangre humana convertida en tinta con cada golpe de vida. Fante llevaba tinta en el corazón. No es retórica. Es impresionante comprobar como de cada latido que lo hace vivir un segundo más hacia el final irremediable, sale una frase o un párrafo que lo salva de ser engullido por el polvo y la arena que llega del desierto. Una frase o un párrafo que apunta a lo más hondo de la desesperación o lo más alto del amor que siente por Camila López, la mejicana de sus sueños, a la que no es capaz de convertir en la mujer de su vida, porque su vida es la literatura. Y también porque Camila está enamorada de Sammy, un camarero compañero de trabajo, también aspirante a escritor, pero que, al parecer de Bandini, miraba la literatura bajo el único prisma de la rentabilidad. Y es que, algo que no entendió Zweig, ni siquiera en Manhathan, el corazón de todas las posibilidades imperfectas, fue que no se puede tener todo, y que nadie es perfecto. En fin, la luz y la brújula del nuevo mundo, después del mundo de ayer. Así cuenta Arturo Bandini la primera vez que vio a Camila López, la que sería a partir de ese momento su princesa maya:
"Era alta, de espalda muy recta, tendría unos veinte años, impecable a su manera, con excepción de aquellas sandalias que estaban hechas un asco. Así que me puse a mirarlas con fijeza, intensidad y premeditación, e incluso giraba la silla y volvía la cabeza para seguir mirándolas, al tiempo que sonreía con burla y reía para mis adentros. Estaba dejando bien claro que sus sandalias me hacían tanta gracia como a ella mi cara, o lo que fuera. La situación produjo un efecto eficaz en la muchacha (...) Yo no cabía en mi de satisfacción, presa de una alegría extraña. Me sentía relajado. El mundo estaba lleno la mar de divertida. El barman delgado echó una mirada en mi dirección y le hice un guiño de complicidad amistosa. Cabeceó con ademán de comprensión. Lancé un suspiro y me retrepé en la silla, reconciliado con la existencia."

Casi al final de la novela, cuando su editor está a punto de darle la noticia de que le publica su primera novela, se refiere así de nuevo a su princesa maya, que se desliza poco a poco hacia el infierno de las drogas:
"¡Oh Camila! ¡Oh, joven derrotada! ¡Abre tus largos dedos para que yo recupere mi alma exhausta! Bésame con tu boca porque ansío el pan de los cerros mexicanos. Aspira la fragancia de las ciudades malditas con nariz ardiente y déjame morir aquí, con la mano en el delicado perfil de tu cuello blanco que rivaliza en palidez con las playas remotas del meridión. Contempla la nostalgia de estos ojos intranquilos y nutre con ella a las golondrinas solitarias que sobrevuelan en otoño los trigales porque te amo, Camila, Camila, nombre sagrado como el de la valiente princesa que murió sonriendo por un amor que no volvió nunca."

Óyeme donde te encuentres, mejor si es a la diestra de los dioses, como tú siempre deseaste, Zweig, Stefan Zweig, buen europeo, ciudadano del mundo, ves como se puede hace poesía después de Auschwitz, ves como el polvo y la arena del desierto no son impedimento para extraer belleza de donde parece que no la hay, ni parece que la habrá nunca. ¿Qué cruzó por tu cabeza para quitarte de en medio? ¿Fue como dijo Hanna Arentd que, como los dioses, nunca tuvisteis experiencia real del abismo? Zweig, mi querido Zweig, ¿no murió de éxito la Viena de tu juventud, la Viena de 1900, por cierto la Viena también de Hitler, joven aspirante a artista? Y la pregunta más incomoda para ti, pero te la tengo que hacer, ¿cómo es qué no lo viste? ¿Dónde estabais mirando, al mismo tiempo, tantas inteligencias preclaras? John Fante te lo sugiere en "Pregúntale al polvo" (lo tenias que haber leído), la vida carece siempre de un final convincente, excepto uno. Querido Zweig, tú y los tuyos os obcecasteis demasiado.

Zweig y Fante amaban por igual la literatura. Pero Zweig amaba también la grandeza divina, aunque nunca tuvo que correr ningún riesgo. El único que lo puso a prueba no lo soportó. A Fante le importaba una higa la grandeza, pero corría todo los riesgos que fueran necesarios con tal de que le publicarán sus cuentos y novelas. La literatura llena de vida imaginada de Zweig frente a la vida de Fante hecha literatura imaginada, que cambia según el momento en que el lector se acerca a él, según le lata el corazón y la tinta que lleve dentro, incluso al leer sus palabras se diluye todo a ratos para luego volver con más fuerza. Si Zweig aspiraba a una literatura que diera cuenta de la confluencia de todas las esferas celestiales europeas, Fante da voz en "Pregúntale al polvo" a los supervivientes del desierto, no como entidad geográfica localizada, sino como mundo cuando se convierte en polvo. Puedo decir que dentro de "Pregúntale al polvo" las palabras se mueven con el nervio, la concisión e imprevisibilidad de las lagartijas, esos grandes supervivientes que aparecen donde parece que ya no hay vida,  al igual que tienen su misma capacidad de sobreponerse a las mutilaciones de los protagonistas que las pronuncian.