jueves, 14 de abril de 2016

ESCRIBIR PARA SEGUIR LEYENDO

A primer golpe de ojo pudiera parecer que la novela de "Martin Eden" va de un joven marinero que un día decide entender los libros, y de su correlato novelesco: casarse con Ruth, conquistar su mundo; hacerse un gusto para gustar a alguien. Sin embargo, yo creo que la lectura es mas compleja y exigente. La historia no va tanto de lo que hace Eden con su vida, como de lo que hace la vida de Eden al entrometerse, sin previo aviso pero con nuestro permiso, en las vidas de quienes lo leemos. Cuando digo vida (tanto en el caso de Eden como del lector) me refiero a la forma de imaginarla y pensarla, es decir, de mirarla: cómo, por qué, hacia donde.

Como leo la novela de London desde el punto de vista de su principal protagonista, Martin Eden, no puedo dejar de sentirme conmovido (moverme con) cuando llega ese momento culminante en el que decide ponerse a escribir.

"Había aprovechado bien aquellos ocho meses y, además de aprender a hablar bien y a tener pensamientos elevados, descubrió muchas cosas de sí mismo. Junto a su humildad por saber tan poco, nació en él un sentimiento muy fuerte de poder. Se daba cuenta de que no era igual que sus compañeros de tripulación, pero era lo bastante sensato para comprender que la diferencia estaba en su potencial más que en sus logros. Lo que el sabía hacer, también sabían hacerlo los demás; pero un oscuro fermento se agitaba en su interior y le decía que había mas cosas en él de las que había demostrado. Lo atormentaba la belleza exquisita del mundo, y deseaba que Ruth pudiera compartirla con él. Decidió que le describiría muchas de las maravillas de los Mares del Sur. Su creatividad se inflamó ante ese pensamiento  y le animó a recrear aquella hermosura para una audiencia más amplia que Ruth. Y entonces, rodeada de gloria y esplendor, surgió la gran idea. Escribiría. (...)
Cuando la idea germinó en su cabeza, se adueño de él, y el viaje de regreso a San Francisco pareció un sueño. Le embriagaba un vigor inesperado y se sentía  capaz de cualquier cosa. En medio del inmenso y solitario océano, ganó en perspectiva . Con toda la claridad, y por primera vez, vio a Ruth y su mundo. Y aparecieron ante él como algo concreto que podía coger con las dos manos, volver del revés y examinar con profundidad. Había muchas cosas oscuras y nebulosas en ese mundo, pero lo veía en su conjunto, no con detalle, y veía también el modo de conquistarlo. ¡Escribir!

Dos páginas mas adelante el narrador dice.

"Después del desayuno, siguió con su relato por entregas. Las palabras fluían de su pluma, aunque interrumpía con frecuencia el trabajo para buscar definiciones en el diccionario o consultar alguna duda en el libro de retórica. A menudo leía o releía algún capítulo durante esas pausas; y le consolaba pensar que, aunque no escribiera las grandes cosas que sentía en su interior , al menos aprendía a redactar y se preparaba para dar forma y expresar sus ideas."

Martin Eden ha leído mucho y necesita poner orden en todo lo que esas lecturas le ha provocado. Necesita ordenar su pensamiento. Igualmente, como lector, es ese el sentimiento desde el que lo sigo. Eso no quiere decir que Martin Eden antes no tuviera ordenado su pensamiento como marinero, claro que sí. Es el choque con el mundo de los libros y de Ruth lo que le ha provocado el conflicto. Es el no saber en donde nos coloca la voz narradora. Son, por tanto, lo que le hace sentir la lectura y su amor por Ruth, los motivos de que aparezca de forma imprevista esa necesidad irreprimible por saber. De ordenar lo que siente. Al fin y al cabo, de escribir. 

¿Qué les pasa a esos lectores a los que no se les puede decir que mientan cuando aseguran que, al igual que Martin Eden, padecen la enfermedad de leer? Es decir, leen mucho, pero nunca les llega la necesidad de escribir, de ordenar, como hace Eden, ese atracón lector. No lo sé. A la respuesta que no escriben porque no lo necesitan, se puede contestar con otra pregunta, ¿y dónde meten todo lo que leen, cómo les alimenta y en que se les nota? Y a usted que le importa. Cierto. Fin del diálogo en el ámbito de la vida.

Pero si queremos seguir dialogando con la vida, no tenemos mas remedio que hacerlo en el ámbito de la ficción. Así me pregunto,  ¿que lee Martín Eden? ¿Lee lo necesario? ¿Para qué lee? ¿Se detiene en la lectura y se pregunta por su sentido? Por el sentido de leer un libro u otro en concreto y por el sentido global de la actividad de leer. Además del placer y la diversión que la lectura le comporta, ¿ve la lectura como un trabajo, una tarea? ¿Lee los textos poniendo en marcha sus mejores facultades: el juicio, la memoria, la imaginación? ¿Lee comprobando cómo se construye una realidad -una novela, un cuento,- y aprende que esa capacidad es directamente traducible a sus relaciones con su realidad real? Después de tanto leer, ¿entiende que vivir es construir? ¿Qué la realidad no está dada, qué la realidad se construye? ¿Entiende, en fin, que esa es la experiencia que le ofrece la lectura? ¿Qué ese es su valor de uso?

Más preguntas. ¿Cómo evalua el lector de la novela la forma de leer de Eden?  ¿Es evaluar su propia forma de hacerlo? ¿Cómo influye en la actividad lectora de Eden su amor por Ruth, esa otra fuerza desbordante de su imaginación? Martín Eden cree que Ruth Morse entiende lo que lee mejor que él. Cree que Ruth sabe y el no, porque es licenciada en Filosofía y letras, y porque pertenece a una clase distinta, mas culta, con mas dinero. Una clase a la que él quiere pertencer. Pero, ¿se da cuenta de lo que, en el acto de su lectura, significa el saber de Ruth frente a su no saber? Lo digo porque hay muchos lectores que no dicen lo que piensan o imaginan porque creen que no tiene ningún valor, o porque eso que han imagimado o pensado no puede ir a ningún sitio de interés. No estan preparados - justifican su silencio - , y harían el rídiculo frente a los que sí lo están, cuya preparación normalmente la identifican con haber ido a la universidad, o por ahí, como es el caso de Ruth Morse.

Después de pensárselo mucho, "Él le leyó una historia, una de las que consideraba mejores. Se titulaba 'el vino de la vida', y el vino de la historia había embriagado su cerebro mientras la escribía, y volvió  a embriagarlo mientras la leía. Había cierta magia en la idea original, y él la había enriquecido con su lenguaje y su estilo. Y el entusiasmo y la pasión con que lo había redactado le arrastraron de nuevo, impidiéndole percibir sus defectos. Pero a Ruth no le ocurría lo mismo. Su fino oído detectaba fallos y exageraciones, el énfasis excesivo del principiante, y, cuando el ritmo de las frases decaía, lo captaba al instante. Sólo parecía ser consciente del ritmo cuando se tornaba demasiado pomposo, y en esos momentos le molestaba su escasa profesionalidad. Y ése fue su veredicto final sobre el relato, en conjunto: era la obra de un aficionado; aunque a él se lo ocultó. Cuando acabó su lectura, le señaló pequeños errores y le dijo que la historia le había gustado.
Pero él se llevó una gran desilusión. Las críticas eran justas. Lo reconocía, pero no estaba compartiendo su trabajo  con ella para que le hiciera correcciones escolares. Los detalles carecían de importancia. Sabían cuidarse solos. Él podía corregirlos , podía aprender a corregirlos. Había captado algo extraordinario de la vida y había intentado reflejarlo en su historia. Era ese algo lo que le leía, no la construcción de las frases y los puntos y comas. Quería que ella sintiera lo que sus ojos habían visto, lo que su cerebro había luchado por asimilar y lo que sus manos habían mecanografiado en aquellas páginas. Bueno, había fracasado, decidió en su fuero interno. Tal vez los directores de los periódicos tuvieran razón. Él había percibido ese algo extraordinario, pero no había logrado transmitirlo. Disimuló su decepción, y aceptó con tanta facilidad las criticas de Ruth que la joven no se dio cuenta de que, en el fondo de su alma, estaba en desacuerdo con ella."