miércoles, 16 de diciembre de 2015

PREFIERO NO HACERLO

Me sigue pareciendo asombroso que continúes dedicando tu vida profesional a dar clases. Que continúes atrincherado en tu aula resistiendo los envistes que, a tu entender, te da la vida de fuera. Que no te des cuenta de lo que haces con la vida, en su forma más radicalmente renovada, cada mañana cuando entran tus alumnos y se sientan en sus sillas. Los debes de ver cómo caballos de Troya que entran con la intención de ocupar tu jaula dorada. ¿Qué sientes cuando eso ocurre? Tú, queriéndote proteger del mundo. Ellos, queriendo abrirse, imperiosa y tumultuosamente, al mismo mundo del que te proteges. ¿Cómo se aviene este primordial desencuentro, que dura ya toda la vida? ¿Cómo es posible que todavía entres en el aula cada mañana y no entre a tu lado el aura del ser pensante, el hálito del ser de razón y de palabra? ¿Cómo puedes salir por la tarde sabiendo que allí no ha pasado nada memorable, nada distinguible, entre todo lo otro indiferenciado, ante los ojos de tus alumnos. Unos seres que, igual que tú son seres de razón y de palabra, y que esperan de ti iniciar la andadura del su uso, que esperan de ti que fertilices esa andadura? ¿Cómo puedes salir del aula sin que no haya pasado nada, aunque tú creas que lo ha pasado todo, si ese todo lo mides por el esfuerzo y el entusiasmo que has puesto en ello? Lo peor de todo, y no seré yo quien lo niegue, es que eres un profesional abnegado. Lo digo con toda la sinceridad y honradez de que soy capaz. Puedes dedicarle muchas horas de tu tiempo libre a preparar las clases de tus alumnos, lo cual sería encomiable sino no nos fijamos en que no dedicadas ninguna a pensar en el por qué lo haces. "Prefiero no hacerlo". Siendo lo genuinamente constitutivo de tu ser de razón y de palabra, lo has descartado de tu vida profesional. Únicamente la acción por la acción parece satisfacerte. Como si con ella quisieras ahuyentar todas las condiciones de posibilidad imaginativas, que pudieran meter en el aula con su sencilla presencia los alumnos que en ella entren cada mañana. Como si el destino de tantas actividades tuviera como principal misión frenar en seco todo el apabullante despliegue de preguntas y contrapreguntas, que tienen en el disparadero de su imaginación los niños a poco que los interpelases. Teniendo en cuenta lo extremadamente dilatado de esta situación, que dura ya como he dicho toda la vida, ¿no crees que te comportas al entrar en el aula, ahora que eres mayor de edad, de igual manera que cuando entrabas con la minoría de edad recién enclaustrada?