Toda obra de arte y, por ende, toda obra literaria se precipita sobre esa zona obscura de quien lee que se llama alma. Me costó lo suyo, como casi todo, entender esto. Por eso lo repito. Pero tenía una necesidad imperiosa para hacerlo. Una necesidad ligada a una convicción: en toda actividad lectora la principal protagonista es el alma del lector. Todo lo que aparece en el libro está a servicio de que el alma se movilice. Se "desembarace" del cuerpo y se ponga en marcha. ¿Qué es el alma? Ese lugar de sombra que proyecta todo cuerpo en cuanto lo toca la luminosidad de la razón demostrativa o empírica. El alma es lo que no conocemos y tal vez no conoceremos nunca de nosotros mismos y de los demás. ¿Y el cuerpo? El cuerpo es esa especie de robocob biológico y mental donde habita el sujeto claro y absoluto que, también, somos. Aunque nos parezca increíble, toda tertulia literaria es una comparecencia de "almas en pena" atrapadas en las jaulas de esos robocobs, esos sujetos absolutos, encumbrados, altivos, cerrados, que se sitúan a si mismos en el centro de un mundo que, a su vez, los ignora. Una tertulia literaria sirve para aprender a manejar mediante una lectura compartida - no se me ocurre otra manera de hacerlo con mejor potencia y perspectiva - esa colosal paradoja que nos constituye. Y que nos desgarra o nos paraliza por dentro.
Hace ya tiempo que dejé de preocuparme por saber si, por ejemplo, "El Quijote" está mejor escrita que "La Cripta de invierno" o "Punto omega", por poner tres novelas que he leído o releído últimamente. Y si las tres piezas literarias están por debajo, o encima, en el ranking literario que "La Sombra del Viento". O al revés. Lo que si sé es que las tres primeras, como decía Faulkner, son cerillas que al encenderlas con mi lectura, no me dejan ver mejor. Son cerillas que me dejan ver la obscuridad de forma diferente. Sin embargo, al leer "La Sombra del Viento" me di cuenta de que era una cerilla con la pólvora mojada. Y es que dentro de la obscuridad de mi propia alma, soy incapaz de establecer las jerarquías a que me empuja robocob, o el sujeto absoluto y luminoso, con la tabarra que me sigue dando desde afuera. Bastante tengo con ver la obscuridad de mi alma, momentáneamente, mientras leo.
Deje de preocuparme de esa dicotomía porque después de repetir la misma cantinela durante muchos años no sabía que significaba. Todo lo más un latiguillo, una eslogan, como ser feliz o no serlo, ser buenos o malos, ser muy inteligente porque estudié matemáticas, o ser del montón porque estudié letras. En fin. Lo puedo seguir repitiendo hasta la saciedad, si quieren, y para quedar bien con mis iguales en las reuniones sociales a las que asisto o pudiera asistir, pero, insisto, honestamente, no se lo que significan. Lo dejé porque soy un lector que ha comprendido que en las tertulias de las "almas en pena" lo que manda es la significación. Y que nos reunimos precisamente porque no acabamos de encontrarla en las palabras que leemos. Nos reunimos bajo el palio de esa honestidad e ignorancia fundamentales y fundacionales. También nos reunimos porque somos diferentes y no queremos quedar bien entre nosotros. Que, por cierto, tampoco sé lo que significa, mas allá que ser educados y respetuosos. Pero eso tiene que ver con la urbanidad de los cuerpos, nada con la significación que reclaman las almas. En las otras reuniones sociales o políticas a donde asiste robocob, o el sujeto absoluto que nos atenaza, lo que prima es la lucha de intereses. Para entendernos, lo que prima es la lucha para tratar de imponer un interés al del vecino. Las tablas, o buenas maneras, sólo dan cuenta de la extenuación o el cansancio de los contendientes.
Soy, por tanto, un simple lector que tiene amigos lectores. Soy un simple lector que puedo interpelar a mis amigos lectores, como hacía Sócrates, no diciendo lo que tienen que hacer o pensar, no dándoles recetas o soluciones, sino sugiriéndoles con mis preguntas que lo que hacen y piensan puede que no sea del todo acertado. Y viceversa. En fin, soy un simple lector que proyecto sobre mis amigos lectores lo que el texto me ha metido previamente en esa zona obscura que llamamos alma: la duda. La pertinaz duda que nunca deja en paz al alma. Y que debido a ello siempre está en pena. Su estado natural. Buscando a otras almas igualmente afectadas por la pérdida y el dolor. Mejor dicho, afectadas por la falta de significación del dolor y la pérdida. Que es lo que produce la pena, o la indiferencia, dos caras, al fin y al cabo, de la misma moneda. La falta de sentido.