¿Para qué necesita una sociedad hipertecnologizada y nihilista como la nuestra un lenguaje creativo? La sociedad de hoy ni necesita a Dios, ni la Razón, ni necesita un lenguaje de este tipo para gestionar su aburrimiento y su cansancio. Nostalgia y enfermedad, eso es lo que son Dios, la Razón occidental y sus lenguajes creativos. Eso es lo que se hizo humo en Auschwitz, Gulag, Hiroshima y Nagasaki. Ni Hegel, ni Marx, ni Jefferson pudieron imaginar que su ideario iba a acabar así en manos de sus aplicados y aventajados alumnos, Hitler, Stalin y Truman. Y es que no advirtieron que sus palabras fundacionales se debían interpretar como una sonoridad que resonara en la armonía interior del hombre público, no un libro de instrucciones para llevar literalmente a la práctica. No nos advirtieron que sus palabras solo las escribieron para ser oídas, no para formar parte de un programa político de exterminio. La sociedad de hoy no necesita transcender, ni religarse. Su cansancio y aburrimiento se parece mucho a la eternidad, es decir, a la muerte. Donde nunca pasa nada, ni nadie amenaza ni se enamora de nadie. En fin, donde no hay nada que imaginar. Eso que si era propio de la tradición de nostalgia y enfermedad del espíritu de las sociedades anteriores a la Experiencia Universal de los Desastres, que desaparecieron para siempre hace 70 años.
Levi, Semprún, Friedman, Solcheneisin, y tantos otros, han dejado su testimonio del paso por los campos de extermino nazi y soviético, y los horrores de la primera bomba atómica. Pero al hacerlo sus palabras todavía rezuman fe en la recuperación de esa tradición nostálgica y enfermiza que representan Dios o la Razón occidental. Todavía creen en el valor y la capacidad de discernimiento de Dios, la Razón occidental y sus lenguajes creativos para desvelar el misterio de la vida humana. Escriben para que entendamos lo que, por otra parte, ellos mismos no dejan de nombrar como incomprensible. Isaac Blumenfeld no. Bumenfled enumera los hechos a ritmo de los saltos del tiempo bíblico, para que nadie se pueda hacer ilusiones razonables y en tiempo real, literales, respecto a lo que pasó. Para volver, de paso, al origen. Y como perspicaz judío, para sugerir volver a leer de nuevo el mundo. Aquello pasó y lo que dejó a su paso fue un mundo sin cláusula de garantía. El mundo que heredaron nuestros padres y en el que hoy vivimos. Eso es lo más importante que nos quiere contar con lo que nos dice y con la forma como nos lo dice. Un mundo sin la garantía que Dios y la Razón - cómplices necesarios de aquella barbarie impensable - nos habían proporcionado de forma inintenrrumpida hasta entonces. Una falta de garantía que no nos condena irremediablemente a mirar el mundo a ras del suelo, parece sugerirnos al mismo tiempo el sentido del humor con que envuelve el relato. Sus chistes me recuerdan constantemente al genial Gila.
Para los lectores adultos que leemos hoy "El Pentateuco de Isaac", al fin y al cabo, no deja de ser una "visión positiva" del horror que anida desde siempre en las personas y las cosas. Eso es todo. Que mas queremos para comprender mejor lo que significan las chimeneas y su humo, los hongos letales de la bomba atómica, Siberia y sus trabajos forzados, el cansancio y el aburrimiento hiper-tecnológico. En fin, lo que significan la ausencia de Dios, de la Razón y sus lenguajes.