O solo conocimiento. Sin fe. Constantemente descreídos. Zurrando con la Razón Analítica a todo lo que se mueva. Urgentemente. Angustiosamente. Dice Kierkegaard que a diferencia de los animales, que duran, los seres humanos existimos. Es decir, tenemos conciencia del tiempo, de sus altibajos y del destino de nuestra existencia. Como ya saben, no hay más colosal tragedia que el existir humano.
El ser humano no está en condiciones de aceptar semejante destino. Construyámosle un pesebre y una cuna donde pueda pasar los años de su vida, venía a decir Hegel, el gran constructor moderno de Sistemas. Construyamos, por tanto, todo tipo de sistemas: económicos, familiares, educativos, judiciales, políticos, religiosos, laborales, de entretenimiento, y, como no, sistemas de pensiones. En fin. Construyamos canjilones donde meter y donde hacer de la existencia humana un eterno saltimbanqui de uno a otro. Y apliquemos un método: la lógica dialéctica. Es decir, esa liguilla mediante la que los diferentes sistemas compitan entre ellos hasta obtener el Sistema Perfecto. Y Único. Y, por tanto, el Sistema Supremo. En esa competición pretendemos seguir estando. Pero la existencia es tozuda y no se deja domeñar fácilmente. Tira al misterio, se mete en líos: por qué le pasa lo que le pasa, y por qué esta hecha de lo que esta hecha: tiempo y conciencia. Debido a ello, el contraataque infantil a todos los sistemas acaba, tarde o temprano, fracasando, y hundiéndose, con sus laboratorios, expertos, técnicos, ejecutores y oportunistas dentro. Pero yo sigo viendo tipos que existen angustiosamente, sin muchas oportunidades, ni lugares donde poder conocer el verdadero estado de su existencia. La visión del arte y de la cultura también ha fracasado en esta misión, al convertirse ellos mismos en respectivos sistemas, con sus expertos, técnicos, ejecutores, intermediarios y charlatanes a sueldo para su mantenimiento.
¿Tenía razón Hegel respecto a nuestra incapacidad para enfrentarnos cara a cara a nuestro trágico destino? ¿O la tenía Kierkegaard al reclamar para el individuo la libertad y la única responsabilidad del conocimiento de la fe de su existencia, angustia inevitable mediante? Ciento cincuenta años de aquella visión del escritor danés el dilema continúa. Sin embargo, arrastra un interrogante, que es una herida abierta que nunca se cierra, por donde sangra y se fuga la fe inquebrantable de los sistémicos en el bienestar que sienten dentro de su sistema. Si no dudan, ¿cómo saben que han de cambiar de chaqueta, perdón de sistema, cuando en el que viven ya no pueden respirar, ya que cerrado sobre sí mismo los ahoga, antes de que los devore?. Pero si dudan, ¿cómo pueden seguir hacia adelante dentro de su sistema? ¿Lo habrán dudado todo? ¿Qué significa eso?, se pregunta el escritor danés ¿Dónde los coloca su duda? ¿O se han corrompido del todo a fuerza de estar ahí siempre metidos?, me pregunto yo. Porque dudar es abrirse a nuestra naturaleza inacabada e imperfecta, que es la propia de toda existencia humana. Es abrirse a esa forma radical de dolor y angustia. Significa reconocer que la vida es una maravilla tanto como una mierda. Y que lo maravilloso y lo nauseabundo se dan al mismo tiempo, y uno junto al otro. Pero significa, sobre todo, que a pesar de ese reconocimiento vale la pena seguir existiendo para alcanzar el conocimiento de por qué estamos aquí. De la fe en nuestra existencia.
En un sistema se dura, no se existe. Existir nos angustia, cierto. Pero durar dentro de un sistema nos ahoga y nos enajena. Tal vez la mediación de la ficción sea el camino intermedio. De la mano de un narrador imaginado podemos abandonar por unas horas el sistema que nos protege y nos anula, sin que nos lacere con tanta virulencia la angustia y el dolor de la existencia.