Siempre que nos enfrentamos a un relato, digamos, "raro", tengo la duda de a quien imputar la "rareza". Si lo hago al propio narrador del relato, es decir, a su manera de persuadir al lector, únicamente circunscrita dentro del ámbito de los experimentos con el lenguaje, y alejado, entonces, del interés y el aliento propio de la vida. O si la imputo al lector, que no acaba de decidirse a contrastar la rareza del relato con la rareza de su experiencia, valga decir, con el lado mas oscuro y desconocido, para el mismo lector, de su particular experiencia. Veamos.
¿De quien es mi experiencia? Dicho así lo primero que se me puede venir a la boca es que es mía, solo mía, y nada más que mía. Pero probablemente lo esté confundiendo con el lado pragmático y literal de mi biografía. Para entendernos, con los datos y sucesos de mi curriculum o historial, sea éste profesional, sentimental, deportivo, clínico, familiar, etc. Desde este punto de vista no discuto que Avery, Jean, Lucjan,... tienen una biografía distinta de la mía, y la una y las otras distintas a su vez de las biografías de cada uno de los otros lectores. Y todas ellas, entre sí, a su vez, intransitivas. Es decir, incomunicadas e incomunicables.
Ahora bien, si entiendo la pregunta como el impulso para salir de esa jaula o foto fija - en que se convierte mi biografía comprendida solo así -, y como el punto de arranque de mi aprendizaje fuera de ella, mi experiencia es básicamente delegada, es decir, la vivida por Avery, Jean, Lucjan,... Y la vivida por los otros lectores en el itinerario de su lectura. Mi aprendizaje consiste, sobre todo, en saber qué han aprendido Avery, Jean, Lucjan,... y los demás lectores. Experiencia delegada significa, por tanto, que soy, somos, fundamentalmente Avery, Jean, Lucjan,... y los otros lectores, con sus ideas, prejuicios, creencias, vida cotidiana. Y no cuesta nada deducir que lo que nos impresiona y percibimos lo hace también por relación con nuestro aprendizaje, que es experimentar lo de los otros. Me puede impresionar lo que le ha sucedido a alguien con más fuerza que si me hubiera sucedido a mi. Por tanto, forma parte de mi todo lo que experimento, toda mi experiencia asumida.
A la hora de hablar o escribir sobre "La cripta de invierno", ¿qué es absolutamente necesario para qué los otros lectores escuchen, y yo justifique, al tiempo, que ellos me escuchan?: que me sumerja en su experiencia. Ya que la propia experiencia, y la lectora con mayor exigencia y rigor, puede ser compartida con los otros pero no se puede experimentar por otros, pues su carácter, como decía, es lo propio de lo estrictamente biográfico y básicamente intransitivo. Probemos a compartir un dolor de muelas o de cabeza con el ser que uno más quiera, y observaremos que el otro (o la otra) se pone triste, o que se desespera, pero que no le duele en el mismo sitio y que a menudo ni siquiera le duele.