"Llega un momento que
te das cuenta que todo es un sueño
y que sólo lo que se preserva
en la escritura
tiene alguna posibilidad de ser real"
(James Salter, escritor norteamericano)
La rosa que nace en su rosal es sin por qué. El jardinero que la cuida es un suceso que lo percibimos en la conciencia general que compartimos. Un poema sobre esa rosa y su jardinero es un acontecimiento irrepetible, que se percibe únicamente desde el acceso a la conciencia poética. Igualmente las palabras que intercambiamos en la oficina cada día suceden. La lectura de un relato sobre lo que nos decimos en la oficina es un acontecimiento narrativo. Nuestra vida está llena de sucesos. La literatura (y el arte en general) es el acontecimiento que da cuenta de uno de esos sucesos, que por acontecer así, y no de otra manera, que por ser narrado con una voz y no con otra, convierte al suceso rutinario en algo significativo. Único e irrepetible. Es decir, en una estrategia de comunicación. Los sucesos se suceden, sin más, uno detrás de otro. A veces fluyen como el agua, otras se nos aparecen con la movilidad de una roca o el musgo. Son actos puros de fe y de fuerza, más la ayuda técnica correspondiente. El acontecimiento literario es un acto de sentido y conocimiento mediante el poder de la voluntad. De, al menos, dos voluntades: el que narra y el que lee. Y un salto hacia ese sentido y conocimiento. Digo que debe ser un salto, porque no me refiero al reino del conocimiento exacto y concluyente pertenecientes a nuestra conciencia en general, ese espacio común donde normalmente habitamos junto a nuestras obviedades y claridades aparentes. Es un salto, el que debe dar el lector pensante, desde donde le suceden los sucesos precisos, el mismo lo es, hasta donde se encuentra el conocimiento y la conciencia del narrador, que se dan sólo en el tiempo poético. Un conocimiento y una conciencia que ya no son exactos, ni son generales. Ese encuentro, cuando se produce, es la forma que adquiere el acontecimiento literario. Talmente, un poema, un cuento, una novela,...
A pesar de todo lo que se dice y se escribe sobre interactuación en la literatura (y las demás artes), yo creo que todo sigue más o menos igual que antes de Nietzsche, que fue el que reformuló las interrogaciones del hombre moderno, induciéndolo a asimilar un estado nuevo: verse pensando, verse leyendo, verse mirando, verse escuchando. Lejos de todo eso el lector medio actual (por ceñirme a la literatura) sigue leyendo, para entendernos y en el mejor de los casos, como leían los burgueses honrados en la época de Balzac o Dickens. Seguimos leyendo con la misma fe o cinismo, según los casos, que ponemos en la vida.
Al respecto de esta opaca fatalidad nuestra, que la extendemos sin reparo al resto de la naturaleza tratando de domesticarla al servicio de nuestros fatales intereses, os dejo lo que dice el filósofo Víctor Gómez Pin:
"Teniendo como particularidad de su especie esas facultades que son el lenguaje y la razón, el animal humano se realiza cuando las despliega y fertiliza, por ejemplo forjando metáforas o sintetizando fórmulas. Mas entonces ¿por qué una persona puede llegar a sentir que el pensar no va con ella, qué sólo en la inercia, las costumbres, los hábitos y los elementales placeres a ellos asociados tiene sentido su vida? ¿Hay en el individuo humano una debilidad intrínseca que le mueve a ceder, a renunciar al esfuerzo que el pensamiento exige, repudiando así su propia condición específica? La hipótesis es más bien que esta astenia, este polo negativo en cada uno de nosotros, tiene raíz, cuando menos parcial, en una estructura social de la que todos somos partícipes, en un dispositivo creado por el hombre pero convertido en una máquina de deshumanización, en un generador de circunstancias que conducen a una situación mutiladora."
Hace falta algo más que fe, buenos propósitos y grandes titulares en las tribunas mediáticas y los suplementos culturales. Hace falta una organización social que desacralice nuestras bajas pasiones y nuestros hábitos zafios, los mismos que evitan que adquiramos la consciencia de nuestra corresponsabilidad en lo que nos sucede, echando la culpa al chivo expiatorio de turno. Para todo ello, empezando sin demora desde la escuela, hace falta la adquisición y el cultivo (no confundir con las últimas habilidades técnicas) de una mirada propia, hoy ausente en los usos académicos y en las disciplinas convencionales. Y también, como no podía ser de otra manera, ausente de los círculos oficiales de corrección social y política, donde es imposible dar un salto sin que vayas a caer de pie, si tienes suerte y contactos, en el mismo sitio. La construcción de una mirada propia que se presenta como la condición inicial para afrontar no sólo las obras de creación particular, sino también la toma de decisiones, la orientación del esfuerzo laboral, la significación del esfuerzo cotidiano y el entendimiento de contradicciones y ambigüedades a que nos vemos sometidos en el día a día.
Por lo mismo que no puede haber creación sin conocimiento, tampoco hay conocimiento sin creación. En la práctica diaria, cuando estos fundamentos han sido convenientemente desarrollados, no cabe distinción entre ellos. Lo que posibilita que la creación individual pueda acontecer en el sitio menos esperado, o cuando sea necesario socialmente, siempre y cuando haya voluntades dispuestas a transformar los sucesos que forman el flujo o la rocosidad de la vida en un acontecer único y significativo. Lo cual también acaba con la idea romántica del artista como un tipo excepcional, hecho de una pasta diferente al común de los mortales, y bendecido de forma permanente por la gracia divina de las musas.