En buena medida las sociedades actuales lo son en función de lo que dictan y determinan sus expertos y técnicos. Hay expertos para todo: información, salud, economía, educación, psicología, abogacía, ecología, historia, geografía, ecología, sexo y reproducción, amores y adulterios, vejez, y tal y tal. Esta sociedad de los expertos y los técnicos consigue que todos tengamos cada mañana, semana o mes (según los ritmos y periodicidades) perfectamente cocinado y enlatado, servido en casa a través de las diferentes terminales de que disponemos, y que hoy nos proporcionan de forma masiva las nuevas tecnologías, lo que tenemos que decir en los diferentes foros profesionales, sociales o familiares donde desarrollemos nuestra experiencia vital. Creyendo y haciendo creer a los otros que eso que decimos lo hemos pensado nosotros. De esta manera el ciudadano ha ido la perdiendo, si es que la tuvo alguna vez, la condición primordial de sapere aude (atreverse a pensar por sí mismo), que es lo único que le otorga la auténtica legitimidad a su saber ser libre, justo y fraternal. En definitiva, a ser y comportarse como un auténtico ciudadano. Mejor que piensen por mi los expertos y técnicos sobre las cuestiones que me interesan, venimos a decir. Y, ya puestos, sobre todas las demás. Yo, si puedo, me limito a pagar. Y sino, me quejo.
Pero, ¿qué es lo que pagamos realmente? La ilusión de que somos libres, justos y fraternales, que es lo mismo que comprobar que hay una oferta variada y divertida de todo en cada estantería. Y lo mas importante y peligroso, pagamos la ilusión de que participamos y de que somos dueños de nuestro propio destino. En definitiva, pagamos la ilusión de que sabemos. Olvidándonos de que la sociedad sólo funciona, si nosotros la hacemos funcionar con nuestra particular forma de pensar por nosotros mismos. En esto se oye lejanamente el eco del pensamiento de Platón. Una sociedad de ciudadanos no funciona como si fuesen los clientes que pagan lo que les ofrecen los diferentes expertos y técnicos. Así funciona el Mercado, que convierte a los ciudadanos para la ocasión en valor de cambio. Y para siempre en mercancías si se hace dueña de todo el imaginario colectivo. Como es nuestro caso. Una disciplina, el mercado, cuyos expertos y técnicos, por cierto, tienen una imaginación desbordante, creando unos relatos realmente persuasivos. Los del mercado hacen verosímil ante sus clientes lo imposible. Los otros expertos fuera del ámbito del mercado se creen, y nos quieren hacer creer, sus propias mentiras. Eso marca la diferencia del éxito que tienen entre los ciudadanos a quienes se ofrecen. Éxito de un mercado que no deja paso a otro destino que no sea despóticamente el suyo.
Probablemente la globalización económica y financiera acabará con la idea de democracia moderna, tal y como la imaginaron nuestros padres fundadores. Es más fácil manejar a un cliente que a alguien que piensa por si mismo. Pero, atención a la madre del cordero de este asunto, es mas fácil soportarnos mejor como clientes que como pensadores de nosotros mismos y de los demás. La pasta derrumba muros y fronteras. Las ideologías los levantan. No el sapere aude. Que nadie piense que el muro de Berlín cayó hace 25 años por la fuerza de las ideas. Lo levantaron los clientes de un ideología concreta y lo derrumbó el empuje de los clientes de la contraria. Cuando el pensamiento se esclerotiza se hace costra y producto en forma de una ideología, sus pensadores se convierten, entonces, en comerciales de ese nuevo producto. El muro cayó por que mola mas el Berlín sin muro, que el que lo partía en dos. Nada mas hay que pasearse hoy por sus calles y ver las fotografías de antaño en los museos. Ahora bien, como dice un titular que leí el otro día: la Alemania de entonces se ha aburguesado. Ya ven.
¿Qué sociedad se ha ido creando a través de esta lente clientelar, mediante la que miramos el mundo? Una sociedad de clientes cansados conviviendo entre clientes cansados. De eso va el libro "La sociedad del cansancio", del escritor Byung-Chul Han. Y es que pensar asusta, sin duda, pero ser siempre cliente cansa. Cansa muchísimo. Lo que produce tipos muy aburridos. Tipos que siempre tienen que estar haciendo algo. De aquí para allá. Y a toda velocidad. Tipos que son incapaces de imaginarse no haciendo, metidos dentro de un sitio. Pero ojo, si esta es el alma de la sociedad de hoy en día y lo va a ser mas la del futuro, el escritor Han, sin embargo, no lo ve como una catástrofe, sino casi como una bendición. En este sentido no es un libro cansado, sino esperanzado. Ya que como se oye decir en un momento, cuando menciona a Maurice Blanchot: "el cansancio tiene un gran corazón".
Leamos y escuchemos - lentamente y con atención, sin estar pensando en que tenemos que hacer otra cosa - la primeras palabras del capítulo 'Pedagogía del mirar' y la últimas palabras del libro:
Pedagogía del mirar
"La vita contemplativa presupone una particular pedagogía del mirar. En el ocaso de los Dioses, Nietzsche formula tres tareas por las que se requieren educadores: hay que aprender a mirar, a pensar y a hablar y escribir (¿os suena el estribillo?). El objetivo de este aprender es, según Nietzsche, 'la cultura superior'. Aprender a mirar significa acostumbrar el ojo a mirar con calma y con paciencia, a dejar que las cosas se acerquen al ojo, es decir, educar el ojo para una profunda y contemplativa atención, para una mirada larga y pausada. Este aprender a mirar constituye la primera enseñanza preliminar para la espiritualidad. Según Nietzsche, uno tiene que aprender a no responder inmediatamente a un impulso, sino a controlar los instintos que inhiben y ponen término a las cosas. La vileza y la infamia consisten en la incapacidad de oponer resistencia a un impulso, de oponerle un NO. Reaccionar inmediatamente y a cada impulso es, al creer de Nietzsche, en sí una enfermedad, un declive, un síntoma de agotamiento."
Las últimas palabras del libro "La sociedad del cansancio":
"Handke (se refiere Han al escritor Peter Handke, autor de un libro titulado, 'Ensayo sobre el cansancio') esboza una 'inmanente religión del cansancio'. El cansancio fundamentalmente suprime el aislamiento del Ego y funda una comunidad que no necesita ningún parentesco. En ella despierta un compás especial, que conduce a una concordancia, una cercanía, una vecindad sin necesidad de vínculos familiares ni funcionales (...) El cansancio les da el compás a los solitarios distraídos."