sábado, 5 de diciembre de 2015

LA APARIENCIA BONITA

Con todo, lo peor de que la conciencia adulta consienta en ser engañada por la realidad, haciéndole creer que es también la verdad, es tener que aguantar durante toda la vida la apariencia bonita que hace una segunda piel en cada uno de nosotros, ocultando así semejante estafa. La irritabilidad que producen estas apariencias bonitas, construidas a fuerza de enajenar a su percha, tiene que ver con la tiranía de una técnica que acepta sin rubor la conciencia, con tal de no querer aceptar ese dolor que es mirar a la verdad de frente.

Nunca como ahora, creo yo, esta falta de honradez en que se convierte aquel consentimiento en la relación con lo creativo - sobre todo en lo referente a la creación audiovisual, más vulnerable que la creación verbal - ha afectado de forma tan directa y maliciosa a la narratividad en nuestras relaciones interpersonales, más sensibles a la imagen que a la palabra. La ausencia de problemas relevantes entre la clase media a la que pertenecemos y su entrega sin contención a la acumulación del poder que le proporciona el totalitarismo tecnológico, hacen imposible, de momento, la renovación de esa narratividad, es decir, la búsqueda de la verdad entre nosotros. Pues verdad y realidad se hacen una e indisoluble en la conciencia de este Homo Digital que todo lo puede y que se constituye como única realidad visible, bonita antes que verdadera. ¿Nostalgia? ¿Desesperación? ¿Quien recompondrá el orden natural del mundo que determina lo visible y lo que no podremos ver nunca, lo que entendemos y no entenderemos jamás. ¿Quien restaurará la narratividad que toda civilización necesita, para poder llevar con honor ese nombre, y que nace de esa brecha "sangrante" entre lo visible y lo invisible? En las condiciones ambientales de apariencia bonita generalizada en que vivimos es imposible saberlo. Lo que los romanos llamaban Pan y Circo ha existido siempre. Pero nunca como ahora lo visible ha sido igual a lo no visible. Y así como antaño a nadie se le hubiera ocurrido decir en voz alta que dios (lo invisible) no existía, hoy está bien visto que cualquiera pueda contratar a un técnico que le arregle el desajuste imaginativo que le impide hacer coincidir lo visible con lo invisible, que es lo que debe de ser. Hoy la conciencia se ha aliado con la técnica para hacer frente al engaño, que decía Goethe, a que la sometían la realidad y la verdad.


Y, sin embargo, no podemos decir, al contrario que aquellos feroces inquisidores de antaño, que quienes nos ofrecen su implacable y armónica apariencia, en todo momento y lugar, no sean gente bondadosa. Lo son. Nada en su forma de utilizar el lenguaje permite acusarles de la malignidad que acompaña a esa apariencia bonita. Ni puede hacerles ver el daño y el malestar que producen a su alrededor. El lenguaje para ellos es una herramienta más, como el coche o el ordenador, esa es toda su consistencia, y nadie acusa de maligno a quien usa "inocentemente" un chisme de esos. En fin, el lenguaje, no es para ellos eso que los hace tener la forma que aparentan, pero mediante el que, aunque no lo sepan, también pueden desocultar el qué y el por qué de esa apariencia. Lo cual hace que sea esa ignorancia narcisista la principal aportadora de malestar en nuestra sociedad del bienestar.

Pero tampoco podemos negar el derecho que todo ser humano tiene a no desvelar sus secretos y mantener a salvo su intimidad. Aunque la verdad no tenga nada que ver con eso. La verdad tiene que ver con lo que niega su apariencia bonita. Una apariencia que se hace roca cuando se acerca a su lado la voz de alguien que no conoce. Invocan entonces, los de la apariencia bonita, maneras de la buena educación o de la eficiente pedagogía para apartar de su lado ese estorbo. Pues todo lo que pueda salir de su boca está bendecido por un sano criterio y una voluntad intachable en su propósito, difícilmente denunciables. Sin embargo, la apariencia no tiene demasiado sentido cuando todo el mundo pretende que sea bonita. O lo que es lo mismo, teñida por la firme creencia de que siempre es posible volver a empezar. Es esa noria donde da vueltas el aburrimiento de los dioses, y de los seres humanos que aparentan obsesivamente ser inmortales.

La realidad es que somos nuestro deseo ilimitado e insatisfecho, pero la verdad es que su satisfacción exige riesgos que hacen temblar a nuestra apariencia bonita. Queremos más, sin poner en peligro donde ya estamos y todo lo que tenemos. La desproporción entre un hecho y sus consecuencias, como temía Kafka, se ha hecho en nuestros días inexperimentable. Y, por tanto, fatalmente inexplicable. No se si somos conscientes y responsables de lo que decimos, del uso que hacemos de nuestro lenguaje. Yo creo que nuestra apariencia bonita nos lo impide. Es una de las conductas que más irrita, por la injusticia que arrastra sin hacer mella en los interlocutores. Sin convocar de urgencia a los tribunales. Quienes son así, temerariamente injustos, no quieren ver que las historias y los personajes "feos" los ponen delante de todo lo que oculta su apariencia bonita. Que lo auténtico es contemplar al mismo tiempo la apariencia bonita y toda la "fealdad" que oculta. Y que eso solo lo puede hacer la ficción. Pero cuando la irritación un día se hace incontrolable, los injustos hablan de un cambio en la pedagogía o de que se han equivocado de sitio. Y de nada vale que se les diga que si no ha habido previamente un mínimo esfuerzo con el pensamiento, lo normal es que al hablar no salgan nada más que sandeces por la boca. Todo el mundo está amenazado por este peligro. Y de lo que son responsables quienes así se comportan es que un número indeterminado de esas sandeces callejeen como pordioseras sin rumbo ni destino por las ciudades, sin asidero significativo a que acogerse. Al final, lo de la injusticia queda para momentos de mejor ánimo moral, y la irritabilidad acaba callejeando también sin destino por las calles de la ciudad, produciendo con las sandeces la falta de vergüenza que hay en eso que llamamos contaminación verbal e icónica. Pero lo peor es arrastrar durante días el sentimiento de culpa y desamparo. No sé si por este orden. Culpa por pensar que intentar mostrar lo invisible a la apariencia decente y bonita, no deja de ser un asunto propio de villanos. Desamparo porque no hay con quien desahogarse. Vulnerar la armonía de una apariencia bonita convierte a quien lo intente en un tipo fuera de la ley, al que no detienen nunca.