lunes, 21 de diciembre de 2015

LA MUERTE DE IVAN ILICH, novela de Lev Tolstoi

La lectura del primer capítulo de la novela “La muerte de Ivan Ilich”, de Lev Tolstoi,  me induce a pensar que lo que me va contar el narrador se resume en el refrán que dice: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. O dicho de otra manera, la muerte es algo que siempre les ocurre a los otros. Y no hay nada más cierto en su literalidad, ya que cuando me ocurra a mí también será asunto de los otros como me ven muriendo. Ya que yo ya estaré bastante ocupado con morirme. Vista así, la muerte nunca es asunto que tenga que ver con la vida de uno. Pero igualmente, siendo honestos, le pasa a la felicidad, que al igual que la muerte, no tiene que ver con la vida, porque no acaba de llegar nunca o solo llega al final. Felicidad y muerte tienen un extraño paralelismo, ya que ocupan un tiempo y un espacio que que no es el de la vida. Entonces, ¿qué es la vida? ¿Lo que hacemos mientras esperamos que nos llegue la felicidad y la muerte? O sea, ¿engañar al fisco, como quiere hacer la viuda de Ilich, trajinar con las cartas, como hacen sus amigos y colegas de la Audiencia de Justicia? ¿Ir al bollo o al lío?

Es interesante leer y hablar sobre la muerte, porque es lo que le falta a la plenitud de la vida. Es por ello que la literatura, que no es la vida, es la única que se puede encargar de esta misión, que no puede ser otra cosa que una visión. No en balde los dos asuntos recurrentes que dan solidez y sentido a cualquier historia de ficción, desde la Biblia, son impropios de la vida: la muerte y la felicidad. Si nos fijamos, felicidad, muerte y literatura se encuentarn en el mismo espacio y tiempo. Se encuentran en un lugar y un tiempo indeterminados fuera de la vida. Y los hace coincidir, ante el lector, su experiencia con el lenguaje de la ficción. Un lenguaje que no traduce ninguna vivencia existencial, ni metafísica. Es esa vivencia. 

En fin, lo que quiero decir es que podemos continuar viviendo y, de paso, engañar al fisco. O irnos a jugar a las cartas con nuestros amigotes a la playa o a la montaña. O podemos tratar de entender este lío de la vida y continuar leyendo “La muerte de Ivan Ilich”. Hagamos lo que hagamos, nada ni nadie dejará de estar en su sitio. Los muertos en el hoyo y los vivos al bollo. Ciertamente. El único interés que tiene mirar al hoyo es que proporciona levadura, textura y una nueva perspectiva al bollo. Escuchar a los muertos, impide a los vivos ser eminentemente planos. Evitando, en consecuencia, el peligro de acabar siendo muertos en vida.