domingo, 20 de diciembre de 2015

MISTERIOSAS, PERO NECESARIAS E INAPLAZABLES CONEXIONES

Fuertemente determinados por el principio de localidad, ya que es lo que condiciona todo nuestro día a día, tendemos a creer que nada puede ocurrir en otro lugar que no sea exactamente eso que ocurre donde habitamos. Fuera del lugar donde sobrevivimos no vale la pena viajar: no nos entendemos. No vale la pena iniciar ningún viaje que no sea el turístico. No vale la pena viajar como la forma suprema de prestar atención al otro. Y si no nos entendemos es inútil cualquier esfuerzo diseñado para tal fin. Diría mas, los esfuerzos, ahí dentro, solo se diseñan para acometer con eficacia el enfrentamiento perpetuo entre el lugar donde se alimenta el cuerpo y el lugar donde se alimenta el alma. Un enfrentamiento que nos mete, sin remedio, en un callejón sin salida. Un enfrentamiento que pueda que nos nutra el cuerpo, pero que inocula una anemia implacable y constante en el alma. Un enfrentamiento que nos hace abandonar para siempre el anhelo de una comunicación humana, digámoslo enfáticamente, sin fronteras, que no oculta la paradoja sobre la que se sustenta: su incomprensible inutilidad. Pero que, al mismo tiempo, nos advierte del peligro que nos amenaza si nos quedamos hablando entre nosotros mismos dentro de nuestro territorio. Es decir, si negamos con nuestro obstinado encierro el principio de transitividad, intrínseco a toda verdadera comunicación entre seres humanos: uno, que quiere ser alguien, pone algo que tiene a disposición de otro que aspira a lo mismo, a dejar de ser nadie en el lugar que habita, y llegar a ser alguien en ese lugar desconocido que se le propone. Una comunicación que solo es posible si los interlocutores ocupan, claro está, lugares diferentes. Una comunicación que nos salva del aislamiento y de la ruptura definitiva con el mundo. De eso se trata.

Narrador y lector. Muertos y vivos. Presente y futuro. Futuro y pasado. Tiempo histórico y tiempo poético. Memoria y olvido. Deseo y dolor. Lo que destruimos y lo que construimos encima. Pérdida y duelo-consuelo. Amigos de toda la vida y amigos literarios o del alma. En fin, entretenimiento y conocimiento. No intentar la comunicación, es decir, no transitar entre estos ámbitos porque creemos que es imposible, porque no aparece ante nuestros ojos - de forma explícita y con la luz a la que estamos acostumbrados - la fuerza o el hilo conductor que une lugares o sentimientos tan disímiles o tan lejanos de donde ponemos los pies cada día, es tan peligroso, repito, como creer exactamente lo contrario. A esta última fe, para entendernos, pertenecerían las personas que habitan el variado y colorido ámbito que conocemos genéricamente como Autoayuda. 

Llegados a este perturbador dilema puede ser conveniente que volvamos a oír el sentido que nos proporciona el aforismo borgiano: “nada se edifica sobre la piedra, todo se edifica sobre la arena, pero hay que edificar como si fuera piedra la arena”.