miércoles, 11 de noviembre de 2015

EL REGALO DE REYES, cuento de O'Henry

Es habitual en las conversaciones entre lectores, cuando uno de ellos le dice al otro que está leyendo tal o cual libro, tal o cual cuento, una pregunta por parte de este último que de forma invariable dice así: ¿de qué trata el libro o el cuento de qué me hablas? Hoy en día, después de haber oído todos los argumentos posibles, que siempre son más o menos el mismo, sólo puede haber una respuesta atinada: trata de cómo se lee el libro o el cuento en cuestión. De eso va el cuento "el regalo de reyes."

Hay algo de lo que no nos podemos librar: el paso de tiempo. Ese transcurrir que nos ha hecho seres adultos, es lo que hace que nuestra lectura, necesariamente, acaba siendo una lectura adulta.Ya que al contrario de los niños que toman la ficción por verdad, y de los adolescentes que la toman por falsa, los adultos o mayores de edad lo somos porque tenemos, de forma mas o menos explícita, un acusado sentido de la realidad, lo cual es imposible sin tener al mismo tiempo, lo sepamos o no, un sentido de la ficción.

La felicidad no es placer ni éxtasis. Es poder ver juntos el sufrimiento y la dicha. Es la visión de lo que no debe ser separado. Es saber distinguir dolor y daño. Es discernir que el dolor pertenece a la vida y el daño es lo que hacemos con el dolor. Todo eso lo acaban experimentando, es decir, sabiendo, y nosotros a su lado, los enamorados protagonistas de "El regalo de reyes". Y es que este cuento va, sobre todo, de una experiencia inigualable e irrepetible con el lenguaje de su narrador.

Ah, y si alguien todavía que piensa, como Jim al principio del cuento: "Si el rey Salomón hubiese sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim habría sacado su reloj cada vez que pasase, solo para verle mesarse las barbas de envidia", decirle que el rey Salomón no es conocido tanto por sus tesoros - de esos monarcas ha habido muchos a lo largo de la historia de la humanidad - sino porque, al parecer, pedía con insistencia al Eterno que le concediera un corazón inteligente. Ese que al final del cuento acaba implantando a sus protagonistas, y, después de un denodado esfuerzo, también a todos los lectores y lectoras que lo leímos en su compañía.