Enseñanza, ¿para qué? Todos sabemos que la enseñanza humanista tradicional tiene cada vez menos influencia en la vida de los actuales ciudadanos digitalizados. Enseñanza, ¿para que? Valdría con un barracón donde proporcionar a los discentes las cuatro habilidades técnicas que necesitan para ser eficaces emprendedores y un patio de recreo para entretenerse con sus ambiciosos colegas de empresa. ¿Nos vamos a decepcionar anticipadamente por ello? ¿Tiene cabida la decepción en el ámbito de lo comprensible? ¿O es incomprensible, como el fracaso, la finitud, en fin, como la muerte? Quizá nos convenga mejor pensar, como homenaje, que si esa forma de enseñar está tocando a su fin es porque ya ha realizado con éxito el trabajo que le habían encomendado nuestros grandes maestros. Nada de nostalgia. El mañana no está escrito, que es lo mismo que decir que lo puede escribir cualquiera. O se puede escribir a cuatros manos. La libertad bien entendida consiste es eso. Es una cuestión de fuerza y de su sentido, no únicamente de anhelo.
Tenemos, por un lado, a los incansables promotores del Yo Emprendedor y Entretenido con sus narraciones atiborradas de bits y píxeles, que se seguirán deleitando en contar historias que cada vez tendrán menos relación con las cosas que pasan en este mundo, que es donde, vaya por dios, siguen pasando las cosas que nos afectan. El espíritu racionalista ha alcanzado su máxima aspiración con el Yo Digital, perfeccionamiento irreversible del Yo Faber. Un Yo Digital que mediante bits y píxeles consigue imaginar un mundo perfecto e inmortal, al margen de la imperfección y finitud del mundo natural. Un Yo Digital que ha inventado una gramática donde signo y significación alcanzan la síntesis definitiva. Lo que quiero decir es que Dios, que sigue sin saber que hacer con su aburrimiento, ha caído en la tentación y también se ha digitalizado.
En algún hueco de este espectro digital apabullante, los humanistas de siempre seguiremos tratando con nuestras contradicciones de siempre. No podemos mirar sin pretender dominar el objeto de nuestro mirada. No podemos leer sin ponerle el ronzal en la boca al narrador de nuestra lectura. Pero ese será nuestro futuro, que ya es presente, en el que, de seguir así, no podremos. Mas bien podrán con nosotros. No exactamente la ausencia de sentido, sino la multiplicación imparable de sentidos que se contraponen, se potencian, se anulan, se sublevan, se tuercen, se retuercen, descienden y se elevan. No podremos con toda esa fragmentación sensorial que se nos echa encima. Por eso nuestros dioses se han aburrido de la intratable fanfarronería de este humanismo de un solo carril y con un solo golpe de ojo. Pues nunca fue así el tiempo que nos vive en el cuerpo. Lo que no quiere decir que tengamos que sentirnos sometidos. Ni que tengamos que dejar de luchar y esforzarnos, y tal y tal. No será un futuro de esclavitud a la forma aristotélica. Será un futuro, como dice el coreano berlinés Han, de amable retirada del Yo humanista caduco de la primera línea de fuego, desde donde ya ha disparado todas sus municiones contra todo lo que se ha movido durante los últimos quinientos años. Después de medio milenio de campanuda egolatría humanista, será un futuro, al fin, de venerada y venerable humildad. O no será.
¿Será la Humildad, vista así, otra distopía mas? ¿Lo serán sólo los Bits y los Píxeles? ¿Podremos, ahora sí, llegar a algún pacto entre humanos de tipos móviles y humanos de tipos bits y píxeles? Un pacto que valga para obtener provecho de las limitaciones de cada tipo. No ninguneándonos, sino mirándonos cara a cara.
No me preocupa un futuro, digámoslo usando la terminología humanista, de alfabetización solo con tipos bits y píxeles. Yo he sido educado en los tipos móviles de la imprenta, que es lo propio de la galaxia Gutemberg y aquí sigo. Además no me cuesta nada reconocer que se han escrito y cometido mas barbaridades mediante el uso de los tipos móviles que con los tipos bits o píxeles. Sencillamente la era digital acaba de comenzar. No ha tenido tiempo de escribir la barbarie que acompaña a toda cultura. Sus seguidores mas fanáticos están embelesados con sus nuevos juguetes. Lo que si me preocupa es un mañana de seres hablantes que "piensen", digamos, con el estilo costumbrista de siempre, usen para empresa tan edificante tipos móviles o tipos bits o tipos píxelados. Porque hablar, lo que se dice darle al pico y hacer garabatos, no vamos a dejar de hacerlo. Pero hablar, mirar y escribir sobre lo que hablamos y miramos es lo que define y apuntala nuestra finita e imperfecta humanidad, que está por encima de los tipos con que exprese su barbaridad o su civilidad. Y aunque sigamos pensando y mirando el mundo con ese estilo costumbrista que, como una costra, nos blinda tanto como renueva nuestro orgullo contra toda la incomprensión que nos aflige, no dejaremos de ser frágiles seres humanos. Pixelar nuestra humanidad costumbrista de siempre, hasta hacerla irreconocible, no nos librará jamás de nuestra finitud y nuestras limitaciones.
¿Qué hacer? En esta ocasión sí, al contrario que en otros momentos de nuestra existencia, aprender a mirar hacia otro lado. No debemos consentir vivir estos nuevos días de bits y píxeles sin que nadie nos diga nunca que hay poesía, por ejemplo, en nuestro trabajo (donde pasamos un tercio del día), y que acaso sólo la haya en los cansados fines de semana. No podemos seguir con la fatalidad de la maldición bíblica de que ganaremos el pan con el sudor de nuestra frente, y el séptimo día "descansaremos". No podemos vivir sin que encontremos un lugar y un tiempo donde poder enderezar el significado de tanta distorsión enfermiza. Ese lugar y ese tiempo donde entendamos en compañía de los otros que todo lo que es conocimiento, de lo natural a lo poético, de lo empírico a lo intuitivo, contribuye a dibujar una imagen de las cosas mucho más cercana a la realidad o a la verdad que nunca encontraremos, por mucho que la pixelemos, o que nos pixelemos. Ese lugar y ese tiempo donde se pierda el miedo a aceptar, y a decir sin vergüenza, que toda vida es vivida, que toda vida aloja en su interior algo poderoso y desconocido bajo el nombre de la práctica creativa. No se puede vivir sin saborear la dignidad que hay en los sinsabores y en los placeres de cada día. No se puede vivir sólo pensando en tener una idea fija: ocupar un lugar relevante en el carrusel de la historia pixelada o en tener que resignarnos a imitar o escuchar a sus hombres excepcionalmente pixelados. No vale la pena volver a fracasar viviendo como hemos vivido los de la imprenta, tratando de querer ser durante toda nuestra vida como Napoleón. Ese gran fundador de la decepción moderna que se resume en que cualquier don nadie bajito y aislado puede llegar a ser, si se lo propone, El Alguien Mas Grande Jamás Visto. ¿Mamá por qué Yo no puedo ser Napoleón? Porque con uno ya hemos tenido bastante. Los humanistas de tipos móviles no podemos consentir que los nuevos humanistas de bits y píxeles cometan las mismas barbaridades que los de nuestra cultura de la imprenta. Porque sabemos de los beneficios que tiene el Pensar con la cabeza. Porque además del pensar al estilo costumbrista, el Pensar con la cabeza, también, lo hemos inventado nosotros. Los de los tipos móviles de la imprenta.
Así pues, debemos pensar en el hecho de que nuestra Democracia Lecto-Escritora no es lineal, es aHistórica y sin Tipos Excepcionales al frente, pero está protagonizada por cientos de historias singulares e irrepetibles. Su futuro será imperfecto e intersubjetivo. Lo cual significa algo a lo que no estamos habituados: que todo se puede ver siempre de otra manera. Que lo importante es la fuerza de la perspectiva de la mirada, no la meta, ni el éxito, ni la fama. Esos dos impostores. Este es el gran reto que tenemos por delante. Sea representado con la mezcla de soportes que a cada uno le pete. Nuestra Humanidad sera así, o no será. Todo lo cual no invalida lo de siempre: que no hay en cada día mejor "oración", mejor manera de reconciliarse consigo mismo, mejor religión (religar los trozos en que nos rompe la vida diaria), que esa trabazón entre lo que uno hace en ese día y lo que piensa sobre que lo hace. Y sobre lo que le hacen. Debemos avisar a los humanistas de tipos bits y pixeles del peligro que subyace en el hecho de separarse de los escalones que nos elevan a nuestro pequeño cielo (conocimiento), ya que sino, mas pronto que tarde, acabaremos metidos de coz y hoz en el más grande infierno que podamos conocer, que es donde nos quemaremos todos. Decirles que juramos por todos dioses que el paraíso no existe. Y que la inocencia, a partir de los nueve años, tampoco. Aunque con los bits y los píxeles parezca, como la juventud, que ahora dura para siempre. Que la felicidad pixelada l'Oreal es el otro nombre que recibe la enfermedad neuronal imperante (Han dixit). En fin, decirles que en lo que de verdad nos afecta todo sigue pesando y es tan duro como cuando a Adán y Eva los expulsaron del Edén. Luego, si queremos, a ese colosal esfuerzo lo podemos llamar entretenimiento o emprendeduría o enseñanza pública, pues que así sea. Al fin y al cabo, uno siempre vive entre-tenido, en público o en la intimidad, con la presencia o la ausencia de los otros, y se mueve emprendiendo el camino hacia donde está eso otro que no es uno. Por lo tanto, no dejemos que algo que es esencial y permanente (no confundir con lo costumbrista) a nuestra forma de estar en el mundo desde el principio de los tiempos, nos sea arrebatado por las argucias y urgencias de las cuentas de resultados de los actuales industriales de los bits y los píxeles, como antaño lo hicieron, de la forma que ya conocemos, los capos de las industrias de los tipos móviles.
Pensar siguiendo la costumbre es algo cuya banalidad nos acaba abrazando con toda esa fuerza que nos fija como un arado a su tierra: es que siempre se ha pensado así o esto es lo que hay. No hay humanismo que dure un día con semejante cantinela. Para pensar con la cabeza, sin embargo, hay que hacer el esfuerzo de elevarse para llegar a ver a las personas y a las cosas, en definitiva, al mundo bajo la influencia de una nueva perspectiva. Solo hacen falta los otros dos dedos de frente, que no debemos dejar que mojen el sudor del trabajo. Eso es todo.