sábado, 14 de noviembre de 2015

SOBRE CREER Y NO CREER AL MISMO TIEMPO

Uno de los peligros que tiene el estilo de vida y el uso el lenguaje costumbrista es que no permite ver las cosas de otra manera. Nuestra mala educación, de la que somos receptores y transmisores, hace que demos por indiscutible que Dios está siempre de parte de nuestras creencias y pensamientos y, por ende, de nuestra vida. Pasan los años, llegan esas crisis que ponen todo para arriba, el mundo se congestiona como nunca antes lo había hecho, las enfermedades neuronales progresan adecuadamente en nuestros cerebro, las almas, en consecuencia, se envilecen a un ritmo más acelerado, aunque los cuerpos quieran torcerle el brazo a la naturaleza apareciendo más jóvenes que nunca. En fin. 

Lo que quiero decir es que nos hacemos mayores. A pesar de todo ello - aunque ahora que lo pienso puede que sea debido a todo ello - no quepo en mi asombro al comprobar cada día la cantidad de gente que, de manera indubitativa, sigue diciendo en público que dios está de su parte. Lo que en versión laica quiere decir sentirnos plenamente satisfechos de nuestra buena educación - ¡si, como una costra sobre todas las voluntades y leyes habidas y por haber, prevalece la misma idea desde hace 100 años!; esa idea que en 1900 consiguió que el 65% de la población fuera todavía analfabeta total (12% en Francia, 5% en Alemania), y que hoy tiene en su honor conseguir que el 65% de la población no lea un libro nunca, ni de papel ni digital, y además se sienta muy orgullosa -, de nuestro inveterado optimismo, de nuestra irreductible ecuanimidad. Orgullosos de esos dones que nos hemos otorgado para convivir entre "seres humanos civilizados". Porque así creemos que somos y nos lo merecemos. Pero no se nos ocurre pensar, faltaría más, que fueran una colección de engaños para amedrentar y dominar a quien tenemos al lado. No se nos ocurre pensar que pensaríamos, entonces, de nosotros mismos. Cómo vivimos, eso es lo que habla de nosotros.

La ficción de la costumbre, esa que necesitamos vivir para que las cosas tengan sentido, está bien al menos durante un rato. Se me ocurre, la fiesta sorpresa de los cincuenta o de los sesenta. No mas. Pero solo ese rato, no toda la vida. Tratando de no darla, encima, como herencia a los vástagos. Pero, ¿qué culpa tienen ellos? ¿Qué culpa tiene la ficción de los delirios costumbristas de tanto adulto mal educado y pero acostumbrado? No nos engañemos. Afortunadamente los niños y la ficción saben perfectamente lo que quieren y lo que hacen con lo que quieren. En el caso de los primeros, por ejemplo, saben que existen los reyes magos aunque los juguetes los compran los padres; y la ficción sabe que sólo a través de sus historias se nos presenta la única oportunidad de acercarnos a la Verdad. 

Somos los adultos actuales los que hemos perdido esa capacidad primordial de creer y no creer al mismo tiempo. Somos los adultos actuales - sujetos, como dice el filosofo Han, a la obsesión de nuestro rendimiento - los únicos que pensamos ciegamente en una única realidad posible. La contante y sonante. La realidad que construye la costumbre de pensar siempre de la misma manera y en la misma dirección. Una dogmática costumbre, también auto explotadora. 

Lo que se pretende con las Comunidades de Experiencia Lectora, también conocidas como tertulias literarias, es crear un espacio y un tiempo donde además de "protegernos" de esta insana costumbre, poder volver a creer y no creer al mismo tiempo. Donde aprender a conversar y pensar a la vez, en ese tiempo y espacio que dan forma y sentido a nuestras tertulias. Leer en la edad adulta significa "volver a leer" como un niño. Es decir, volver a relacionarnos con las palabras con ese grado de asombro y perplejidad que tiene el niño cuando las escucha por primera saliendo de la boca de su madre. Creer así y al mismo tiempo no creer, ya que una parte sustancial de la vida, a diferencia del niño, ya ha pasado por nosotros. Esa sensación de creer estar leyendo algo que es y que no es ajeno, me parece lo más característico de la lectura adulta. Que trasladado a nuestra vida diaria vendría a ser como esa sensación de creer que hay algo a nuestro alrededor que nos pertenece y no nos pertenece al mismo tiempo. Como pueden deducir, nada que ver con la modorra que produce creer y pensar siempre de igual manera, cuyo correlato es ocupar siempre el lugar idóneo en compañía de familiares y amigos que, como no, nos conviene creer que son irreprochables.