jueves, 5 de noviembre de 2015

AL ENVEJECER LOS HOMBRES LLORAN, novela de Jean-Luc Seigle

 ¿Vivimos en el tiempo del fin del relato lineal?
No es que Dios escriba recto con renglones torcidos, lo que ocurre es que Dios ya no escribe como nos había escrito hasta ahora. O, peor aun, ha dejado de escribirnos. Insisto en el asunto porque pienso que es algo nos afecta a todos. Tanto a nuestra manera de mirar el mundo, como a nuestra manera de leer sus representaciones. Convendría que pensáramos sobre ello.
El relato lineal no era otro que el relato de Dios y el que llevaba a Dios (en las sociedades teologales). El relato lineal de la Razón (substituta de Dios en las primeras sociedades democráticas) es el que nos llevaba al paraíso de sus sueños. Ambos relatos nos proporcionan hoy una seguridad inmerecida. Decimos con incompresible suficiencia: esta es una historia bien contada, o es una obra maestra, pues remite a una tradición espiritual e intelectual que solo conocemos de oídas. Hoy es una ignorancia imperdonable no querer darse cuenta de que Dios ha muerto y que los sueños de la razón producen monstruos. Mas bien la lectura de estos relatos lineales nos deberían incitar, no sólo al mero regocijo, sino también a preguntarnos, ¿qué nos está pasando? ¿Qué hemos perdido tan importante, para que el deleite de estos relatos nos haga creer ilusoriamente que los hemos recuperado? ¿Creemos de verdad que el sentido del mundo de hoy lo podemos recuperar con el deleite del sentido de los relatos lineales del mundo de ayer? ¿No será que hay algo más oculto, que acompaña a nuestro visible deleite del relato lineal? Por ejemplo, un raro estremecimiento frente a una responsabilidad como lector nunca antes asumida, porque nunca antes la hemos imaginado. Lo propio de una situación como la nuestra: solos en el universo y sin manual de instrucciones a qué atenernos, es que construyamos de forma permanente e incierta nuestro particular relato. Un relato, ya no para compartir entre Dios o la Razón y los hombres, sino un relato para compartir entre humanos. Ya sabéis, esos seres poco habituados a relacionarnos con el lenguaje, y con el mundo, si no tenemos algún dios o alguna certeza que nos escriba. Los mimbres de ese relato tendrán que provenir, en gran medida, de lo que haga con nosotros  la angustia contemporánea, ese sentimiento difuso que aparece cuando Dios ya no nos escribe, y la Razón ya no razona. A saber, las discontinuidades temporales, los finales arbitrarios, la construcción abierta de los personajes, la fragmentación de las acciones, los protagonistas colectivos, el despojamiento de la conciencia, las voces "incompetentes"(niños, locos, drogadictos…), la relevancia de los objetos, la presencia constante de lo incomunicable,…

¿Por qué no lo hacemos? ¿Por que nos seguimos remitiendo a una realidad que ya no existe? ¿Por qué la Paideia Actual, con todas sus innovaciones acumuladas, sigue mirando, al fin y al cabo, a las luces fundacionales de la Ilustración, y no a la sombras de su acabamiento? En lugar de la triada fundacional abstracta y sumaria (libertad, igualdad y fraternidad), que no nos deja ver al estar concebida bajo la influencia de la luz cegadora de la razón, les propongo la triada que surge de la Experiencia Universal del Desastre, pendiente de la precariedad de la existencia individual (sospecha, pérdida y escucha), ya que nos permite imaginar bajo la influencia sombría de la visión creadora. "Quiero compartir contigo mis lecturas, pero no me fío de ti, ya que no me fío ni de mi sombra."¿Lo aceptamos como los frágiles y sombríos mimbres de cualquier relato y diálogo actual, fruto de ese sentimiento de sospecha y de pérdida, de angustia, en que nos ha metido la desaparición del relato lineal? ¿Cómo y dónde, nos queremos encontrar? ¿Cómo y dónde mostramos nuestra nueva y radical desconfianza? 

Yo quiero encontrarme con mis amigos lectores, sí, pero "no me fío ni un pelo de ellos". Porque veo, bajo las diferentes formas que tiene su apariencia, que son ellos quienes no se fían de si mismos. Es lo que tiene querer ser de vidrio. Entonces, ¿por qué vale la pena compartir la lectura con otros lectores? De forma anticipada, nunca porque son inteligentes, ni porque hablen bien, ni porque sean muy eruditos, ni porque tengan las cosas claras. De forma anticipada vale la pena estar a su lado compartiendo lecturas, si me dan pruebas continuadas de su humildad, el precepto imprescindible que mejor nos conduce hoy a la inteligencia y la sensibilidad. A un corazón inteligente. La humildad es la prueba del éxito que nos hace seres de nuestro tiempo: solos en el universo y sin manual de instrucciones. Ahora si, definitivamente desvinculados de la olímpica tradición ilustrada y decimonónica. ¿Humildes para siempre? Es imposible predecirlo, por eso "no me fío ni un pelo de los otros lectores."

¿Qué relatos se pueden escribir y leer desde la asunción decidida de la humildad y de la sospecha, de la pérdida de su linealidad? Evidentemente no "Eugenie Grandet". El narrador de la novela de Balzac esta encumbrado en las más altas cimas de la soberbia ilustrada. Es un narrador olímpico que cuenta la vida y la vanidad de nuestros tatarabuelos. Aunque nos complazca su lectura, deberíamos aceptar sin melancolía que nosotros no podríamos vivir ahí. Nada que ver con el narrador de "Al envejecer los hombres lloran", que nos muestra el negro mapa de nuestra moral e impotencia. El narrador de Balzac, cabalgando a lomos de la Razón y El Progreso - trasuntos decimonónicos de Dios - si lo sabe todo. Invita a la acción imperiosa e imperativa. El narrador de Jean-Luc Seigle se ha convertido en un humilde escuchador y transmisor de los lamentos y anhelos de unos seres abandonados de la mano Dios, la Razón y El Progreso. Invita a la sospecha que acompaña a la pérdida. Invita a la humildad. Es un artificio narrativo de primera magnitud para poder conjugar aquellos anhelos y lamentos, y que al mismo tiempo puedan ser oídos por el lector. Para poder ver y sentir en la literatura algo imposible de ver y sentir en la vida cotidiana. A saber, que la marcha de Albert sirva para salvar a Henri - el hijo muy amado sólo de su mujer, que está enamorada del cartero - y para perder el amor indiscutible que en el último momento de su vida se ha despertado en él por su hijo pequeño Gilles, a través del misterio que hay en el binomio Poesía e Imaginación. La inconmensurabilidad que ocultan las pequeñas cosas y los detalles en una y otra novela no admiten comparación. "Eugenie Grandet" es  la obra de las grandes aspiraciones hacia un futuro indiscutible, es la obra de un narrador superior, casi divino, que lo ve todo desde una atalaya inalcanzable para el común de los mortales. Por eso sus palabras buscan satisfacer al lector para confirmarle que su mundo es el mejor habido hasta ese momento, que se merece vivir en él porque al mismo tiempo lo protege. Las palabras de "Al envejecer los hombres lloran", sin embargo, son fruto del temblor y el temor de un hombre angustiado. Son las palabras de nuestra interioridad actual y las del mundo donde vivimos. Las palabras de la angustia contemporánea. ¿Por qué en lugar de reconocerlas nos desconciertan? ¿Por qué melancólicamente seguimos anhelando las virtudes del mundo que representan las novelas de Balzac? ¿Por qué no somos suficientemente humildes, no nos desasosiegan? Las lecturas de Gilles niñson las que nos colman, pero el discurso fúnebre del Gilles adulto, ¿es el que necesitamos? El relato de Balzac representa la grandeza de un mundo que amanece mirando, a pesar de los infortunios individuales y colectivos, hacia un futuro lleno de esplendor. El de Seigle arranca con el último amanecer de la vida de un hombre que se ha quedando sin relato, lo que significa que se ha quedado sin sociedad en la que vivir.

Humildad no es, por tanto, humillación, ni pérdida de la dignidad. Humildad es el mayor acto de lucidez al que podemos aspirar después de la Experiencia Universal de los Grandes Desastres. Humildad es la toma de conciencia de un sentimiento verdadero de precariedad, que podíamos denominar como el cambio constante con constante pérdida de sentido. Cambios y pérdidas constantes que se han apoderado del mundo en el que vivimos. "No me fío de ti ni un pelo, porque no me fío de mi mismo", no es desdén hacia el otro. Es el principio de cualquier relato y cualquier diálogo en tiempos de cambio constante con constante pérdida de sentido. Al fin y al cabo, es hoy el único gesto posible - sincero y honesto - que pude generar confianza en el otro. ¿Así debería expresarme yo al hablar a los otros, si queremos que yo, los otros y el mundo que nos acoge vayamos con sentido hacia alguna parte? 

Seguimos dialogando, humilde y desconfiadamente: escuchándonos.