viernes, 27 de noviembre de 2015

LA PROMESA DE KAMIL MODRÁCEK, novela de Jiri Kratochvil

En la novela "La promesa de Kamil Modrácek", de Jiri Kratochvil, todo me hace sentir que el narrador, o los narradores en los que se ha desdoblado ese narrador, me han traído y llevado dentro de las entrañas de un monumental laberinto. Y que esa era la experiencia lectora que se proponía que yo tuviera, si tenía a bien no desfallecer en el intento de mi lectura. ¿Un laberinto como metáfora de una vida, la del arquitecto Modrácek? ¿Un laberinto como metáfora de la vida misma, con sus apuntes en superficie, y, como no, sus atormentados apuntes del subsuelo? ¿Un laberinto sin más, un tiovivo, un divertimento estético? 

Al principio, me dije, estoy leyendo la novela de un arquitecto que escribe como piensa sobre el tablero de dibujo en su estudio de trabajo, donde diseña los esbozos de sus espantosos edificios socialistas. Durante toda la lectura he tenido la sensación de estar leyendo un esbozo de algo que no acababa de revelárseme. ¿Demasiada información para tan escasos sentimientos, me dije, que no emanan de su seno y tampoco migran al mío? ¿O era más bien mi imaginación, que no admitía una idea tan enrevesada? Luego pensé que los matemáticos - y los arquitectos tienen que tener el cerebro de matemático para llevar a cabo los cálculos que definan las fuerzas que aguantan los edificios que quieren hacer -, tienen tendencia a imaginar metáforas imposibles de imaginar por una mente que no sea matemática. En el extremo del delirio, imaginan metáforas espaciales del tiempo.

"Berthaud Russell - refiere Borges en un artículo suyo que titula "El tiempo"- explica que hay números finitos (la serie natural de los números 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10 y así infinitamente). Pero luego consideramos otra serie y esa otra serie tendrá exactamente la mitad de la extensión de la primera . Esta hecha de todos lo números pares. Así, al 1 corresponde el 2, al 2 corresponde el 4. al 3 corresponde el 6....Y luego tomemos otra serie. Vamos a elegir una cifra cualquiera. Por ejemplo, 365. Al 1 corresponde el 365, al 2 corresponde el 365 multiplicado por sí mismo, al 3 corresponde el 365 multiplicado a la tercera potencia. Tenemos así varias series de números que son todos infinitos. Es decir, en los números transfinitos las partes no son menos numerosas que el todo. Creo que esto ha sido aceptado por los matemáticos. Pero no sé hasta dónde nuestra imaginación puede aceptarlo."

De hecho, si los ingenieros y los arquitectos no tuvieran la disculpa del imperativo e imperioso servicio a la habitabilidad humana (¿?), ¿los podemos imaginar construyendo edificios donde, por ejemplo, se calme el dolor, o que sirvan para pensar, o para que se produzca dentro el advenimiento de lo sobrenatural, o edificios donde sea posible no compartir nada con nadie, una cabaña o una cueva? Edificios estos hermosos, llenos de fuerza poética y espiritualidad, y no esos monstruos, pensados para tener el mismo destino que las series transfinitas de números, con que muchas de sus obras abochornan los paseos ciudadanos por la ciudad. Descubriríamos, entonces, que cualquier rincón puede ser un edificio hermoso, y que al mundo le conviene que no salgamos tanto de casa. Al mundo, y a nosotros también. En fin.

Pero el caso es que Modrácek, libre de esas preocupaciones de que su edificio sirva a la causa socialista y a la grandeza de la clase obrera, diseña una estructura para llevar acabo su venganza contra el asesino de su hermana, y en definitiva, contra la opresión soviética y contra todas las opresiones. Y la venganza es una forma que adquiere su impotencia, al saber el arquitecto vengador que las cosas ya no podrán tener ningún tipo de significado. ¿Todas las fuerzas que sostienen su particular edificio en el subsuelo, operan para dar cuenta de esa endiablada asociación, ultima y definitiva? ¿Es ese el fin único del totalitarismo en la superficie? ¿Y lo es también de la novela de Modrácek, subiendo arriba y abajo, creando ángulos, amplias galerías, pasadizos estrechos, perspectivas distorsionadas, escorzos con luces y sombras? ¿Con las mañas de arquitecto, que es lo que de verdad sabe hacer bien, ha edificado Modrácek un poema, que refleja y alberga la venganza y el amor que anida y zumba sin descanso en su alma? ¿Ha construido un descenso a los infiernos, para visitar al dios Hades? ¿Única manera de mancharse (y mancharnos), y de entender lo que le ha (y nos ha) ocurrido arriba? Con el paso de los días creo que estas preguntas abren un camino de mi lectura no necesariamente desacertado. Y aunque el desdoblamiento de las voces narradoras me sigue atolondrando, así como el cambio de registro narrativo, y aunque el lenguaje me parezca, a veces, demasiado coloquial o sin voluntad poética, si consigo atisbar a través de todo el conjunto el mundo que pretender sacar a la luz desde el fondo de las tinieblas. ¿Edificado por el desquiciante ímpetu espiritual del arquitecto Modrácek? Cada hora que pasa lo dudo menos. 

Dice Azúa "que los lugares sagrados son espacios desconcertantes, caprichosos y generalmente baratos. Aparecen en donde menos se piensa, es inútil buscarlos porque sólo es posible encontrarlos, no se perciben a simple vista ya que su naturaleza sacra sólo se muestra mediante el sacrificio, que es lo propio de los espacios sagrados, si no, se llamarían de otra manera. Es el deseo y sólo el deseo, unido al sacrificio y sólo al sacrificio, lo que hace descender a las divinidades y convertir modestos lugares en templos perdurables. Todavía hoy sigue sucediendo."