miércoles, 18 de noviembre de 2015

DELHI NO ESTÁ LEJOS, novela de Ruskin Bond

¿Cual es la distancia que hay entre mi camino y la dignidad de mi mundo? Mucho de lo que pueda significar esta pregunta, se me ha ido ocurriendo a medida que escuchaba de cerca la voz narradora de Arun, en su periplo dentro de la novela "Delhi no está lejos". Lo que me pregunto es si quedan caminos, distancias y dignidades en la fortaleza del cálculo de probabilidades, dentro de la cual vive sitiada la vida en Occidente. Lo que me parece que late en la novela de Bond es la vida vivida en otros caminos, con otras distancias y con otras dignidades. No la vida convertida en un camino lleno permanentemente de problemas y la distancia angustiosa que debemos recorrer hasta llegar a su imperiosa e imperativa solución. Lo que existe en esas breves páginas es la vida sin solución lógica, es decir, con esa lógica que nos hemos inventado para dominarla y apaciguarla. Para llegar a vivirla de forma indigna. Escuchando a Arun no he padecido la imposición de su voz para tener que enfrentarme a algún tipo de problema, que requiriese por mi parte adoptar algún tipo de tensión para encontrar algún tipo de respuesta. 

Dicho lo cual, la lectura del texto no ha evitado que me haya sentido como extraño en casa ajena. Soy lo suficientemente rico y aseado como para que me repela la fatalidad de tanta miseria. Soy lo suficientemente idiota como para seguir creyendo en la liberación de la humanidad según los preceptos occidentales. Y es que una cosa es oponerme o resistirme, a partir de un momento de mi vida, al paradigma que organiza el mundo occidental donde vivo, que lo podemos llamar el del cálculo de Probabilidades, y otra cosa es vivir en un mundo donde no se sabe quien es este señor, ni se tiene el más mínimo interés en conocer lo que significa el alcance de su evangelio calculador. Mi vida, entonces, se convierte en algo reactivo, lo cual, como todas las reacciones, no logra desprenderse nunca de la costra de lo que pretende combatir. Y tiende, por tanto, a la ceguera. Aun así, me sigue resultando desconcertante que el narrador Arun me muestre los elementos que componen su mundo colocados todos al mismo nivel. He tardado tiempo en acomodarme a esa nivelación que, intuyo, solo intuyo, no es simpleza o falta de talento. Sencillamente es una manera de mostrar su sabiduría. Y no se que pesa mas al final, si mis sentimientos o el convencimiento racional de que insistir hoy en el enfrentamiento de los opuestos es en Occidente algo absolutamente estéril y periclitado. Esto si lo entiendo.

El caso es que, ya dentro del relato de Arun, la felicidad y la infelicidad son lo mismo, no vale la pena convertir ese enfrentamiento en un objetivo vital. Igual que sentir dolor o placer. No hace falta insistir, ya se ve que el calor y el frío se necesitan, tanto como la limpieza y la mugre, o el comer y el pasar hambre. O dormir bajo techo y dormir a la intemperie, que es intercambiable pero que es a lo que mas difícil me resulta resignarme. Igual que ganar dinero y no tener una rupia. Sin embargo, me llevo de maravilla con la dicotomía entre coger el tren o tener que ir andando. Igual que pensar en que no hay vidas completas o vidas inacabadas. Hay gente que vive y toda vida es vivida. Y esa maravilla de percepción que consiste en darse cuenta de que lo sensible no puede estar por debajo de lo que es sólo extraordinario en lugares extraordinarios  y protagonizado por gente, por supuesto, extraordinaria. O el papel del ojo que mira no es mejor que el del tacto que piensa. O que los cuerpos esbeltos sean más atractivos que los cuerpos grasientos, ya que todos están bendecidos por el papel satinado de la conciencia que hay en cada uno. O que pedir limosna se mira cara a cara con los impuestos que debe pagar el pedigüeño. O que la mendicidad como negocio se cotiza igual que ganar dinero contando historias. O la nula distancia que hay entre las picaduras de los insectos y el olor de una margarita nacida entre una grieta de cemento. O entre el derroche de la naturaleza y la pobreza de la condición humana. O entre los destrozos del monzón, esa "pasión" de la naturaleza capaz de alterar las magnitudes de la tierra, y la paciencia de sus habitantes que lo gozan tanto como lo padecen. Igual que los terremotos. O la continuidad que hay entre las grullas, los pájaros y las vacas, todos sagrados en su permanente alteridad con respecto a la precariedad del existir humano. O entre como hablan los árboles cuando los miras y las palabras con que les respondes, equidistante todo ello de la emoción con que los puedes abrazar después de conversación tan inaudita. O en el espacio que ocupa Dios llenando los huecos que dejan entre si los hombres, lo cual los libera de la tentación vaticana: Dios esta conmigo, es mío, porque Dios esta en todos los sitios. O la nula distancia que hay entre nuestras preguntas y sus respuestas ante la presencia de Dios, viviendo entre el misterio de nuestras distancias. O entre el aire viciado y los ruidos estridentes de la gran conurbación llamada Delhi y el aire y el silencio de los pueblos pequeños de las montañas del norte de la India. O entre vivir en Delhi, pero existir en Pipalnagar. La nula distancia entre el recuerdo de los muertos y los vicios de los vivos, que son los únicos que pueden  recordar a los muertos. O entre los irreductibles colonizadores ingleses y sus colonizadores indios actuales. O entre la indiferencia de la vida y la muerte, ya que la muerte de la carne no es el fin de la vida.

Pero lo mas desconcertante - para alguien habituado a calcular probabilidades, a tener que elegir entre esto y lo otro, sin saber muy bien el por qué de esa elección, simplemente porque siempre se ha hecho así - es que todo esto lo muestra Arun sin despeinarse, uniéndolo todo bajo la influencia de su poderosa conciencia de existir. De su poderosa manera de contar, que es su poderosa manera de seleccionar y juntar. De mirar. Sin ninguna voluntad de jerarquizar, ni querer buscar lo que no existe. Porque sabe que no se puede buscar lo que es nada más que un invento de imaginaciones calenturientas: la tensión y el enfrentamiento entre distintos que viven unos juntos a otros. Imaginados irreconciliables, por los de este lado del paraíso, para conseguir que la vida sea perfecta. No digna, perfecta. Sin ningún interés por erigirse en juez, ni guiar su narración para acabar dictando sentencia ante el lector. En fin, no se trata de si vida y muerte, sino de cómo vivimos y de cómo morimos. "Delhi no esta lejos", trata de la búsqueda del camino y de la distancia que lleva a la dignidad. Un camino y una distancia que la cultura occidental extravió durante la dominación, pongamos, del primer gran imperio. El Imperio Romano. Y desde entonces no hemos hecho otra cosa que poner toda nuestra inteligencia y nuestro armamento a servicio de no querer encontrarlos. Separándolo todo en dualidades sangrantes e irreconciliables. No obstante, si me sienta bien sentir y comprobar, al final de la lectura, lo cercano que está Lo Malo de Lo Mejor en esta novela. 


Con más tino que yo lo dice el narrador en el último párrafo de su relato que, como no podía ser de otra manera, me obliga a volver sobre el principio, poniendo luz en el regreso a todo lo que he leído. Luz y, como no, camino, distancia y dignidad a mi lectura. Que es de lo que se beneficia, al fin y al cabo, mi experiencia.


"Ayer estaba triste y mañana puedo volver a estarlo, pero hoy sé que soy feliz. Quiero seguir viviendo, regocijándome como un pagano en todo lo que es físico; sé que está única vida, no importa lo larga que sea, nunca podrá satisfacer mi corazón."