Hay secretos que no se dejan expresar nunca, por ejemplo, ¿por
qué existimos? ¿por qué nos juntamos bajo el mismo techo? Para cumplir el
mandato divino de seguir vivos: comerás el pan con el sudor de tu frente. O más
bien para rebelarnos contra él: sudarás para saber, para conocer, en fin, para
pensar.
"Di que sí" es una hermosa batalla moderna. Falta de
épica y de gloria, sin ninguna voluntad por parte de los "guerreros"
de decir basta. En fin, una batalla mediocre. No por la batalla en sí, sino
porque sus combatientes dan la sensación de que se han acostumbrado a esa
guerra. Una batalla que el excelente narrador, sin embargo, nos la presenta
humana, rotundamente humana. Lo cual nos despierta la compasión hacia ellos y
hacia nosotros mismos. Y eso, mientras sabemos porque sudamos pasando nuestras
vidas juntas bajo el mismo techo, es muy importante. Lo más importante. ¿Quien
dijo paz perpetua? El narrador no quiere que entendamos nada, porque no
hay nada que entender, al menos como se entiende una ecuación de segundo grado
o un procedimiento judicial. El narrador solo quiere que lo escuchemos. Escuchando,
ahí dentro, los latidos de la vida en común de dos pobres almas. ¿La mejor
manera de entenderla? ¿La mejor manera de entendernos? "Di que sí" es
un conmovedor canto a la precariedad de unas vidas, que buscan clarificar las
posibilidades de su destino en común entre las cuatro paredes de su casa. Un
canto antiguo, con una tonalidad musical actual. Un canto lleno de humor negro
y compasión por ese nuestro destino de vida en común, que siempre es incierto,
porque siempre está lleno de trampas imprevisibles. "Di que sí" es un
canto a las perturbaciones que siguen a todas esas amenazas.
Recordemos lo que acontece en el relato de Wolff. Como toda
batalla doméstica que se precie se inicia en medio de la luz de la cocina, y
acaba a oscuras en la alcoba. Entre medias todos los mojones de un itinerario
mil veces visto y oído, pero nunca con la singularidad irónica de este narrador
desconocido, impar y en estado de gracia. Vamos por etapas.
PRIMERA ETAPA. Inicio de la batalla. Primeros disparos.
Fijaros en la sorna, en la coña marinera, con que presenta el
narrador a los personajes en la cocina. En el segundo párrafo dice:
"Hablaron de
diferentes cosas y, sin saber cómo, sea encontraron en el tema de si los
blancos deberían casarse con los negros. Él dijo que considerándolo todo, creía
que era una idea mala."
Sin saber cómo...¡qué maravilla de ironía! Cuantas posibilidades
abre delante del lector. ¿Qué quiere decir "sin saber cómo" en dos
personas que llevan conviviendo juntos desde hace tiempo?
Luego, antes de que empiecen los primeros disparos, el narrador
se vuelve a lucir con sus palabras.
"¿Por qué? -
preguntó ella
A veces su mujer
ponía una expresión en la que fruncía las cejas, se mordía el labio inferior y
miraba fijamente hacia abajo. Cuando la veía así, él sabía que debía callarse,
pero nunca lo hacía. En realidad le impulsaba a hablar mas. Ahora tenía esa
expresión.
¿Por qué? -
preguntó otra vez, y se quedó con la mano dentro a de un cuenco, no lavándolo
sino sólo sosteniéndolo sobre el agua."
Quien da más con menos. Asociando los sentimientos íntimos de
ella con los cacharros que manipula en la cocina, que parecen pistolas cargadas
de munición mala. A continuación, como no podía ser de otra manera, empiezan
los disparos controlados por las intervenciones siempre irónicas del narrador.
El que se zurren los contendientes está bien, pero la sangre no debe llegar
nunca al río. Quedamos en que tienen, tenemos, que seguir sudando.
"Escucha -
dijo el -. Yo fui al colegio con negros y he trabajado con negros y he vivido
en la misma calle que ellos y... "
SEGUNDA ETAPA. Primer daño colateral. Primer alto el
fuego.
"El agua
estaba gris y sin espuma. Ella la contempló, con los labios apretados, y luego
metió las manos bruscamente.
¡Oh! - gritó, y
saltó hacia atrás. Se agarró la muñeca derecha y sostuvo la mano en alto. El
pulgar sangraba.
Ann, no te muevas -
dijo él -. Quédate ahí.
Corrió escaleras
arriba, entró en el cuarto de baño y revolvió en el armario de las medicinas en
busca de alcohol, algodón y tirita (...).
Es superficial -
dijo él -. Mañana ni lo notarás.
Confiaba en que
ella supiera apreciar la rapidez con que había acudido en su ayuda. Había
actuado por bien de ella, sin esperar recibir nada a cambio, pero ahora se le
ocurrió que sería bonito por su parte no reanudar la misma conversación, porque
él estaba harto de ella."
¡Uff!, con que irónica compasión lo trata, nos trata, el
narrador a los lectores.
TERCERA ETAPA. Se reanudan las hostilidades.
"Él empezó a
lavar los cubiertos otra vez, poniendo mucho cuidado en los tenedores"
Fijaros en la sutileza del protagonismo de la vajilla en estos
compases de la batalla. ¿Potenciales armas de disuasión masiva? Lo mismo valen
para cocinar y dar placer, que para golpear y hacer daño.
"¿Así que no
te habías casado conmigo si yo hubiera sido negra? - dijo ella.
Por Dios santo, Ann!
Bueno, eso es lo
que has dicho, ¿no?
No, claro que no.
Todo el asunto es ridículo. Si tú hubieras sido negra, probablemente no nos
habríamos conocido. Tu hubieras tenido tus amigos y yo los míos. La única chica
negra a la que conocí realmente era mi compañera en el club de debate, y
entonces yo ya estaba saliendo contigo.
¿Pero si nos
hubiésemos conocido, y yo fuese negra?
Entonces,
probablemente, tu habrías estado saliendo con un negro.”
Ahora asoma la nariz el narrador, ausente en el anterior
diálogo, con su estilo maravilloso y su excelente olfato al hacer protagonistas
a los objetos.
"Cogió la
ducha de aclarar y roció los cubiertos. El agua estaba tan caliente que el
metal se puso azul claro, y luego recuperó el tono de la plata."
CUARTA ETAPA. Segundo alto el fuego.
El narrador decide, para eso es el que manda en el relato,
protagonizarla enteramente con sus palabras.
"Cogió el cubo
de la basura y lo sacó fuera. La noche era clara y pudo ver algunas estrellas
hacia el oeste, donde las luces de la ciudad nos las ocultaban. En El Camino el
tráfico de la ciudad era ligero y constante, plácido como un río. Se avergonzó
de haber permitido que su mujer le arrastrase a una pelea. Dentro de unos
treinta años ambos estarían muertos. ¿Qué importaría entonces todo esto? Pensó
en todos los años que llevaban juntos, en lo unidos que estaban y en lo bien
que se conocían, y se hizo un nudo en la garganta y apenas podía respirar.
Sintió hormigueo en la cara y el cuello. Su pecho se inundo de calor. Se quedó
allí un rato, disfrutando de esas sensaciones, luego cogió el cubo y salió por
la puerta trasera del jardín."
El narrador nos anticipa, con esos calores en el pecho del
protagonista, lo que queda por venir. Por eso decide comunicarlo al lector el
mismo. El protagonista da muestras de estar tocado, de no poder contar con sus
palabras lo que le está pasando.
QUINTA ETAPA. La derrota final. Hasta la siguiente batalla.
Se acabó la luz de la cocina. Se acerca amenazadora la oscuridad
final de la alcoba, el lugar por excelencia donde habitan todos los misterios
de la vida en común de los protagonistas. De nuevo son las palabras del narrador
las que inician esta decisiva y última etapa de la batalla. Reafirma de esta
manera el principio de autoridad indiscutible de quien sabe lo que está
contando, hacia donde lo está contando y a quien se los está contando. Así se
hace fiable ante el lector. Su presencia en esta historia solo es para
demostrar que la puede contar y que lo puede hacer bien. No participa en la
acción, por tanto el lector no tiene porque sospechar que lo está engañando o
manipulando. Sus apariciones y ocultamiento, tras las palabras de los
protagonistas, forman parte de la estrategia que ha elegido para contar la
historia con la máxima eficacia posible. ¿Cómo capta el lector este, digamos,
efecto guadiana del narrador? Sólo al lector corresponde enfrentarse a esta
pregunta, que es lo mismo que enfrentarse a su forma de leer el relato. Sin
miedo, vamos a ello.
"La casa
estaba a oscuras cuando volvió a entrar. Ella estaba en el cuarto de baño. Él
se paró delante de la puerta y la llamó. Oyó el ruido de frascos chocando
entre sí, pero ella no respondió.
Ann, lo siento de
veras - dijo él -. Te compensaré, te lo prometo.
¿Cómo? - preguntó
ella.
Él esperaba esta
pregunta. Pero por el tono de su voz, una nota tranquila y decidida, comprendió
que tenía que dar con la respuesta adecuada. Se apoyó contra la puerta.
Me casaré contigo -
susurró.
Ya veremos - dijo
ella - Vete a la cama. Estaré contigo dentro de un momento."
Que digas al otro o la otra por teléfono, o a través de la
puerta del cuarto de baño, que los quieres, y ellos te respondan al otro lado
del auricular o de la puerta: ¿Qué? ¿Hay misil más aniquilador, con más
voluntad de vencer por parte de quien dispara? La historia acaba donde acaban
todas las batallas. En un campo lleno de dolor, tristeza, oscuridad y
extrañeza. Aunque todos sabemos que perder una batalla no significa haber
perdido la guerra. Hay que seguir sudando juntos, para llegar a saber si es el
pan o el pensamiento lo que nos hace levantar cada día de la cama.
Sea como fuera yo, a los Reyes Magos del año que viene, les pido
un narrador como éste para que me acompañe en las batallas de mi vida doméstica
cotidiana.