miércoles, 4 de noviembre de 2015

DI QUE SÍ, cuento de Tobias Wolff

Hay secretos que no se dejan expresar nunca, por ejemplo, ¿por qué existimos? ¿por qué nos juntamos bajo el mismo techo? Para cumplir el mandato divino de seguir vivos: comerás el pan con el sudor de tu frente. O más bien para rebelarnos contra él: sudarás para saber, para conocer, en fin, para pensar.   

"Di que sí" es una hermosa batalla moderna. Falta de épica y de gloria, sin ninguna voluntad por parte de los "guerreros" de decir basta. En fin, una batalla mediocre. No por la batalla en sí, sino porque sus combatientes dan la sensación de que se han acostumbrado a esa guerra. Una batalla que el excelente narrador, sin embargo, nos la presenta humana, rotundamente humana. Lo cual nos despierta la compasión hacia ellos y hacia nosotros mismos. Y eso, mientras sabemos porque sudamos pasando nuestras vidas juntas bajo el mismo techo, es muy importante. Lo más importante. ¿Quien dijo paz perpetua?  El narrador no quiere que entendamos nada, porque no hay nada que entender, al menos como se entiende una ecuación de segundo grado o un procedimiento judicial. El narrador solo quiere que lo escuchemos. Escuchando, ahí dentro, los latidos de la vida en común de dos pobres almas. ¿La mejor manera de entenderla? ¿La mejor manera de entendernos? "Di que sí" es un conmovedor canto a la precariedad de unas vidas, que buscan clarificar las posibilidades de su destino en común entre las cuatro paredes de su casa. Un canto antiguo, con una tonalidad musical actual. Un canto lleno de humor negro y compasión por ese nuestro destino de vida en común, que siempre es incierto, porque siempre está lleno de trampas imprevisibles. "Di que sí" es un canto a las perturbaciones que siguen a todas esas amenazas.

Recordemos lo que acontece en el relato de Wolff. Como toda batalla doméstica que se precie se inicia en medio de la luz de la cocina, y acaba a oscuras en la alcoba. Entre medias todos los mojones de un itinerario mil veces visto y oído, pero nunca con la singularidad irónica de este narrador desconocido, impar y en estado de gracia. Vamos por etapas.

PRIMERA ETAPA. Inicio de la batalla. Primeros disparos.

Fijaros en la sorna, en la coña marinera, con que presenta el narrador a los personajes en la cocina. En el segundo párrafo dice:

"Hablaron de diferentes cosas y, sin saber cómo, sea encontraron en el tema de si los blancos deberían casarse con los negros. Él dijo que considerándolo todo, creía que era una idea mala." 

Sin saber cómo...¡qué maravilla de ironía! Cuantas posibilidades abre delante del lector. ¿Qué quiere decir "sin saber cómo" en dos personas que llevan conviviendo juntos desde hace tiempo? 

Luego, antes de que empiecen los primeros disparos, el narrador se vuelve a lucir con sus palabras. 

"¿Por qué? - preguntó ella
A veces su mujer ponía una expresión en la que fruncía las cejas, se mordía el labio inferior y miraba fijamente hacia abajo. Cuando la veía así, él sabía que debía callarse, pero nunca lo hacía. En realidad le impulsaba a hablar mas. Ahora tenía esa expresión.
¿Por qué? - preguntó otra vez, y se quedó con la mano dentro a de un cuenco, no lavándolo sino sólo sosteniéndolo sobre el agua."

Quien da más con menos. Asociando los sentimientos íntimos de ella con los cacharros que manipula en la cocina, que parecen pistolas cargadas de munición mala. A continuación, como no podía ser de otra manera, empiezan los disparos controlados por las intervenciones siempre irónicas del narrador. El que se zurren los contendientes está bien, pero la sangre no debe llegar nunca al río. Quedamos en que tienen, tenemos, que seguir sudando.

"Escucha - dijo el -. Yo fui al colegio con negros y he trabajado con negros y he vivido en la misma calle que ellos y... "

SEGUNDA ETAPA. Primer daño colateral. Primer alto el fuego. 

"El agua estaba gris y sin espuma. Ella la contempló, con los labios apretados, y luego metió las manos bruscamente.
¡Oh! - gritó, y saltó hacia atrás. Se agarró la muñeca derecha y sostuvo la mano en alto. El pulgar sangraba.
Ann, no te muevas - dijo él -. Quédate ahí.
Corrió escaleras arriba, entró en el cuarto de baño y revolvió en el armario de las medicinas en busca de alcohol, algodón y tirita (...). 
Es superficial - dijo él -. Mañana ni lo notarás.
Confiaba en que ella supiera apreciar la rapidez con que había acudido en su ayuda. Había actuado por bien de ella, sin esperar recibir nada a cambio, pero ahora se le ocurrió que sería bonito por su parte no reanudar la misma conversación, porque él estaba harto de ella."

¡Uff!, con que irónica compasión lo trata, nos trata, el narrador a los lectores.

TERCERA ETAPA. Se reanudan las hostilidades.

"Él empezó a lavar los cubiertos otra vez, poniendo mucho cuidado en los tenedores"

Fijaros en la sutileza del protagonismo de la vajilla en estos compases de la batalla. ¿Potenciales armas de disuasión masiva? Lo mismo valen para cocinar y dar placer, que para golpear y hacer daño.

"¿Así que no te habías casado conmigo si yo hubiera sido negra? - dijo ella.
Por Dios santo, Ann!
Bueno, eso es lo que has dicho, ¿no?
No, claro que no. Todo el asunto es ridículo. Si tú hubieras sido negra, probablemente no nos habríamos conocido. Tu hubieras tenido tus amigos y yo los míos. La única chica negra a la que conocí realmente era mi compañera en el club de debate, y entonces yo ya estaba saliendo contigo.
¿Pero si nos hubiésemos conocido, y yo fuese negra?
Entonces, probablemente, tu habrías estado saliendo con un negro.”

Ahora asoma la nariz el narrador, ausente en el anterior diálogo, con su estilo maravilloso y su excelente olfato al hacer protagonistas a los objetos.

"Cogió la ducha de aclarar y roció los cubiertos. El agua estaba tan caliente que el metal se puso azul claro, y luego recuperó el tono de la plata."

CUARTA ETAPA. Segundo alto el fuego.

El narrador decide, para eso es el que manda en el relato, protagonizarla enteramente con sus palabras.

"Cogió el cubo de la basura y lo sacó fuera. La noche era clara y pudo ver algunas estrellas hacia el oeste, donde las luces de la ciudad nos las ocultaban. En El Camino el tráfico de la ciudad era ligero y constante, plácido como un río. Se avergonzó de haber permitido que su mujer le arrastrase a una pelea. Dentro de unos treinta años ambos estarían muertos. ¿Qué importaría entonces todo esto? Pensó en todos los años que llevaban juntos, en lo unidos que estaban y en lo bien que se conocían, y se hizo un nudo en la garganta y apenas podía respirar. Sintió hormigueo en la cara y el cuello. Su pecho se inundo de calor. Se quedó allí un rato, disfrutando de esas sensaciones, luego cogió el cubo y salió por la puerta trasera del jardín."

El narrador nos anticipa, con esos calores en el pecho del protagonista, lo que queda por venir. Por eso decide comunicarlo al lector el mismo. El protagonista da muestras de estar tocado, de no poder contar con sus palabras lo que le está pasando. 

QUINTA ETAPA. La derrota final. Hasta la siguiente batalla.

Se acabó la luz de la cocina. Se acerca amenazadora la oscuridad final de la alcoba, el lugar por excelencia donde habitan todos los misterios de la vida en común de los protagonistas. De nuevo son las palabras del narrador las que inician esta decisiva y última etapa de la batalla. Reafirma de esta manera el principio de autoridad indiscutible de quien sabe lo que está contando, hacia donde lo está contando y a quien se los está contando. Así se hace fiable ante el lector. Su presencia en esta historia solo es para demostrar que la puede contar y que lo puede hacer bien. No participa en la acción, por tanto el lector no tiene porque sospechar que lo está engañando o manipulando. Sus apariciones y ocultamiento, tras las palabras de los protagonistas, forman parte de la estrategia que ha elegido para contar la historia con la máxima eficacia posible. ¿Cómo capta el lector este, digamos, efecto guadiana del narrador? Sólo al lector corresponde enfrentarse a esta pregunta, que es lo mismo que enfrentarse a su forma de leer el relato. Sin miedo, vamos a ello.

"La casa estaba a oscuras cuando volvió a entrar. Ella estaba en el cuarto de baño. Él se paró delante  de la puerta y la llamó. Oyó el ruido de frascos chocando entre sí, pero ella no respondió.
Ann, lo siento de veras - dijo él -. Te compensaré, te lo prometo.
¿Cómo? - preguntó ella.
Él esperaba esta pregunta. Pero por el tono de su voz, una nota tranquila y decidida, comprendió que tenía que dar con la respuesta adecuada. Se apoyó contra la puerta.
Me casaré contigo - susurró.
Ya veremos - dijo ella - Vete a la cama. Estaré contigo dentro de un momento."

Que digas al otro o la otra por teléfono, o a través de la puerta del cuarto de baño, que los quieres, y ellos te respondan al otro lado del auricular o de la puerta: ¿Qué? ¿Hay misil más aniquilador, con más voluntad de vencer por parte de quien dispara? La historia acaba donde acaban todas las batallas. En un campo lleno de dolor, tristeza, oscuridad y extrañeza. Aunque todos sabemos que perder una batalla no significa haber perdido la guerra. Hay que seguir sudando juntos, para llegar a saber si es el pan o el pensamiento lo que nos hace levantar cada día de la cama.

Sea como fuera yo, a los Reyes Magos del año que viene, les pido un narrador como éste para que me acompañe en las batallas de mi vida doméstica cotidiana.