sábado, 21 de noviembre de 2015

EN EL CAFÉ DE LA JUVENTUD PERDIDA, novela de Patrick Modiano

No podemos no tener vida cotidiana, sí. No podemos no pensar, sí. No podemos no evitar la experiencia con las palabras de la literatura, no. De hecho, si no nos lo proponemos, la vida cotidiana y su pensamiento asociado acabarán siempre imponiéndose y acompañándonos durante toda nuestra existencia. El nombramiento de cuando un ser es adulto lo dicta la comunidad donde vive. Lo cual no es óbice para que uno decida seguir siendo un niño. Si quiere. Eso ha pasado así siempre. Lo que distingue a las comunidades occidentales actuales es que han renunciado a su prerrogativa antigua de nombrar y subrayar los ritos de paso durante la existencia humana, a cambio de incentivar un impas permanente, que se resume en hacer todo lo inimaginable para que hombres y mujeres puedan llegar a los setenta años manifestando, con orgullo y satisfacción, que se sienten como chavales o chavalas de veinte. Este es, mas o menos y de forma intencionalmente esquemática, el impulso que mueve nuestra vida cotidiana actual. El pensamiento que la imagina opera todo él para que esa vida se organice alrededor de ese único propósito.

¿Cuando se hace uno adulto, entonces? Cuando cambiamos, o nos cambian, no tanto el conocimiento de las cosas, como la percepción que tenemos de ellas y la forma como las proyectamos sobre los acontecimientos que nos suceden. Cuando dejamos de creer que somos el único foco de atención de las personas y las cosas que nos rodean. Cuando dejamos de creer que el Big Bang del mundo coincidió con el mismo día que venimos al mundo. Cuando aparcamos eso y empezamos a mirar a las personas y las cosas con una atención minuciosa nunca antes practicada. Cuando al mirar así descubrimos que en la realidad, en esa realidad que es la nuestra, hay rupturas, discontinuidades, tergiversaciones, olvidos y vueltas al origen. En fin, cuando hay, en comparación con la época de la juventud perdida, un inopinado extrañamiento apuntando con determinación hacia un final inevitable, que es a su vez nuestro gran descubrimiento como seres adultos. Todo ello hace que, sin previo aviso, la realidad se nos revele dentro de una estructura que se parece, o que no se distingue demasiado de la ficción. En fin, ser adulto es dejar de sentir que la vida nos resulta natural, como el pez siente respecto al agua donde vive, confiando en ella totalmente y extrayendo de esa confianza su fuerza y su felicidad.

Ya que un día ocurre que llama a la puerta de nuestra vida cotidiana una artefacto narrativo como es la novela "En el café de la juventud perdida". ¿Qué hacer? ¿Cómo dejarle un hueco en esa vida autocomplaciente, no tanto para comprenderlo como para que se manifieste ahí dentro? ¿Cómo, si las palabras de los narradores no están concebidas para servir al inmutable propósito de nuestra vida cotidiana de seguir habitando en ese limbo o impas temporal, donde el tiempo no pasa, y ni tampoco hay ritos ni liturgias de paso? Los narradores de "En el café de la juventud perdida" - y todos lo que nos han visitado - hablan y piensan instalados, al contrario que en nuestra vida cotidiana y su pensamiento asociado, en la lógica existencial del paso del tiempo. Esa es la experiencia que nos invitan a sentir en su compañía.

"Y, además, si toda aquella época sigue aun muy viva en mi recuerdo se debe a las preguntas que se quedaron sin respuesta...en las horas bajas del día, al volver de la oficina, yo también empiezo a buscar puntos fijos." Pg 24

¿Le mentí acaso cuando le dije que era editor de libros de arte? Es la ventaja de llevarle veinte años a los demás: no saben nada del pasado de uno (...) Según vas contando esa vida imaginaria, fuertes ráfagas de aire fresco cruzan por un lugar en el que llevabas mucho tiempo asfixiándote." Pg 28-29

"Uno intenta crearse vínculos, ya me entiende...
Si, claro que lo entendía. En esa vida que, a veces, nos parece como un gran solar sin postes indicadores, en medio de las líneas de fuga y de los horizontes perdidos, nos gustaría dar con puntos de referencia, hacer algo así como un catastro para no tener la impresión de navegar a la aventura. Y entonces creamos vínculos, intentamos que sean más estables los encuentros azarosos (...) Ponía cara de resignación y le decía que en el fondo todo aquello no tenía mayor importancia. A lo mejor algún día entendía que era la Vida de Verdad." Pg 43-44

"Uno intenta crear vínculos...Encuentros en una calle, en una estación de metro en hora punta. En momentos de ésos habría que sujetarse mutuamente con unas esposas. ¿Qué vínculo podría resistir a esa oleada que nos arrastra y nos lleva a la deriva?" Pag 48


Lo que mas me ha interesado de la novela de Modiano es esta amable calma con que nos ofrecen los narradores sus palabras, que no deja de ser impertinente porque no se opone frontalmente, sino que disuelve con elegancia y parsimonia la mirada urgente y ensimismada de ese Yo altivo, dominador y encumbrado en su intemporalidad. Un Yo que, al fin y al cabo, se ha construido a base de dedicarle horas a atiborrar de "grasa" su vida cotidiana. Estos narradores no están mostrando las cosas y las personas como las muestran en la reconocida y luminosa superficie del Paris que conocemos, o en los telediarios, o en las postales de promoción turística, sino en un sitio de la capital francesa desde donde mirarlas con una perspectiva de mas largo alcance. Alcance universal. Puesto que da igual la ciudad o pueblo donde perdamos la juventud. Y que, como París, ya no esté del todo bien iluminada. Ni sea lineal, después, nuestro recorrido por sus calles. Ni tenga una meta conocida. Ni siquiera tenga una meta.

El texto de Modiano no se entiende bien usando la razón analítica, ni se ve del todo si ponemos sobre sus palabras un ojo imperioso e impaciente. Las palabras de sus narradores son un tanto confusas y erráticas. Cómo seres adultos, que hemos visto, al fin, el perfil definitivo de nuestro destino y la distancia turbia que nos separa de nuestro pasado, ¿podemos hablar de otra manera? Yo creo que, ante todo, esas voces intencionadamente están ahí para ser oídas, pues caminan por un Paris que ya no es, como antaño, la ciudad de las luces. A Louki, el objeto de deseo y foco que los "iluminó" a todos, nos la muestran como un ser que habita las sombras. Son voces construidas para pegar, por encima de lo que pueda ver el ojo, la oreja. Tal vez porque el paso del tiempo sea como un soplo. Porque la vida sea solo eso, como un latido. Una extraño y asombroso latido.