martes, 17 de mayo de 2016

EN ESTAS ME ENCUENTRO

Noto que la primera dificultad estriba en hacer compatible la lectura de la novela de Ford Madox Ford, "El final del desfile" con tener que seguir tirando de la vida. Ésta con sus arbitrariedades, su incompetencia para dotarse de sentido, preñada de insulsas repeticiones o de saltos sorpresa, su urgencia por que siga pasando algo como sea y al precio que sea. Sus atolondrados y desquiciantes eventos. Aquella con su rigor, su minuciosidad en las exposición de los detalles, su morosidad en el desarrollo de los hechos que conforman la acción narrativa. La definición del espacio y del tiempo donde he de alojarme. La vida con su exclusivo y excluyente ruido exterior, y sin que haya nada ni nadie se encarguen de poner orden en todo ese jolgorio. La lectura de la novela con su estratégica combinación entre lo que ocurre fuera y lo que se mueve dentro de los personajes, y todo hábilmente conducido por la mano de quien está al frente del relato, el narrador, que sí es alguien, identificado o no, que tiene una voz concreta, y no otra, la que oigo desde las primeras palabras. Y lo noto porque es ese ruido y arbitrariedad del ambiente lo primero que tengo que aprender a dominar para que el salto de la vida a la lectura, y viceversa, no sea siempre un constante volver a empezar de cero. En roman paladino, lo que mas me cuesta es meterme en la historia y que la historia se meta en mí, saliendo mas fuerte y más sabio de la experiencia. Por más que haya leído mucho, siempre me tengo que enfrentar a ese muro. A diferencia de la lectura informativa o ensayística, la lectura literaria o narrativa no es acumulativa.

No es fácil mantener la atención delante de las conversaciones con que se presentan los personajes de la novela. Acostumbrado a oír a hablar a mi alrededor de la manera sobre la cual no hace falta que me extienda, se pueden imaginar el esfuerzo de concentración que tengo que poner en el asunto. Y no tiro la toalla, porque son personajes que dialogan ante mí haciendo un uso de las palabras que me transmiten la sensación de que con ellas todo es posible, enmudeciendo el tiqui taca de fuera - de eso sí me doy cuenta -  retándome implícitamente a que haga lo propio. No por un alarde de vanidad o arrogancia, que no son atributos propios o intrínsecos de los personajes literarios, sino porque entiendo que es la forma que tiene el narrador de decirme que lo que me va a contar va para largo y, sobre todo, va en serio. Que ese es el aliento y el lenguaje que ha elegido, y que si quiero seguirlo en tal aventura debo aunar todas mis energías y concentración en la dirección que me indica, y vestirme con las mejores galas de mi experiencia lectora cada vez que me ponga delante de "El final del desfile".Que para oír por oír, o hablar por hablar, en chandal y con las chanclas puestas, ya tengo todas las otras horas del día. En estas me encuentro.