jueves, 26 de mayo de 2016

¡EUREKA!, EN LO ALTO DE "EL FINAL DEL DESFILE"

Al final conseguí llegar a la cima. Cansado, literalmente muy cansado. Pero satisfecho por lo que he aprendido y por lo que tengo que aprender, y que la experiencia de la lectura me ha dejado, sin paliativos, al descubierto. Tanto en la actividad lectora como en la de la vida. 

He tenido que seguir la corriente del pensamiento. No al pensamiento.  Lo repito, porque me ha costado darme cuenta, la corriente del pensamiento. Antes de que ésta se congele en forma de teoría, principio, libelo o dogma. Antes de que se apropien de ella los expertos, o "los listos", o los predicadores, y cambien en nuestro cerebro y en nuestro corazón su curso natural.

La novela "el final del desfile" discurre arrastrada por los flujos del pensamiento que van y vienen entre la cabeza y el alma de los personajes. Y, claro está, entre los personajes y yo como lector. Envuelta por sus incurables deseos y su pertinaz codicia. Nada pasa en la superficie. Todo se mueve de dentro afuera. Y nunca va en línea recta. Si nos fijamos, como en nuestro propio trato con la vida. Lo que sucede fuera es una representación de lo que pasa dentro. Los personajes son todo lo que hay detrás de lo que aparentan ser. Los  delatan las palabras que dicen y las costuras con las que, inútilmente, intentan presentarse de una pieza en sociedad. Hasta las trancas, todo en ellos es ambigüedad. Nada es blanco o negro. Y es inútil poner delante las reglas o prejuicios que nos protejan, como si el texto fuera una amenaza. Esto es lo que más me ha costado aceptar y a lo que más me ha costado adaptarme. Sin embargo, inacabada y frágil como es nuestra naturaleza, al final no me queda mas remedio que reconocer que no podríamos subsistir sin la ambigüedad. Sin su cobertura. Es nuestro ADN. Perdón por la cursilería.

Dije en la anterior entrada que no existía ese sitio amable, en plan "a mi me las den todas cocinadas y masticadas", desde donde poder leer "el final del desfile". Pero con ello no quise decir que no hubiera ningún sitio desde donde leer. Vamos, no dije  que fuera ilegible e impenetrable. Existe el sitio, lo que ocurre es que es móvil, y es el lector quien tiene que ir a buscarlo, participando, desentrañando, ordenando lo que lee, página a página, capítulo a capitulo, ya que es un relato prolijo, lleno de detalles, hechos y caracteres. Existe el sitio en el texto y el narrador nos proporciona las llaves para entrar en cada rincón y subir a cada arista. Para caminar por él, habitándolo con toda la intensidad y el rigor de que seamos capaces. Nada mas hay que evitar restringir la propia identidad ante un universo tan expansivo y complejo. Y luego poner mucha atención y coraje. Lo demás es ir abriendo puertas. Para entender así que, con nuestra experiencia lectora, podemos llegar a donde de verdad importa.