Uno: a nadie se le puede obligar a leer.
Dos: a nadie se le puede obligar a escribir sobre lo que ha leído.
Tres: no se donde está el límite de este acto colosal de soberbia: "obligar" a alguien a leer lo que nunca antes se había imaginado que leería y además "obligarlo" a escribir sobre eso que ha leído.
Si hacemos cuentas - siendo como somos seres espirituales incesantes, únicos e irrepetibles y, por ello, valiosos - escribir sobre lo que leamos y sobre los que nos pase en nuestro trato con la vida, es una de las mejores maneras de otorgar sentido, respeto y dignidad a la lucha diaria. Haciendo de todo ello una existencia lograda. Sea pues.
Empecemos ya con “Los Buddenbrook”. Si escribimos sobre su lectura fíjense en la cantidad de improvisaciones y divagaciones estériles que nos ahorraremos, prestando atención a la idónea organización orientada por el rigor de lo que hemos pensado previamente con detenimiento.