miércoles, 3 de febrero de 2016

SER FELIZ ES IGUAL A NO SERLO

Hay una imagen de "lo femenino" cuya inspiración es Dorian Grey, y que siempre le pide al espejo que le corrobore la idea de la belleza y de la inteligencia que quiere tener ante los demás. Lo cual coincide cabalmente con la imagen que quiere tener de si misma: "que me
amen y me deseen siempre, y que lo hagan con la misma intensidad y 
dedicación, como cuando entonces." Ya sabes, tal y como lo rubrican sus propagandistas en su propaganda actual: porque yo lo valgo, porque yo me lo merezco, porque yo soy así. A todo ello lo acompaña, en el otro lado del espejo, una fe inquebrantable de inspiración marxiana o cristiana o freudiana, que se resume en: lo que está por venir, siempre ha de ser para ponerse a mi favor.

Son imágenes, las que inspira Dorian Grey, Marx, Cristo o Freud, no afectadas por el paso del tiempo histórico, y al margen igualmente de los beneficios de cualquier tiempo poético. Juntas forman la estampa oficial de quienes habitan hoy el Olimpo de los Últimos Elegidos, para entendernos. Envejecer ahí es algo imposible, porque es inimaginable.
Pero cada día, al levantarse, los pies de "La  Joven Elegida" rozan la tierra y, mas pronto que tarde, por efecto de esa fatiga sin descanso acaban resquebrajando el azogue del espejo, transmitiendo a quien se mira en él la imagen mil veces aplazada. Transmitiendo, al fin y al cabo, la imagen indeseada e indeseable. Llegado ese momento todo ello,
y en cualquier caso, es digno de la máxima compasión.

Pero hay otra imagen de "lo femenino", digamos, de impronta ascética y kafkiana, que se orienta, por ejemplo, mediante frases como: "vivo sin vivir en mi." O: "máteme si no quiere ser un asesino." Frases que evocan
la idea de que en cualquier horizonte de la vida aparece la muerte. Lo cual no invita a echarnos en sus brazos, algo que no depende en nuestro sano juicio de nosotros, sino a un diálogo permanente, cara a cara, con la parca. Para practicar esa pedagogía necesaria para la vida. Envejecer aquí - al no poder llegar a un pacto con el diablo
sobre el elixir la Eterna Juventud - es lo que se está haciendo desde siempre. Solo consuela la insaciable curiosidad, que es también una forma del deseo, y la necesidad de compartir sus hallazgos con los otros, que es una forma de amor. Se entiende con lucidez pasmosa, algo que es evidente desde el primer minuto de nuestra venida al mundo: que nuestros padres al nacer no solo nos dan la vida, sino, algo también muy importante, el carnet de mortalidad, con sus emisarios incluidos: enfermedad, decadencia, dolor, finitud, angustia, insatisfacción, etc. Todo junto con el primer llanto. Desde el primer aliento. De nada vale porfiar: ser feliz es igual a no serlo. Como tener razón es igual a no tenerla. Como pueden comprobar, en esta segunda imagen es otro el partido y otro su arbitraje. Otro su lenguaje y su campo de juego donde se disfruta de los goces de la madurez y el envejecimiento, liberados de la dictadura hormonal y mental de la juventud. Ese huracán tropical perfecto.

Si lo llegamos a conseguir, los humanos nos damos cuenta muy tarde de que habitamos en un lugar impracticable para los dioses. Ante su absoluta indiferencia, y mucho antes que ellos, los humanos conocemos los estragos del abismo. Lo que nos proporciona un lenguaje propio. Un saber propio, que nos es apropiado como humanos, es decir, como seres mortales. En fin, de lo que se trata es de aprender la música de sus palabras.