martes, 16 de febrero de 2016

BLUE JASMINE, película de Woody Allen

Puede que el retratista de alta nobleza neoyorquina haya decidido, como Goya en su siglo con la alta nobleza hispana, dar un giro a su obra y entrar de lleno en los retratos negros. Al igual que al pintor maño entonces, razones hoy no le faltan: un mundo en crisis cuántica. Un mundo con muchos lugares en llamas. Un mundo que desaparece. Como Goya, durante mucho tiempo Allen ha retratado infinitas variantes de las cuitas de los nobles neoyorquinos, y últimamente europeos, con ironía, ternura, contención, compasión, etc., siempre con inteligencia y respeto. Pero, al fin y a la postre, ellos continuaban ahí con sus juergas, corrupciones y maledicencias a la espera de un nuevo retrato del pintor de su corte en la ciudad de los rascacielos. El que no haya sido reconocido como se merece en su ciudad natal está fuera de cualquier coordenada racional. Tratar de ver la luz en ese ámbito es estéril, sencillamente porque ese no es su ámbito. 

Pintores de corte y de alta nobleza los hay de dos tipos: muy reconocidos en la corte y reconocidos de forma unánime en el mundo mundial sin tener que abandonar los favores de la corte y sus pesebristas (Velazquez). Reconocidos solo entre la corte y la nobleza, pero reconocidos de forma unánime en el mundo mundial una vez que la abandonaron (Goya). Allen se parece, hasta su primera película negra, Blue Jasmine, más a Velázquez que a Goya. Allen es el retratista de alcoba, despachos y fiestas de amplios sectores de la nueva nobleza trasatlántica euronorteamericana: la Clase Media Alta, santo, seña y máximo anhelo de lo que se ha ser en el mundo democrático y civilizado actual. Lo que le ha posibilitado, en un mundo crecientemente intercomunicado, ser conocido universalmente en el mundo mundial sin tener que
abandonar los palacios privilegiados de esa corte moderna mundial. Pero sin dejar de retratarlos, al tiempo, como los ha querido ver en cada película.

Pero, de repente, pinta algo diferente, algo nunca visto en sus lienzos fílmicos. Pinta a Jasmine y al macarra y a la cajera, y a toda su tropa, en fin, pone el foco en otros sitios, pinta en negro, mejor dicho, los pinta así y comprueba que de ahí sale el negro de lo que llevan dentro, que es lo que tiñe toda la película. Los pinta como yo nunca antes lo había visto. Jasmine no es una neoyorquina más de clase media alta, es un ser humano. Jasmine es, como la mayoría, un ser mortal. Los trazos con los que pinta a ese
personaje dislocado, retorcido sobre sobre su propia condición humana, atrapado sin remisión en ella, y que Cate Blanchart (¡cómo ha sabido elegir a quien tenía que interpretar a Jasmine! una pista) interpreta como nadie podría llegar a hacerlo, son violentos y violentados, como
los de las pinturas negras y los disparates de Goya. Rompe el esquema tradicional de los tres actos. No quiere que los haya, porque no hace falta que los haya. Porque no explica un nuevo aspecto de ese mundo de la clase media alta, refleja mas bien una turbulencia y los estragos de una impotencia que están en todos los sitios del mundo. ¿Se ha acabado eso de pintar una variante mas de la neoyorquina clase media de siempre? No lo sé, pero Blue Jasmine es otra cosa. Como cuando Goya se puso a pintar sus pinturas negras en las paredes de su casa de la orilla derecha del rio Manzanares, enfrente del palacio real (su palacio de siempre), únicamente iluminado por las velas que se había colocado en el sombrero. Seguro que en ese momento no tenía, ni tuvo nunca, una respuesta concreta a lo que estaba haciendo, pero lo que si sabía es que había descubierto cual era su pregunta. Sintió esa necesidad y lo hizo. Tuvo la visión de un mundo que existía fuera de la paredes del palacio, donde había pintado a los reyes y la alta nobleza madrileña. Y la ofreció al mundo. A su interrogación constante.

No se si a Allen le han afectado, tanto como a Goya, las convulsiones de su tiempo, que es el nuestro, como para iniciar la que sería la última etapa de su vida como cineasta. Goya es Goya por esa última etapa negra, retorcida, sin argumento claro sobre sus cuadros. Hechos sin destino fijo, solo de interrogaciones. Allen, como Velazquez, ya es Allen con lo que ha hecho y, como el pintor sevillano, sin tener
que abandonar la Gran Corte de la Alta Clase Media de las sociedades democráticas. Pero me gustaría que acabara su carrera con media docena de películas como Blue Jasmine: negras, oscuras, imagen del alma de un mundo que se acaba, como hizo Goya con el suyo, para ofrecerlo a las
preguntas permanentes y sin respuesta de la posteridad. 


¿Son Jasmine y sus acompañantes el primer esbozo del Alma Oscura que va a dar cobijo, de manera inédita e inopinada, a todos los cuerpos jacarandosos de los
personajes que hemos visto caminar, llorar, amar, reir, envejecer, engañar, sufrir,... y hablar hasta decir basta, en sus anteriores películas, digamos para entendernos, hechas en palacio y a la luz del día? A él le ha correspondido ser el mas notorio y brillante de sus bardos en la época de su máximo esplendor. No estaría de más que fuese, también, quien les cantara, en cinco o seis películas, el poema
fúnebre final y definitivo. Es decir, el poema eterno.