jueves, 4 de febrero de 2016

RELIGIÓN Y LITERATURA

A propósito del temor que le oí manifestar a un lector competente, sobre que la actividad lectora se pudiera convertir en un práctica religiosa más, digámoslo rápido. Para vivir, es decir, para levantarnos de la cama cada día, hay que tener algún tipo de fe, hay que creer en alguno de los rostros con que hemos substituido al del Dios del Vaticano (Razón, Yo/Ego, Ciencia, Historia, Sociología, Psicología, el Otro, Dinero, Éxito/Fama, Prestigio, Progreso, Familia, Hijos, Política, Economía, Profesión, Patria, Clase, Clan..., así todas con mayúsculas). Nadie se levanta de la cama porque sepa a ciencia cierta de que va la vida.

Ahora no miramos al cielo, ahora ese rostro de Dios ni siquiera tenemos la certeza de que lo llevemos dentro. No sabemos donde está. Pero, a pesar de su ausencia, nuestra necesidad de tener fe no disminuye. Aumenta, creo yo, en estos tiempos sin Dios. Nos creamos un problema gordo por haber querido ser modernos. Es el precio a pagar por decidir
un día no hacer caso a lo que dice el Dios del Vaticano.

Sin embargo, para crear, para leer (la lectura tiene que ser una actividad creativa si queremos estar a la altura del narrador, esa voz creada por el escritor) no hay que tener fe, hay que tener voluntad. Mejor dicho, hay que tener esa fuerza que quiere leer y escribir (crear), ese poder, que no tiene nada que ver con lo que tienen los poderosos, pero que se sobrepone a la precariedad e inestabilidad de la
vida, y que habita dentro de nuestra voluntad. 


El uso de una novela o un cuento no lleva añadida la responsabilidad de su lectura. Como el uso de un coche no lleva añadida la responsabilidad de saber de mecánica. Mientras el cuento o la novela o el coche nos lleven todo va bien. El problema surge cuando se paran. En el caso del coche llamamos al mecánico. En el caso del cuento o la
novela cambiamos de cuento o de novela, cambiamos de libro. En ningún caso hemos aprendido ni de mecánica, ni de la lectura. Para seguir hacia adelante no hace falta. Aprender solo es necesario para saber. Seguir hacia adelante se mueve en el espacio. Saber leer se mueve en
el tiempo poético. El que cada uno de nosotros tenemos y que la lectura nos permite descubrir que lo tenemos. Leemos para saber porque seguimos leyendo.