jueves, 25 de febrero de 2016

LAS DOS PARTES DE "SUKKWAN ISLAND"

¿Por qué el narrador no presenta la novela al lector de sopetón? En plan: un dia Jim - uno de esos tipos que tanto abundan por ahí, uno de eso tipos que están cada día a nuestro lado, uno de esos tipos sin cuya presencia y acción es imposible entender el salvajismo y la depredación de la sociedad actual en la que vivimos, porque, alerta, la brutalidad del mal totalitario no es sólo un episodio histórico - un día Jim, decía, se levantó y estaba en medio de una isla, solo e incomunicado, donde había decidido pasar un invierno para buscarse así mismo, y a todo eso que suelen buscar esta gente que abunda tanto por ahí ¿A servicio de quien y de qué estaría una novela imaginada así? 

¿Pero por qué un inesperado y brutal pistoletazo es el causante de esa partición a que me refiero en el título de la entrada, y al mismo tiempo es, también, la acción narrativa necesaria que mejor consigue la unidad, y toda la fuerza y sentido del relato?

PRIMERA PARTE: SOBRE LA CRUEL E INADVERTIDA MUERTE DE ROY  
Tiene que haber una víctima inocente que de cobertura a la inmensa brutalidad que Jim lleva consigo. No puede haber verdugo sin reo que suba al cadalso. Y Roy es un reo culpable, sólo por estar ahí, solo por ser hijo de Jim. Como cuando entonces, por ser judío, negro, gitano, homosexual, en fin, ya me entienden. Y ¿quien representa mejor, al mismo tiempo, a esa víctima y ese reo, que un niño de trece años, lleno de vida y de ilusión, lleno de inocencia? No hay concesiones al lector, ni puede haberlas, allí donde se dilucida esta aterradora y lúcida parábola, de resonancias melvillianas y kafkianas. Es el lector quien decide viajar, o no, hasta esos confines (que paradójicamente están a su lado). No espere que el narrador venga a visitarlo, ni a consolarlo, ni a acariciarle el lomo en el calor de su hogar.

Se trataría más bien de enfrentarnos al hecho de qué es lo que Jim significa: el reconocimiento de nuestra posibilidad de estar vivos. No es alguien aislado, fuera de nuestra vida. No es alguien que se ha vuelto loco, o que ya lo estaba, entendida esta anomalía en el sentido literal del término, entendida como una interrupción de la lógica de la normalidad, que es sentirnos sanos mentalmente. Es alguien que pertenece enteramente, y esta colocado en el centro de nuestra propia forma de vida. Como lo es Gregorio Samsa cuando se despierta un día convertido en escarabajo. Y la muerte de Roy es una forma despiadada, cruel e inadvertida de intentar dar un agónico y último significado a lo que ya no lo tiene en esa posibilidad de estar vivo que representa Jim. En fin, la muerte de Roy es el precio, una forma de de descargar Jim su impotencia. Ese es el sentido, a mi entender, de la primera parte. Es, para entendernos, una forma de macabro ritual, de difícil comprensión en un mundo como el nuestro que no tiene ningún rito que lo saque de la laxitud en el que vive, en un mundo como el nuestro donde aparentemente nunca pasan ya cosas relevantes, problemas de envergadura. La muerte de Roy es un sacrificio tan salvaje como inevitable.

La realidad exterior impone así su propia capacidad de imaginación sobre la incapacidad de imaginar que tiene Jim, el principal protagonista, y sobre la del lector si se queda demasiado tiempo sorprendido y no reacciona para conseguir estar suficientemente atento. Y todo ello se despliega sobre el lugar que el narrador ha decidido: la isla de Sukkwan y aledaños. Naturaleza indiferente, totalitaria, indomable. Naturaleza plena de fuerzas ancestrales, que siguen ahí acosándonos desde siempre y hasta el final.

SEGUNDA PARTE: SOBRE EL VERDADERO ROSTRO DE JIM
Decía Borges que hay, más o menos consciente, una firme voluntad del ser humano de constituirse en soporte del mundo. Guiado por tal voluntad el hombre forja imágenes de regiones, valles, montañas, barcos, islas, instrumentos de conocimiento, estrellas o galaxias, para finalmente, cercana ya la hora de la muerte, descubrir que el laberinto de rasgos que ha venido forjando sólo designa la imagen de su rostro.  Y las "verdades" que creemos son la referencia de nuestras construcciones no sólo son quizás fruto de esas mismas construcciones, sino que precisamente por ello pueden llegar a erigirse en causas cargadas de peso dogmático.

La segunda parte avanza pues, ya a tumba abierta, desde esos reconocimientos que he venido diciendo (de lo que uno se entera tiempo después de haber concluido la lectura de la novela), hacia el propósito de que ha dotado el narrador al conjunto de la historia, que no es otro que hacerlos sensibles para el lector. Sensible, no entendido como otra manera de ofrecer un dato o un caso o una información coyuntural más de la casuística familiar actual (ya sabemos por la prensa o por los diferentes estudios que hay padres así y que hacen esas cosas), sino sensible en el sentido de vernos atravesados y conmovidos por la experiencia vital de Jim, sea cual sea la coyuntura donde nos encontremos. Sensible de esa manera individual - normalmente oculta y callada detrás de la cobardía de las convenciones sociales - que es inevitable serlo y, por tanto, sentirse concernido. Y todo el poder de convicción que para tal propósito el narrador desarrolla se apoya no en las fantásticas y casi increíbles vivencias y piruetas del protagonista, saltando de isla en isla con su hijo a cuestas, muerto y decapitado, sino, paradójicamente, - muy importante, aquí radica la verdadera columna vertebral en que se aguanta el vigor de toda la novela - en la intensidad del lenguaje que utiliza y que lo pone exclusivamente a servicio del escrupuloso realismo con que nos cuenta la historia.

Jim ha cumplido, al fin, con una de las posibilidades que le brinda el hecho de  estar vivo dentro del mundo civilizado al que pertenece. Contra el pronóstico que anuncian los propagandistas de ese mundo civilizado, se ha convertido en un monstruo, en una alimaña. Ha dejado de pensar, que según dicen es lo propio del mundo civilizado: educación mas cultura mas democracia, y tal. Mejor dicho, pienso que Jim, como tantos y tantos a nuestro lado (educados, cultos y democráticos), no ha pensado jamás. Sencillamente porque no tiene ideas, las ideas son lo que es él: peso dogmático. Y su rostro y su cuerpo, demediados y roturados por esa abrumadora lacra, son su mejor y cabal reflejo. Y así se lo traga el mar. Por no pensar, “Simplemente no había entendido nada a tiempo”. O, dicho de otra forma, se había creído capaz de poder hacerlo todo, sin pensar si era capaz, igualmente, de quererlo todo.

En fin, Sukkwan Island es una de las posibles formas que adquiere el mal en nuestras sociedades contemporáneas. Ante el que, Hannah Arendt ya nos lo advirtió, debemos estar preparados para asumir toda la abyección que anida en su banalidad por parte de quienes lo infligen: la de esos individuos normales, prácticos, obedientes y dominadores a conveniencia, divorciados del propósito de sus actos por una interrupción del pensamiento, cuyos procedimientos desconocen absolutamente.