¿Hemos de resolver este dilema? Y si no lo hacemos, ¿cómo podemos seguir leyendo? Así me enseñaron a leer y escribir literariamente, y así lo propongo. Eso es todo. Lo demás son turismo y burbujas. Es decir, que calentito estoy en mi casa leyendo como este par de benditos inexpertos, Roy y Jim, se complican la vida sin necesidad pudiendo ir a Alaska en esos fantásticos viajes organizados. Capaces de preguntarnos, incluso, colocados así ante la lectura con la mantita entre la piernas, ¿es qué no hay otro lugar mas cálido, más habitable, para que Jim supere su crisis en compañía de su hijo? ¿A quien se le ocurre irse a pasar un invierno a la isla de Sukkwan, como piensa Roy, para tratar de superar o de enfrentarse a no se cuantos problemas, todos ellos difusos?
En fin, ¿dónde esta el frío? ¿Dónde el barro y la lluvia? ¿Dónde la nieve que se avecina? ¿Donde los osos? ¿Dónde las verdaderas amenazas? ¿Es realmente sólo un accidente geográfico el barranco por donde se abisma Jim delante de su hijo? ¿Es la cabaña solamente una cabaña? ¿Es el enorme agujero que cavan para guardar los alimentos, realmente un hoyo en la tierra? ¿O es todo más bien lo que se desprende de los kilos de energía que despliega Jim contra su propio destino y el de su hijo? ¿Desplegaría Jim tanta energía ciega en cualquier otro lugar del planeta? ¿Qué forma adquiriría? Una imagen de aquí al lado para salir del embrollo, o para hacerlo más obtuso, depende. No todo el mundo sabe desentrañar un mapa, pero ¿cualquiera entiende un paseo? Al meternos ahí dentro, en el embrollo de Jim y Roy en la isla de Sukkwan, no hay que tener miedo de no volver idénticos al calor del hogar.