viernes, 5 de febrero de 2016

LA LITERATURA, ESA ASIGNATURA SIEMPRE OPTATIVA EN NUESTRAS VIDAS

¿Por qué seguimos dando una importancia absoluta a nuestra vida, cuando todos sabemos que el sentido genuino del vivir humano se basa, desde siempre, en aspirar a vivir otra vida? Si es así, si nadie en su sano juicio puede desmentir esto, entonces, ¿por qué la literatura sigue
siendo una asignatura optativa en nuestra vida, cuando precisamente es una de las mejores maneras de vivir esa otra vida que tanto, callada como explícitamente, deseamos? ¿Qué vivimos mientras tanto, mientras
llega esa otra vida? ¿A quien estamos estafando? A nosotros mismos, sin duda. ¿Qué es eso tan fuerte que ocupa nuestra cabeza, pero que no tiene que ver con la vida que deseamos, eso que impide que la literatura se meta en nuestros adentros y se ponga al mando? Supervivencia. Honestamente no lo creo. Hasta en los momentos mas
duros de supervivencia humana, aquellos en que nuestros antepasados tenían que salir a cazar para comer cada día, siempre hubo alguien que fue capaz de tener tiempo para pintar sobre las rocas de la cueva, para vivir una otra vida. Si las palabras de la literatura ocuparan de forma indiscutible nuestra cabeza, ya estaríamos en esa otra vida que
imaginamos y deseamos. Entonces, ¿por qué desconfiamos tanto de que si tomamos esa decisión, la vida que vivimos pueda a ir peor?  No es un problema de supervivencia, nadie se puede creer eso hoy en día, es no saber donde colocar lo que imaginamos mientras vivimos, con lo cual
irremediablemente, y sin darnos cuenta, ahora sí, estamos haciendo daño a nuestra vida. Me atrevería a decir, estamos malviviendo.

La responsabilidad de "nuestro mal vivir", es decir, de no poder vivir en esa otra vida que deseamos, la tiene, por tanto, nuestra imaginación, nuestra desconcertada y desorientada forma de mirar mientras vivimos. ¿Por qué confiamos mas en los personajes de carne y
hueso que tenemos a nuestro lado, que en los personajes que conocemos en la literatura? ¿Por qué no tenemos más remedio? Esa fatalidad de la vida como única y principal asignatura. O, ¿por  falta de imaginación? Esa dolencia que siempre padecemos al tratar con la literatura como
una asignatura opcional o "maría". ¿Por qué no se nos ocurre pensar que la mejor manera de entender, es decir, querer a los seres de carne y hueso es imaginar con intensidad y perspectiva a los personajes de la ficción? ¿Por qué no se nos ocurre pensar que la mejor manera de
vivir bien es saber mirar allá donde no llega la vida? Porque sólo nos importa la vida como asignatura única y excluyente en nuestra experiencia diaria. Por eso muchas veces se nos pone esa cara de alumnos de secundaria ante las preguntas de la literatura  que se nos echan encima.

Fijaros que no estoy hablando ni de leer, ni de escribir, eso ya vendrá después, estoy hablando de las palabras que ocupan nuestra cabeza mientras sobrevivimos, y cómo afecta eso a nuestra mirada. Estoy hablando de cómo es nuestra vida con las palabras de la literatura a ratos apresurados, y como sería con ellas en nuestra cabeza habitándola de forma estable y serena para siempre. Y si es
deseable vivir así nuestra vida, con las palabras de la literatura en la cabeza. Es decir, sobrevivir con la zozobra de que nunca acabe de llegar esa otra vida, o aceptar vivir con ella definitivamente a nuestro lado, porque ya ha llegado y está llamando a nuestra puerta. ¿Es que todavía no nos hemos enterado?

¿O es que siempre deseamos lo que no tenemos? Esa perversidad humana tan nihilista como destructiva ¿O es que creemos - ingenuamente, románticamente si queréis - que esa otra vida que anhelamos se tiene que hacer realidad tangible para ser vivida, es decir, para ser de
nuevo fatalmente medible y contable? ¿Para qué? ¿Para volver a malquistarla en el trasiego diario de esa contabilidad, como hacemos con la que ya tenemos? Esa otra vida que deseamos, siempre ha de ser de ficción. Y tiene la deferencia de visitarnos en nuestra propia casa. Vidas como esas se presentan pocas veces en la vida. Aprendamos a tenerlas siempre a nuestro lado, y dejemos de dar tanta importancia a nuestra supervivencia diaria. Si es que aspiramos a tener una existencia plena.

A parte del tiempo necesario - nunca comparable al que le dedicaban nuestros antepasados cazadores - que dediquemos a los problemas técnicos y contables de nuestra supervivencia, cuyas palabras atiborran de forma dislocada nuestra cabeza mas allá de lo que piden
la estricta solución de esos problemas, bastaría con una prolongada lectura, seguida de su discusión pública entre amigos o iguales, para que las personas fuéramos mucho más interesantes y valiosas.