martes, 31 de marzo de 2020

INJUSTICIA POÉTICA

Lo dice sin más demora, la elección de Jonathan Teplitzky para contar la película “Churchill” es valiosa porque es la elección que él ha hecho lo que concede valor, no el resultado. No hace falta que te lo diga, Tello no lo dijo así ni de ninguna otra manera mas disimulada, sencillamente no lo dijo de ninguna manera que los demás pudieran sospechar que lo que quería decir iba contra lo agradable tácitamente pactado de la reunión. O al menos esa fue su verdadera intención de comportamiento, desde el primer momento en que lo invitaron al cine forum sobre la película del director australiano mencionado. Era una velada virtual que, por encima de todo, debería ser agradable. A Telmo no le supuso ningún esfuerzo reconocer que, tal y como están las cosas, con un encierro corporal que empieza a provocar los primeros síntomas de enfermedad mental en algunos de los encerrados, lo mejor es que la vida transcurra en las pantallas y fuera de las pantallas de forma agradable. Sea pues. Lo que continúa, piensa Telmo, es la mezquindad social que existe detrás de lo agradable, y que el VMNE_20 no va a modificar un ápice. No es que vaya a aparecer en escena lo mejor y lo peor de nosotros mismos, como consecuencia de esta crisis vírica, simplemente vamos a aparecer nosotros mismos en todo nuestro “esplendor”. Es lo que piensa Telmo. Cuando Telmo dice “lo que continúa”, quiere decir que lo hace porque se manifiesta dentro del campo de lo indiscutible, a saber, es una respuesta que no admite pregunta previa. El mito. Pero esto no es lo que hace a aquella mezquino, sino el hecho de no aceptar que la modernidad, o los modernos dice Telmo, no acepta, no aceptamos, que la estructura mítica se conjuga con lo racional del logos, y ambos forman de manera inseparable de la naturaleza de la modernidad, o sea, nuestra naturaleza como modernos. Para no pocos de estos modernos, es como si lo mítico fuera algo ancestral propio de gente antigua o carcamal, mientras que lo moderno es su irreversible superación y la genialidad inherente a esa manear de ser del moderno el motor que lo hace posible. Sin darnos cuenta, advierte Tello, que no hay nada más mítico que entender la modernidad como Imperio único e indiscutible del Yo, o de la individualidad subjetiva. El sujeto o el yo, así entendidos, es una respuesta que no admite preguntas previas de nadie, en todos caso de nadie que no sea de “el mismo”. O como el Yo moderno se hace mito. Tampoco hay que ser una lince para verificar que esta aseveración es lo común, y donde más cómodas se sienten, las conductas e Inter actuaciones de los sujetos u sujetas actuales, mediante el virus de internet, y su inevitable contagio a las conductas e Inter actuaciones de nuestras vidas cotidianas, por las que, no lo olvidemos dice Tello, nos gusta seguir llamándonos de manera irrenunciable modernos. Sin embargo, la conducta e interacción de Teplitzky como director de Churchill dejan ver, bien es verdad que al otro lado de la cortina de lo agradable, algunas fisuras que a Telmo le gustaría resaltar sin que se viese afectada la cortina en la hermosura y bien hacer que proporciona su textura, en una situación de confinamiento extremo como la que estamos viviendo. Antes de nada, piensa Telmo, comentar que la experiencia de lo agradable con unos, por otro lado, agradables amigos y amigas, no es lo mismo que la experiencia de ver la película de Churchill. La primera esta dentro del canon de nuestra civilidad que hace que se produzca el efecto de convivencia pacifica entre humanos. En verdad, no es propiamente una experiencia, sino un gesto aceptado de urbanidad. La segunda tiene que ver con lo más débil, precario y solitario de nuestras intimidad. La cual a Telmo le parece el nudo central donde se produce y vive toda verdadera experiencia. Conjugar aquel gesto y esta experiencia de forma agradable no es fácil, pues requiere un acuerdo no siempre aceptado por las partes. Pues no es nada agradable reconocer que uno no sabe tanto como cree saber, o hace creer a los demás. La contradicción entre la angustia de exhibirse así ante los otros y la necesidad de ser escuchados se decanta, piensa Telmo, por esa formula de compromiso de lo agradable, que a todo el mundo consuela, al menos durante las dos o tres horas que dure el encuentro. La pregunta, que detrás de la cortina de lo agradable no deja de zumbarle a Telmo en la cabeza, es si con la opción que ha elegido Teplitzky para enfocar la vida del primer ministro de su majestad durante la batalla del desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial, ¿pretende hacer justicia social a la persona (al convertirlo en una especie de prejubilado atacado por la angustia de tener que pasar de la máxima actividad a una quietud paulatina) poniendo la puesta en escena de la ralentización del tiempo a su servicio, a costa de la injusticia poética al personaje (dejar de ser “El Gran Salvador de Gran Bretaña” de las garras nazis y por ende de toda Europa) que es como lo conocemos? O simplemente, ¿es un fruto inconsecuente de su forma o estilo de narrar? A saber, Telmo repite lo del principio, la opción de Teplitzky para filmar es valiosa porque es la elección la que concede valor. Ergo el Churchill que de ahí sale es también valioso. Performativo y sin más adjetivos. Para entendernos, apunta Telmo, uno sale al mundo porque no sabe, la autentica experiencia se mueve entre el limite de eso que sabe y el horizonte de lo que no sabe y que coincide con sus posibilidades de inteligibilidad. Si uno sabe se queda en casa o sale para predicar a los cuatros vientos lo que sabe. O para pasar un rato agradable, que es lo mas habitual entre seres civilizados.