ANTONIO
Desde el primer momento todo fueron parabienes y ganas de conversar. Lo cual le produjo a TSN una incomodidad que le parecía injusto hacer visible ante su anfitrión. Si se dejaba llevar por la corriente de amabilidad y educación que se movía entre las personas y las cosas en el el interior de la hospedería, temía que no pudiera continuar su camino. Y eso lo sentía como una infame cobardía. Cuando la mayor parte de la realidad, por no decir toda, se le hizo invisible, su conciencia la empezó a sentir como si fuera un hosco y frío sótano, casi inhabitable. Así que a partir de ese momento, decidió que su destino no iba a ser otro que moverse sin parar hacia ninguna parte. Lo habló con su mujer y, como no podía ser de otra manera, no estaba de acuerdo en nada, eran cosas de la edad, le dijo. Cuando lo pensó con mas detenimiento, se dio cuenta de que el primer síntoma de invisibilidad de la realidad exterior era su propia mujer, es decir, los quince años que llevaban viviendo juntos. Sin embargo, al vecino del cuarto, que no lo veía habitualmente, cuando se encontró una mañana con él en el portal le hizo dudar sobre la decisión que había tomado. Por lo que llegó a la conclusión que no todas las personas, ni las cosas, que componían el mundo pesaban lo mismo, ni ocupaban el mismo espacio. Los había ligeros y graves, llenos de luz y oscuros como una cueva prehistórica, turbios y limpios, gordos como un paquidermo y finos como un suspiro. El descubrimiento de lo que, por otro lado, siempre había estado ahí, lo experimentó como si una fuerza extraña, ajena por completo a él, hubiera sometido a la realidad a una especie de retorcimiento hasta convertir a quienes la componían, o a quienes se aparecían ante él, en algo impuro, de falta total de inmediatez y llenos de intereses en el trato. Por eso cuando Antonio le ofreció la sotana para cubrir la desnudez de su cuerpo, mientras sus ropas se secaban del chaparrón que le había caído encima poco a antes de llegar a la hospedería, sintió que todo volvía a ser como antes de tomar la decisión de moverse sin parar hasta lograr abandonar el mundo. También le sorprendió la pureza, la inmediatez y el desinterés con que le contó su relación con una monja novicia en Roma. De repente, todo a su alrededor, y la misma hospedería incluso, le pareció que flotaban como si estuvieran construidas fuera de la superficie terrestre, o como si fueran un espejismo, lo que le dio a su presencia, cubierta con la sotana del antiguo sacerdote de la hospedería una dimensión fantasmal que desconocía. Todo parecía estar como antes, pero ahora él el que estaba fuera. Como si la decisión de abandonar el mundo se hubiera hecho ya irreversible. Decidió, entonces, dar una vuelta por el pueblo vestido con la sotana, lo cual acentuaba aun mas, si cabe, su aura fantasmagórica. Cuando regresó a la hospedería, sin encontrarse a nadie por el camino salvo algún vecino que asomó con disimulo la cabeza tras la cortina de la ventana, todavía tuvo tiempo de dar la extremaución a una anciana moribunda. Fue su hermana quien al confundirlo con el anterior sacerdote (Antonio le aclaró que la mujer no estaba del todo en sus cabales) le rogó que diera esos últimos auxilios a su hermana, pues quería que se fuera al otro mundo en gracia de Dios. TSN cruzó una mirada de complicidad con la de Antonio y sin mediar más palabras siguió a la señora hasta la habitación donde se encontraba su hermana agonizante. Delgada y seca como la mojama todavía llegó a tiempo de que oyera sus oraciones. Antes del ultimo suspiro TSN abandonó la habitación y se dirigió hacia la suya, no sin antes recordar que era el tercer muerto que se cruzaba en su camino desde que inició el viaje. La muerte, pensó, debe ser el destino de quien camina hacia ninguna parte, pero no le dio mayor importancia. Cerró la puerta de la habitación, se quito la sotana y se echó en la cama. En la silla de al lado, alguien le había colocado con delicadeza sus ropas secas.
Desde el primer momento todo fueron parabienes y ganas de conversar. Lo cual le produjo a TSN una incomodidad que le parecía injusto hacer visible ante su anfitrión. Si se dejaba llevar por la corriente de amabilidad y educación que se movía entre las personas y las cosas en el el interior de la hospedería, temía que no pudiera continuar su camino. Y eso lo sentía como una infame cobardía. Cuando la mayor parte de la realidad, por no decir toda, se le hizo invisible, su conciencia la empezó a sentir como si fuera un hosco y frío sótano, casi inhabitable. Así que a partir de ese momento, decidió que su destino no iba a ser otro que moverse sin parar hacia ninguna parte. Lo habló con su mujer y, como no podía ser de otra manera, no estaba de acuerdo en nada, eran cosas de la edad, le dijo. Cuando lo pensó con mas detenimiento, se dio cuenta de que el primer síntoma de invisibilidad de la realidad exterior era su propia mujer, es decir, los quince años que llevaban viviendo juntos. Sin embargo, al vecino del cuarto, que no lo veía habitualmente, cuando se encontró una mañana con él en el portal le hizo dudar sobre la decisión que había tomado. Por lo que llegó a la conclusión que no todas las personas, ni las cosas, que componían el mundo pesaban lo mismo, ni ocupaban el mismo espacio. Los había ligeros y graves, llenos de luz y oscuros como una cueva prehistórica, turbios y limpios, gordos como un paquidermo y finos como un suspiro. El descubrimiento de lo que, por otro lado, siempre había estado ahí, lo experimentó como si una fuerza extraña, ajena por completo a él, hubiera sometido a la realidad a una especie de retorcimiento hasta convertir a quienes la componían, o a quienes se aparecían ante él, en algo impuro, de falta total de inmediatez y llenos de intereses en el trato. Por eso cuando Antonio le ofreció la sotana para cubrir la desnudez de su cuerpo, mientras sus ropas se secaban del chaparrón que le había caído encima poco a antes de llegar a la hospedería, sintió que todo volvía a ser como antes de tomar la decisión de moverse sin parar hasta lograr abandonar el mundo. También le sorprendió la pureza, la inmediatez y el desinterés con que le contó su relación con una monja novicia en Roma. De repente, todo a su alrededor, y la misma hospedería incluso, le pareció que flotaban como si estuvieran construidas fuera de la superficie terrestre, o como si fueran un espejismo, lo que le dio a su presencia, cubierta con la sotana del antiguo sacerdote de la hospedería una dimensión fantasmal que desconocía. Todo parecía estar como antes, pero ahora él el que estaba fuera. Como si la decisión de abandonar el mundo se hubiera hecho ya irreversible. Decidió, entonces, dar una vuelta por el pueblo vestido con la sotana, lo cual acentuaba aun mas, si cabe, su aura fantasmagórica. Cuando regresó a la hospedería, sin encontrarse a nadie por el camino salvo algún vecino que asomó con disimulo la cabeza tras la cortina de la ventana, todavía tuvo tiempo de dar la extremaución a una anciana moribunda. Fue su hermana quien al confundirlo con el anterior sacerdote (Antonio le aclaró que la mujer no estaba del todo en sus cabales) le rogó que diera esos últimos auxilios a su hermana, pues quería que se fuera al otro mundo en gracia de Dios. TSN cruzó una mirada de complicidad con la de Antonio y sin mediar más palabras siguió a la señora hasta la habitación donde se encontraba su hermana agonizante. Delgada y seca como la mojama todavía llegó a tiempo de que oyera sus oraciones. Antes del ultimo suspiro TSN abandonó la habitación y se dirigió hacia la suya, no sin antes recordar que era el tercer muerto que se cruzaba en su camino desde que inició el viaje. La muerte, pensó, debe ser el destino de quien camina hacia ninguna parte, pero no le dio mayor importancia. Cerró la puerta de la habitación, se quito la sotana y se echó en la cama. En la silla de al lado, alguien le había colocado con delicadeza sus ropas secas.