Es un dilema al que Telmo se viene enfrentando en su experiencia como lector desde hace ya algunos años. Consiste en lo siguiente. Por un lado, Telmo suele estar la día de las reflexiones de los críticos y teóricos del pensamiento narrativo con las que, a primera vista, tiene una relación de total coincidencia. Por ejemplo, tiene que que ver con lo que ya adelanté ayer respecto a la capacidad de entender el mundo que narran, y que muestran con total desparpajo, los narradores decimonónicos. Eso de entender el mundo que narran, piensa Telmo, lo dicen lo críticos desde la atalaya que les permite el mundo de hoy, cien o ciento cincuenta años después de que aparecieran en el mundo aquellas novelas. Lo que los críticos quieren decir, al entender de Telmo, es que los narradores de entonces todavía estaban en condiciones de imaginar su mundo sin abandonar del todo las coordenadas del mundo creado por dios, principio y fin de toda creación humana. Tolstoi podía imaginar el adulterio de Anna Karenina, siempre y cuando la institución del matrimonio prevaleciera, y la adúltera pagara con su muerte el desliz cometido. Es decir, las costuras del mundo tenían todavía suficiente holgura para soportar los envistes de la imaginación humana. Dicho a la manera de Sancho Panza, el mundo de los seres humanos existía aún bajo la fuerte influencia del encantamiento o de los encantamientos de procedencia no humanos. Hoy, aunque parezca mentira dice Telmo, hay algo que el efecto letal de nuestro desencantamiento moderno no puede ocultar del todo, a saber, que echamos mas en falta que en cualquier otra época histórica aquella influencia. Pero no sabemos como convocarla sin que se nos acuse de antigualla, lamenta con amargura Telmo, y todos los sinónimos imaginables que nos podamos inventar para producir mas escarnio sobre el hereje. O sea, que después de mas de doscientos años supuestamente bajo la influencia de la ilustración, volvemos a estar escabulléndonos de la inquisición y sus hogueras. Lo que no hay duda es que el espíritu del narrador que entiende el mundo que narra vive en el siglo XXI su momento de esplendor en relación con sus verdaderos lectores que son los de hoy y que, como no podía ser de otra manera, están perfectamente alfabetizados y constantemente informados (no olvidemos que en el siglo XIX la mayoría de la población era analfabeta y aislada respecto a lo que acontecía en el mundo exterior). La industria editorial de los betsellers, que publica tanto a los que, según los críticos, son buenos como a los malos, ahí esta, con sus achaques, mas floreciente que nunca para acreditar la vigencia de un narrador que, digámoslo ya, nació a destiempo, es decir cuando la mayoría no podía leer los que había escrito y menos aun descifrarlo. ¿Eso significa que el mundo de hoy es mas inteligible para sus moradores que el del siglo XIX? En absoluto. Lo que significa, dice el lector Telmo, es que el ser humano necesita estar rodeado de historias que, como siempre, le hagan mas soportable la vida. Hasta aquí no hemos avanzado gran cosa, pues de una manera u otra, de forma oral o escrita, ese acompañamiento al ser humano de todos los tiempos siempre se lo ha proporcionado la comunidad en la que vive. Entonces, se pregunta Telmo, porque el narrador de Franny y Zooey se apoya en una estructura tan compleja para hacer inteligible su mundo. Porque, tal y como le han enseñado los críticos y pensadores narrativos a los que ha frecuentado, Bussy Glass no puede, ni sabe (pues su propio desencanto o nihilismo lo incapacita) mostrarse como un narrador decimonónico que dé cobijo y amparo al lector de hoy. Al escribir solo puede manifestar esa incapacidad, pasándole, de esta manera, la responsabilidad compartida, ante la tarea de hacer inteligible su mundo, al lector pues es también la labor del lector que así se sienta. Con otras palabras, la consigna de este tipo de literatura sería, más o menos, la siguiente: narrador desorientado busca a un lector igualmente desnortado para que entre los dos puedan dar, aunque sea de forma provisional, un sentido al mundo en el que los dos viven. Es la única respuesta posible del lector Telmo a la pregunta en el ámbito narrativo que, por otro lado, el individuo democrático moderno que también el mismo es hace constantemente a quienes le interpelan desde el poder político, económico o social, a saber, ¿con qué derecho alguien, Bussy Glass en este caso, reclama la presencia de Telmo ante su voz en la novela de Franny y Zooey? No hace falta insistir en que este tipo de lector puede convivir con el lector decimonónico, sin ningún conflicto, dentro de la misma persona.