lunes, 23 de marzo de 2020

FRANNY Y ZOOEY 1

Después de colgar el teléfono a su amigo, Telmo tuvo un sentimiento de satisfacción al comprobar, un vez mas, que la conversación bien entendida, digámoslo así, otorga una luz a la que únicamente se puede acceder después de escuchar al otro. El otro se convierte así, pensó Telmo también una vez mas, en el primer y principal destino de nuestra recuperada relación con lo infinito. A saber, ese horizonte hacia afuera y esa frontera hacia dentro, que nos empareda entre lo que sabemos o podemos saber y aquello de lo que no sabemos y no podremos saber nunca del todo. Estoy hablando del misterio. La conversación prevista la habían convocado para hablar sobre la lectura que cada cual había hecho de la novela J. D. Salinger, Franny y Zooey. Como ya era habitual en los últimos años la lectura solitaria y silenciosa le había aproximado, le gusta expresarlo así, a un distancia de la voz narradora que le parecía difusa, desde la que le resultaba difícil oír bien las diferentes conversaciones que conformaban la estructura de la novela. Porque lo que si había apreciado era, hasta donde había conseguido llegar, que la novela tenia una estructura parecida a una extraña madeja de diálogos entre los diferentes miembros que formaban la familia Glass, a excepción de los hermanos mellizos, Walt y Waker, la hermana, Boo Boo, y el padre cuyo nombre era Les. Lo cuales, también se dio cuenta de ello  Telmo, en ningún momento de su lectura notó que hubieran justificado sus ausencias en la convocatoria familiar que había hecho Buddy Glass, aunque como el mismo dice, antes de mostrar la prolija carta que le envía a su hermano Zooey, lo mejor es dejar a Buddy Glass en el punto de vista propio de la tercera persona. Lo cual le hizo entender a Telmo, en la segunda lectura de la novela, algo sobre las ocultas, o no explícitas, intenciones del por qué se había puesto a escribir para contar la historia de su familia. De esto también se dio cuenta, aunque todavía de forma difusa, en la segunda lectura de la novela. En cualquier caso, esa confusión de la que ni con la segunda lectura logró desprenderse, no le impidió, siempre lo hace Telmo cuando se encalla como lector, volver a lo que los críticos llaman novela decimonónica, de la que tiene como ejemplo cuando de contar sobre sagas familiares se trata a Los Bunderbrook de Thomas Mann. La novela decimonónica, que para Telmo continua siendo el modelo de lo que es una novela y que sigue predominando en la mente de la mayoría de los lectores actuales (solo me gusta si lo entiendo a la primera), al igual que el mecanicismo de la física de Newton (da igual que hayan pasado ya mas de cien años de la teoría de la relatividad de Einstein), aquella idea de novela, digo, descansa sobre la figura de un narrador que es capaz de entender el mundo. Entiende su razón y las sinrazones de sus pasiones. El juego de intereses de sus protagonistas. En fin, sabe de antemano el sentido de la vida a la que pertenece el trozo de la vida que está contando. Eso explica en buena medida la sensación de comodidad que embarga todavía al lector de hoy, piensa Telmo, al leer alguna de esas grandes novelas. Estamos ante un narrador, el del del siglo XIX,  que da cobijo y amparo al lector actual, aún mas si se tiene en cuenta que el mundo de hoy no tiene nada que ver con el de ayer, en cuanto a esa capacidad de sus narradores de poder entenderlo, tal y como decía antes. Por decirlo así, el mundo de hoy se ha descoyuntado lo que ha sumido a sus moradores, o sea nosotros piensa Telmo, en un inquietante y temeroso desamparo.