MUNICH: Odeonplatz,
¿Un nolugar o el primer lugar? Es una pregunta que, más allá de los dictados turísticos me parece oportuno recordármela cada vez que la visito, y van ya cuatro veces. Voy primero a recordar lo que anuncia el libro turístico que es el que, como no puede ser de otra manera en estos tiempos de democratización de los viajes y los desplazamientos, todo visitante debe leer y cumplir al pie de la letra, no queriendo yo ser una excepción. Decir, por tanto, que esta plaza debe su nombre a la antigua sala de conciertos que había antes de su remodelación, que se imaginó, siguiendo las pautas del Propileo ya mencionado, como la parte final de la entrada triunfal de la ciudad bávara. Los edificios que hoy la jalonan son tres. Primero, el monumento más destacado de Odeonplatz es la Feldherrnhalle (Templo de los Generales, a veces también traducido como Salón del Mariscal), una logia situada en el extremo sur de Múnich, junto a la Ludwigstrasse. Fue mandada construir por Luis I de Baviera entre 1841 y 1844 a imagen y semejanza de la Loggia dei Lanzi, ubicada en la Plaza de la Señoría de Florencia. Es un monumento construido en honor, como indica su nombre, de los generales prusianos combatientes en las diferentes guerras en que participó el reino emergente (que acabaría siendo el pilar de la unificación alemana años más tarde) al que defendían y representaban. Segundo, la iglesia de los Teatinos con su imponente fachada de estilo rococó. Y tercero el Hofgarten, un jardín de estilo italiano remodelado sobre lo que quedó después de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Hasta aquí, de forma resumida, lo que dice el libro democrático para uso del turista democrático. No es que este libro no hable del hecho más importante que se dio en esta plaza la tarde del 9 de noviembre de 1923, el Puch de la cervecería, sino que el turista democrático es más proclive a relacionarse con el espacio que con el tiempo, que hay debajo de ese espacio, y solo ve lo que en ese momento sucede sobre Odeonplatz, en el momento que yo estuve la preparación de un acto reivindicativo a favor de la igualdad de género, algo por otra parte perfectamente previsible desde la necesidad y urgencia de la actualidad. El espacio, en este caso el espacio de la Odeonplatz, sólo podía absorber el tiempo presente. Y así lo hizo. No se trata de estar o no de acuerdo con el dictado de la actualidad pues sería, a mi modo de entender, como polemizar sobre las veleidades de la meteorología. Así que viendo el chaparrón que se nos vino encima a quienes estábamos en ese momento en la Odeonplatz, busqué refugio en la parte alta del Templo de los generales al lado de uno de los leones que montan guardia allí de forma permanente. Fue en ese momento cuando me vino a la memoria la figura de Heinrich Hoffman, fotógrafo profesional alemán, nacido en Múnich, y que ha pasado a la historia por ser el fotógrafo oficial del Furher y del régimen nacional socialista. Sus 500.000 fotos, que pretendían ser el testimonio gráfico del régimen de los mil años con su líder a la cabeza, así lo atestiguan. Pero a lo que me quiero referir, al lado como estaba protegiéndome de la lluvia de uno de los leones y bajo la influencia inestimable del templo sagrado de los generales, es a la foto que más o menos desde este mismo lugar hizo Hoffman a la muchedumbre que se agolpaba debajo para protestar por los efectos devastadores que tenía el tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, sobre el futuro inmediato de Alemania. Hoy como ayer, la igualdad y la justicia de nuevo. La foto de marras cobró toda su importancia y significado, no en la actualidad del momento que bien pudo ocupar solo algún rincón de la prensa local, sino años más tarde, cuando Hoffman ya era miembro del Partido nacional y socialista y fotógrafo oficial del Furher, que al espigar sus tomas anteriores descubrió por casualidad que entre las muchas cabezas que se agolparon aquel día de la protesta contra el tratado de Versalles, bajo la tutela sagrada de los leones del templo de los generales, sobresalía una con bigotito. Efectivamente, el en ese momento todo poderoso Furher de Alemania, había participado en aquella manifestación en defensa de la patria humillada cuando era un don nadie o un excabo furriel si se quiere. Ni que decir tiene la importancia del punto de vista que yo ocupaba en el instante de esa actualidad, para traer el instante de aquel pasado remoto, haciendo que ocupara un hueco significativo, no en el libro del turista democrático (eso no lo hará nunca), sino en el que yo pueda fabricar como ocasional paseante de Odeonplatz. Y es que tener puestos los pies en el mismo lugar que aquel lejano día de 1919 los tuvo Hofmann, no rompe el curso de la Historia que lo tiene catalogado, al igual que todos los hechos y sus correspondientes fechas, como datos irreversibles del calendario, sino como un hito de ese deambular que, al margen de la Historia, es como se mueve el mundo. Para celebrarlo, al final del día me tomé una copa de riesling, sentado en una terraza que me permitía mirar de frente el Templo sagrado de los generales. No me costó imaginar como la imagen de aquella manifestación a la que asistió el excabo furriel, y que registró despreocupadamente Hoffman, atravesaba con naturalidad el tiempo del calendario y se posaba, como una más, delante de las que se iban congregando para asistir al acto reivindicativo que estaba a punto de comenzar. Hoy como ayer, pensé entonces, todo acto reivindicativo por un mundo mejor lleva aparejada su buena dosis de desencanto y nihilismo, que puede estallar o no, lo cual no depende de la buena voluntad que hoy como ayer destilan los que así se manifiestan en el momento presente. Dicho de otra manera, aquella foto de Hoffman tenía ante mi y mi copa de vino la fuerza suficiente para atravesar el desencanto del mundo actual, por encima de los escombros y cadáveres que desencadenó sin saberlo todavía, y que no dejan de ser nuestra herencia.