DIGNIDAD
Cuando volví de dar la vuelta al castillo hotel de Colmberg me encontré de frente con un padre empujando a su pequeño vástago, que iba montado en bicicleta, para que pudiera superar el desnivel que existía entre la granja, donde al igual que yo se hospedaban, y el castillo hotel donde yo me encontraba. La tarde empezaba a declinar y fue entonces cuando me vino a la cabeza el ciclista de la mañana, que se había despedido diciéndome que iba a buscar a su hijo. Durante la comida le pregunté de donde venía, a lo que me contestó que venia desde Frankfurt de Meno. Teniendo en cuenta que la ciudad natal de Goethe, y antigua ciudad imperial, se encontraba a casi doscientos kilómetros de donde nosotros estábamos comiendo, pensé de inmediato que una fuerza de índole no sólo relacionada con el hecho de dar pedales llevaba a mi compañero de mesa eventual a encontrarse con su hijo en algún lugar más hacia el norte, donde al parecer estaba trabajando durante los meses de verano. Le pregunté porque hacia el trayecto en bicicleta, pudiendo utilizar el coche o el tren. Me respondió de una forma todo lo convincente que pudo : porque estaba de vacaciones. Yo en ese momento ya estaba dando pedales con mi imaginación en una dirección no diré que opuesta pero si distinta a mi ruta del Altmühl. Si me creí, por supuesto, que mi compañero eventual de mesa iba a ver a su hijo, ¿qué razones tenía yo para no creerle? Si me hubiera dicho que iba a ver a su mujer o a su madre, o a quien fuera, también me lo hubiera creído. Para mi la cuestión no era con quien había quedado mi eventual compañero de mesa y de la subida del dieciséis por ciento, sino que antes de encontrarse con quien fuere tenía la necesidad de desprenderse de algo que le estorbaba y que sentía como un fardo en su vida cotidiana. Me acordé, entonces, de que poco antes de emprender el viaje leí un artículo de Javier Gomá sobre la dignidad humana, donde hace referencia a su último libro que trata sobre ese asunto. La dignidad humana, dice Gomá, es un sentimiento del que tenemos conciencia hace poco tiempo. Pensé en la historia de las relaciones paterno filiales o familiares en general, en cuyos capítulos de hace cuarenta años hacía atrás no aparece la dignidad como un problema acuciante que demanda una rápida solución o respuesta. Mas bien, para ser más preciso, la dignidad no era considerada en aquellos años con el grado de conciencia que tenemos de ella hoy en día. Recordé también, mientras me acercaba al centro del pueblo de Colmberg, al que me dirigí desde el castillo hotel con la intención de tomar una cerveza antes de la hora de cenar en la granja donde me hospedaba, que mi acompañante de mesa y de subida del dieciséis por ciento mostraba al hablar una indignación que trataba de disimular, como suele suceder en estos casos, con gestos de alegre optimismo queriendo dar la imagen de que todo le iba bien. Y es que esa indignación, a la que también se refiere Gomá, es la inmediata manifestación actual de la violación, en alguna de sus diferentes variables, de la dignidad de las personas en sus ámbitos familiar, profesional o social. Deduje, por tanto, que la indignación era el fardo que torturaba a mi eventual amigo de Frankfurt de Meno, digámoslo así pues mientras lo recordaba le empezaba a coger afecto, y que el viaje en bicicleta para ver a su hijo era la mejor manera que encontró para desprenderse de aquel antes de su encuentro con éste. Entre estos vaivenes en mi cabeza llegué al centro de Colmberg y, para mi sorpresa, no logré encontrar ningún bar abierto, lo cual me pareció extraño dado que el municipio según mis apuntes sobrepasaba los veinte mili habitantes. Decidí que lo mejor era volver sobre mis pasos y subir a la granja, donde iba a pernoctar y cenar, para calmar allí mi sed en una tarde de riguroso y anómalo verano bávaro. El atentado a la dignidad, que presuponía estaba debajo de la indignación de mi amigo de Frankfurt de Meno, imaginé que seguiría su itinerario paralelo a las pedaladas de aquel camino de donde estaba su hijo. En lo que a mi respecta se había alojado en mi memoria envuelto en un halo de incompletud y de irresolución del tema, pero también es cierto, pensé, que sin ese tema de la dignidad hubiera sido difícil que pudiera seguir recordándolo con el significado afectuoso que le voy dando a los breves momentos que pasamos juntos en la taberna, en la que aquella joven posadera nos sirvió amablemente el plato del día que llamaba knöchle.