jueves, 12 de septiembre de 2019

CRÓNICA DEL ALTMÜHL 5

DARTAÑÀN 
El otro personaje que recibe al turista que visita Rothenburg es el alma de la noche, llamémosle Dartañan por el amor que le tengo al personaje de Alejandro Dumas. La profesión de guía turístico es la que está más sujeta a metamorfosis. Bien mirado tiene su explicación en la continua necesidad que tienen las autoridades municipales de ofrecer al visitante un ciudad nueva o distinta, a sabiendas, tanto por parte del guía como del turista, que la ciudad es siempre la misma, sobre todo la ciudad histórica o monumental, que es la que habitualmente muestran en las visitas organizadas para los turistas que se encuentren allí de paso. El caso fue que poco después de cenar en una terraza de la la plaza del ayuntamiento, y una vez que los músicos recogieron sus bártulos y desparecieron del escenario, se empezó a congregar, en las escalinatas que dan acceso a las dependencias municipales, un número cada vez más numeroso y variado de personas. Al darme cuenta de que el número de menores de edad era considerable, pensé que los que se iban congregando eran familias enteras de todo tipo y condición, dispuestas a asistir a algo que, fuera lo fuere, no podía ser algo que no estuviera clasificado, de acuerdo a la nomenclatura de la industria turística, como una actividad familiar o una actividad para toda la familia, según aparece en los catálogos que ofrecen en las oficinas de turismo. Hasta aquí no había nada que se saltara el guión propio de este tipo de actividades, exceptuando, claro está, que se estaba haciendo de noche lo cual no me encajaba con lo de familiar. Una actividad nocturna para toda la familia no dejaba de ser una novedad, digamos exótica, dentro de la oferta municipal de las autoridades municipales de Rothenburg o de cualquier otra ciudad. Así que en lugar de irme a la pensión Elke, me dispuse a averiguar lo que daba de sí aquella actividad familiar nocturna, insólita para mí a cualquiera de las otras luces. Decir cualquiera de las otras luces no significa que en el momento que estaban sucediendo los hechos yo pensara, dada la escasa visibilidad que se iba apoderando de la plaza, que pudiera pasar algo extraordinario. Yo estuve en todo momento atrapado por la idea de familia, que tanta chiquillería zascandileando de un lado a otro de la plaza no hacía otra cosa que confirmarme, y que los minutos que vendrían a continuación íbamos a estar así, en y entre familias. Lo que ocurre, también pensé, es que hoy las familias llevan a sus vástagos a cualquier sitio, venga o no a cuento su presencia, con menoscabo del disfrute de los otros asistentes que, digamos, en ese momento, al menos es ese momento, son hijos sin hijos. Un estatuto cada vez más demandado en el mundo de la restauración y de la hostelería, pero que en el de las visitas guiadas a las ciudades o a donde sea parece que, no solo no está considerado todavía, sino que tampoco se espera que pueda estarlo en un futuro inmediato. Muy al contrario, como ya he dicho en alguna que otra entrada, los guías turísticos se sienten orgullosos de cumplir con la corrección política de la simplificación extrema que domina en todos los ámbitos, y de adoptar, por tanto, el estilo y el lenguaje infantil en cuando ven solo un par de niños o niñas entre el numeroso grupo de asistentes adultos a la visita que tienen que conducir. De repente, cuando era ya noche negra y el número de gente se había convertido casi en multitud, apareció por un lateral de la plaza, con andar decidido hacia la escalinata del ayuntamiento, un tipo disfrazado o parecido en su vestimenta, eso fue lo primero que me vino a la cabeza nada más verlo pasar fugazmente delante de mi entre dos o tres cabezas que se interponían entre medias, a un espadanchín o mosquetero tipo Dartañán, como ya he dicho. Me complació esta primera imagen hasta el punto de que traté de buscar acomodo más cerca de donde el embozado se había colocado, con la intención de escuchar sus primeras palabras. Esta puesta en escena habría una perspectiva muy alagüeña en los pasos que a continuación íbamos a emprender todas las familias y yo, de la mano y de la voz de su principal protagonista que acaba de hacer acto de presencia. Sus primeras palabras me hicieron tomar conciencia que que aquello era, además de una vista turística nocturna y familiar por el centro histórico de Rotherburg, una perfomance, una interpretación al aire libre de aquella noche calurosa con algo mas que una mera intención turística. ¿El arte es lo que dice que es el artista? ¿El arte es lo que hay dentro de los museos? ¿El arte es lo que a uno, a cualquier uno, le estimula la emoción cuando se encuentra en la calle? Primero ante un concierto de cuerda, luego ante una perfomance de Dartañán guiando a un puñado de turistas familiares por las calles intactas del siglo XVII del centro histórico de Rothenburg? El arte es también, me dije, el arte no previsto ni por el artista ni por los organizadores del museo, sino el que surge, digamos, “silvestremente” desde el alma del turista, como a los artistas parietales les surgió pintar las pinturas rupestres en el fondo de las cuevas donde hoy las admiramos. Cuando Dartañan acabó su periplo por las calles del centro histórico de Rothenburg sus últimas palabras sonaron, me atrevería a decir que en los oídos de la mayoría de los asistentes vástagos incluidos, como un vestigio del pasado que llegaban para abrazar nuestro presente con una intención de totalidad. Esta vez no lo pude evitar, contra mi costumbre, inicié con determinación y fuerza el momento de los aplausos, pues no quise que fuera una mera formalidad a esas  horas de la noche. Poco después, un reloj en lo alto dio las doce para toda la ciudad y para todas las familias, incluso para sus vástagos y para mí mismo.