LA DESEMBOCADURA
El encuentro de dos ríos es, a mi entender, un tiempo y un lugar fundacional de la naturaleza. En la conjunción de las aguas de ambos algo se acaba y algo se inicia asombrosamente reforzado. No siempre el encuentro tiene, digamos, el glamour que exige el dictado mediático. Pasa lo mismo que con las personas. El dictado del glamour mediático se apoya en una gramática de cuyos signos carecemos la mayoría de las personas y muchos de los fenómenos naturales. Desembocadura de las aguas de un río en otro hay tantas como afluentes y ríos. Pero solo algunas merecen la atención del dictado mediático turístico, con la intención de concentrar allí la mirada de los visitantes. Una de las que me ha causado más emoción ha sido la desembocadura del río Mosela en el Rin, en el centro de la ciudad alemana de Koblenza. Accedí al punto de encuentro en dos viajes diferentes, uno siguiendo el cauce del afluente y otro el del río principal. He de reconocer que la emoción fue diferente en cada caso. De pérdida al ver como las aguas del Mosela, a las que había acompañado durante todo el viaje desde su nacimiento en los vosgos franceses, se entregaban sumisamente en el cauce del Rin. De grandeza al comprobar cómo este último acogía a aquellas en su seno sin ningún tipo de aspaviento o sentimiento de extrañeza. Las aguas del Mosela son subsidiarias del Rin, me dije entonces, menos mal que la naturaleza se sigue manifestando así, dando ejemplo a los seres humanos que tanto nos cuesta hacer lo propio. No es que lo grande se como a lo pequeño, es que lo pequeño sabe desde su nacimiento que pertenece a algo más grande. Es por ello que me parece todo un acierto la manera como la industria turística alemana ha ordenado y narrado, en la ciudad de Koblenza, ese momento culminante y ejemplar de la naturaleza. La desembocadura del Altmühl en el Danubio en la ciudad de Kelheim es, digámoslo así, menos elegante, menos narrativa, para entendernos, más salvaje o humana. En primer lugar, las aguas del Altmühl que desembocan en el Danubio en Kelheim no son propiamente suyas. Como ya dije en la entrada anterior, la magna operación de ingeniería civil que, contra toda lógica natural y en contra del movimiento ecologista bávaro, llevó a cabo la construcción del canal Danubio-Meno-Rin, violó para siempre el natural encuentro que durante siglos llevaron a cabo las aguas del Altmühl con las del Danubio. Al visitante le cuesta, con la huella de los ingenieros ante su mirada, relacionarse, como lo hice en Koblenza, con ese principio de subsidiaridad que mencioné arriba, que antes que fuera el principio político fundamental de la construcción de la Unión Europea ha formado parte del comportamiento de la naturaleza sin alma desde siempre. Pero como todo el mundo intuye, los ingenieros (entendida esta expresión como el epítome de la mentalidad científico positivista dominante en las sociedades modernas) nunca han sido partícipes de aceptar aquel principio, pues para ellos la naturaleza solo está ahí para ser dominada y encauzada en beneficio propio, aunque en su código deontológico diga que todo sea dicho y hecho en benéfico del futuro de la humanidad. Lo cual, he de decir, no es del todo falso. Los diques del Danubio son una buen prueba de ello, como lo son los puentes. Volver a pasear y pedalear por encima de ellos, me reconcilió en parte con la historia del canal Danubio-Meno-Rin.