martes, 24 de septiembre de 2019

CRÓNICA DEL ALTMÜHL 11

LOS BURGOS Y EL CANAL
La palabra burgo (burg en alemán) viene a nombrar a lo que queda en pie, restauración mediante, de los primeros asentamientos que, más o menos, por la época de Carlomagno se construyeron a lo largo, y en la parte alta, del cauce del río Altmühl. Estos núcleos de población original dieron lugar, con el paso del tiempo, a pueblos o ciudades como Treulingen,  Pappenheim o Eichstat que hoy se encuentran situadas todas ellas a orillas del río. El otro aspecto que quiero destacar de esta tramo del río Altmühl es que es aquí donde, digámoslo así, el cauce del rio se endereza, o lo han enderezado, para incorporarse a la gran obra hidráulica que es el canal Danubio-Meno-Rin, todo lo cual provocó en su momento una gran algaravía ecologista para queblas autoridades del momento dejaran a la naturaleza en paz. Con anterioridad a este estiramiento el río era conocido por los grades meandros que había cavado en la naturaleza con el paso de los años, así como por ser la autopista fluvial de conducción de los productos que surgían de las diferentes explotaciones mineras que existieron a los largo del rio, siendo las principales  estaciones de este trasiego fluvial los burgos antes mencionados. Las temperaturas había bajado un poco, lo suficiente como para hacer más llevadero el pedaleo de la etapa del día que circulaba por estos pagos. Nada hace pensar al ciclista, sino se informa previamente y toma algunas decisiones sobre la marcha, que las cosas hubieran podido ser de otra manera antes del día que pasé por allí. Lo cual me lleva a pensar sobre que significa hoy lo que pueda quedar de lo que primero estuvo. Es evidente que sobre los meandros antiguos del Altmühl el ciclista no tiene oportunidad de apreciar lo que fueron, pues la ruta ciclista está diseñada ya sobre el enderezamiento del río. Lo único que me hizo saber del cambio que en esta zona se produjo fue el cartel anunciador, que me decía que a partir de ese momento pedaleaba al lado del canal Danubio-Meno-Rin. Ciertamente, de esto me di cuenta más tarde, el caudal del agua había aumentado considerablemente. Del caudal estrecho, como de un riachuelo de montaña, que mantuvo el Altmühl, sin variar a penas, desde los primeros kilómetros de su nacimiento en Ansbach, había pasado por obra de su fusión, digámoslo así en plan gastronómico, a convertirse en el gran canal interfluvial que tenia en sus orillas, a su paso, las poblaciones mencionadas al principio, manteniendo esta estampa hasta su desembocadura en el Danubio. Otra cosa fue mi relación con el pasado a través de los antiguos burgos medievales. El estar ubicados a veinte o treinta minutos cuesta arriba, y andando, de la orilla del canal, a cuya vera pasan los coches y los ciclistas, hace que su visita no sea algo inevitable, como lo es, pongamos, la visita al centro medieval de la mayoría de las ciudades, que se encuentra al mismo nivel que sus diferentes ampliaciones. La visita a los burgos que festonean el cauce del rio Altmühl, transformado en estas latitudes en canal, y que son el testimonio del mayor momento de esplendor de la zona hace trescientos o cuatrocientos años, es una visita forzada. Tuve que proponérmelo después de considerar el esfuerzo añadido, al del pedaleo, para subir y bajar a cada uno de los burgos, a lo que además tuve también que imaginar la solución logística de dejar la bicicleta guardada a buen recaudo, para no tener sorpresas indeseables. Los amables guardianes en cada caso fueron los dueños de los restaurantes que había en la carretera, justo al lado de la subida a los burgos. La restauración de estos antiguos lugares es impecable. No puedo dejar de reconocer que me resultó muy confortable pasear por las calles, visitar las antiguas dependencias y demás espacios y rincones propios de estas fortalezas medievales. Ahora bien, igualmente no puedo dejar de preguntarme, ¿quedan espacios que no pertenezca a la historia ni a las historias? ¿El sentimiento de abandono, en que estos lugares podían actualmente encontrarse, de no mediar una determinación cultural de restauración, sería lo propicio para responder a la anterior pregunta? ¿Por donde el viajero caminaría, y a donde llegara y pernoctara, quedaría afectado o bajo influencia de ese abandono de la historia y las historias? ¿La ruinas o los residuos de la historia son históricas o se incorporan al nuevo abrazo de la vida y la naturaleza? Aquellos burgos, a pesar de su esmerada reconstrucción, ¿son vestigios del pasado en las obviedades del presente del turista y en sus sueños de un futuro utópico (entendido como redentor de todas las injusticias cometidas después de la caída, antes de la cual toda iba bien), que remiten a la totalidad del mundo? ¿Es por lo cual que hay que volver al origen? Creo que ya lo he dicho, pero no me molesta repetirlo de nuevo, la pregunta volvió a la carga cuando después de bajar del último burgo, el de Eichstat, me dispuse a acabar mi jornada de pedaleo, ¿en que espacio de tiempo transcurren las afinidades electivas y las correspondencias?