MUNICH: Los Wittelsbach
La Casa de Wittelsbach es una casa real europea y una dinastía alemana originaria de Baviera, cuyas funciones fueron efectivas entre 1180 y 1918 pasando a partir de esta última fecha, junto con otras casas y dinastías, a constituir parte del exotismo, digámoslo así, de la Europea democrática actual. Los miembros de la familia Wittelsbach ocuparon todos los oficios propios de la aristocracia europea predemocrática durante ese largo periodo de tiempo, a saber, duques, condes, electores, reyes, príncipes, condes palatinos, margraves, arzobispos, emperadores. La cabeza de la familia, desde 1996, es Francisco , duque de Baviera. Si mal no recuerdo creo que fue Celes, el guía que nos acompañó en la visita que hicimos al centro histórico de Múnich (como ya he dicho en anteriores entradas), quien mencionó las peculiaridades de esta familia como parte determinante del carácter de Baviera, hoy Estado libre federado en la República Alemana. No solo, dijo Celes en un momento de su alocución, por el testimonio de sus propiedades de antaño que vertebran la oferta turística de la ciudad (la Residencia real, el embellecimiento de la zona del Propileo, el Castillo de las ninfas, entre las más importantes), sino por el significado que tienen este tipo de altas magistraturas en la Unión Europea actual. Como ya sabemos las casa reales y las dinastías representan en unos casos la más alta magistratura del estado correspondiente (me refiero, claro está, a los estados europeos cuya forma es la monarquía constitucional) y en otros (aquellos cuya forma de estado es la república) únicamente la legislación les permite utilizar el nombre de la casa real o de la dinastía como apellido de las personas que ellas pertenecen, tal es caso de Alemania. Alguien del grupo que acompañaba a Celes en la visita alzó la mano y dijo, aprovechando el requerimiento habitual del guía respecto si había alguna cuestión, que a su entender la casa de los Wittelsbach debía su particular huella entre los bávaros de hoy a la manera tardía en que Alemania se incorporó a la vida pública o política, en contraposición con Francia, donde los vestigios de estas instituciones predemocráticas están muy ocultas tras el protagonismo absoluto del republicanismo revolucionario. Cabe pensar, le contestó Celes en total sintonía con lo que había dicho el señor turista opinante, que si la victoria de la Primera Guerra Mundial hubiera sido para la Alemania Guillermina, el protagonismo de los Wittelsbach hubiera tenido un peso muy destacado en la organización política tanto de Alemania como del continente europeo. Muchos historiadores piensan, continuó Celes, que la Primera Guerra Mundial no se tenía que haber producido, pues las estructuras que mantenían en pie a las casas reales y a las dinastías desde hacía tantos siglos, albergaban en su seno las potencias del cambio reformador necesario. Fueron las prisas que acompañan al progreso tecnológico lo que forzó, mediante un cambio de índole fisiológico, los instintos de quienes consideraban a aquellas estructuras algo que definitivamente pertenecía al pasado y que, por tanto, había que destruir. Efectivamente los Wittelsbach no gobiernan sobre el estado libre de Baviera, dijo Celes, pero su impronta sigue reinando sobre el carácter y la forma que tienen los bávaros de presentarse al mundo. El caso fue que a medida que la exaltación del aristocratismo de los Wittelsbach (del que no quiero olvidar la figura de mi querida Sissi) iba cogiendo cuerpo y presencia en el trabajo de Celes, aquella mañana muniquesa pasada por agua, me di cuenta que ello solo era hoy posible que surgiera desde dentro de la banalidad que inevitablemente acompaña al turismo democrático y de masas. Y tome conciencia, de una forma como nunca antes lo había hecho, que de eso estaba hecha la atmósfera de la que se respiraba, y que además no era posible imaginarlo ni respirarlo de otra manera. Es decir, un guía recordándonos no tanto el pasado histórico como su aspecto inalcanzable para los mortales de hoy en día. Aquel aristocratismo, al que todo turista bien nacido le gustaría volver en esos días de vacaciones, convive en el resto de los días de su presente con la inevitable banalidad que la democracia de masas lleva adherida como una lapa a su piedra. No se si el malestar reinante, pensé, tiene mucho que ver con estos aspectos inconfesables de los turistas, que en avalanchas sucesivas inundan las ciudades buscando la manera de ser un miembro de la familia de los Wittelsbach, pongamos por caso. No en balde, la sociedad norteamericana, epítome de la cultura occidental, sueña con comprar un título nobiliario cada vez que un presidente apropiado lo pone de moda en La Casa Blanca, John Kennedy y su Camelot, sin ir más lejos.