martes, 17 de septiembre de 2019

CRÓNICA DEL ALTMÜHL 7

COLMBERG
Dentro de la taberna nos recibió una posadera joven, que en el momento de nuestra entrada se encontraba atendiendo una cuadrilla de alegres cerveceros. Le preguntamos que tiene para comer y nos contestó amablemente que el plato del día. Me vino a la cabeza que así eran las antiguas tabernas y así deberíamos desacelerar nosotros los hábitos de supermercado que dominan los movimientos más nimios y rutinarios de nuestra existencia. Dentro de la taberna notamos con agrado que la temperatura era más fresca que en la calle, donde el calor era sofocante después de la subida del dieciséis por ciento que acababámos de superar. El plato del día, dijo la posadera, es una especialidad de la casa que se llama knöchle. Mi compañero ocasional miró el diccionario y me dijo al oído que la traducción de la palabra alemana era huesecillo. Pero no era hueso, parecía carne con gelatina, se hace con la parte del tobillo, nos dijo la posadera. Al salir de la taberna nos volvió a recibir el fuerte calor del mediodía. Nos despedimos diciéndonos cual era nuestro inmediato destino. Mi ocasional  compañero de subida y taberna se dirigía hacia donde se encontraba su hijo, más al norte de donde nos encontrábamos. Su hijo, al parecer estaba al frente de un campamento de verano y disponía de unos día libres para estar con su padre. Por mi parte, yo le dije que mi destino estaba escrito por el cauce del Río Altmühl hasta su desembocadura en el Danubio, en la ciudad de Kelheim. Luego siguiendo el cauce del río mestizo, tal y como califica Claudio Magris en su libro homónimo, quería llegar hasta Ratisbona, donde pondría fin a mi viaje en bicicleta. Nos deseamos mutuamente suerte y retomamos el ritmo del pedaleo, ahora circulando por una orografía más aceptable, casi plana. Cuando llegué a Colmberg eran poco más de las cinco de la tarde. El hotel que había reservado para dormir esa noche estaba en la parte alta de la ciudad, por lo que tuve una subida no prevista al final de la jornada. He de reconocer que este tipo de aperitivos orográficos no me sientan nada bien. El día había sido muy caluroso, lo cual añadía un desgaste añadido al propio del pedaleo. Como compensación a esta última subida el hotel era una antigua granja rehabilitada, que me facilitó el acceso de nostalgia campesina que sin saber muy bien por qué, yo nunca he trabajado en este gremio, siempre llevo escondido entre los pliegues de la memoria inducida. Así que, al fin y al cabo, todo bien. Una vez que ocupé mis aposentos me di una vuelta por las inmediaciones del castillo, que descubrí con sorpresa era un hotel de lujo. Digo sorpresa porque desde lejos, cuando me fui acercando al pueblo su apariencia era la de ser un castillo medieval. Nada desde esa distancia me hizo suponer, si no se ha leído nada al respecto como era mi caso, que fuera lo que descubrí que era.