jueves, 5 de septiembre de 2019

CRÓNICA DEL ALTMÜHL 1

LAS BICICLETAS
Aunque parezca una verdad de perogrullo el recorrido en bicicleta siguiendo el cauce del río Altmühl no comenzó, como pudieran suponer los profanos (aquellos que nunca han tendido esta experiencia, aunque lo puedan estar deseando), con la primera pedalada que inicia la primera etapa de aquel recorrido, según estipula la guía que a tal respecto me acmpañaba. Antes tuve que ponerme delante de la bicicleta que me había tocado en suerte, si, como es mi caso, he decido usar los servicios de alquiler de bicicletas en lugar de usar la mía propia. Este año el trámite del alquiler de la bicicleta lo hice en la central de alquiler de bicicletas de Munich, que fue donde pasé los días previos al recorrido ciclista como ya he comentado. Valga decir que estos establecimientos de alquiler son comunes en las grandes ciudades alemanas, que al ciclista que iba a deber ser durante los próximos diez o quince días le ofrecen todas garantías de que vaya a tener una fiel compañera. Quiero resaltar esta relación de fidelidad entre lo humano y la máquina, que me parece la más cabal en la larga historia de relación entre la tecnología y nuestra alma, muy humana, demasiado humana. Lo que siempre fija mi preocupación, cuando voy a recoger la bicicleta que meses antes he alquilado desde mi lugar de procedencia, es como será ella en su imagen de presentación a primera vista, como serán el sistema de cambios de velocidades y el sistema de frenado, en que tipo de sillín me tocará ir sentado durante casi la mitad del tiempo de los próximos diez o quince días, en fin, si se adaptarán mis alforjas al sistema de sujeción de las mismas en la bicicleta. Pero así como estas preocupaciones he logrado rebajarlas con la experiencia de los años, llegando a acuñar un dicho extendible a lo demás que viene a decir, si hay tecnología alemana el continente europeo respira, la preocupación por los pinchazos en ruta no deja de torturarme nunca, aunque la fase de más intensidad la padezco justo en los prolegómenos que estoy contando. Aunque en esto de los pinchazos la tecnología alemana ha dado una respuesta comvnecente, que hace que las ruedas sean prácticamente impinchables, digámoslo así, si sólo media el azar, aunque ya advierten los fabricantes que no se responsabilizan de las acciones conscientes vinculadas, sobre todo, a la mala fe de los usuarios. Un pinchazo en ruta es, para entendernos, a parte de las consabidas molestias, una quiebra temporal en la relación de fidelidad entre el ciclista y la bicicleta que he mencionado antes. Cuando se ha producido en otros itinerarios, no solo me ha fallado la máquina, sino que el sentimiento completo es que yo también le he fallado a ella. Hay que tener en cuenta que estos pequeños cataclismos no suceden en la mesa del despacho de mi casa, cuando, por ejemplo, se ha averiado el ordenador, o en la cocina cuando se roto el frigorífico, ni siquiera es comparable a cuando se ha roto el motor del coche. Un pinchazo o cualquier avería de la bicicleta deja al ciclista a la intemperie, más aún de lo que ya está cuando voy dando pedales de forma armónica. Un pinchazo cuando voy haciendo una ruta ciclista del tipo de la que iba a emprender, una vez que recogiera las bicis que había alquilado en Múnich es, aunque no en su forma aparente o visible, un cataclismo interior similar a la pérdida del hogar debido a una tempestad o un huracán imprevistos. La bici es ese hogar donde vivo un tercio del día y las ruedas, perfectamente infladas dando vueltas, son como las columnas que lo sujetan conmigo encima. La ruptura de este pequeño y hermoso, pero inestable, equilibrio me remite a las catástrofes naturales más destructoras. Es por ello en mi insistencia, a pesar de las garantías cada más exactas de la tecnología alemana en la industria ciclista, de pedir en el momento de recoger las bicicletas los clásicos parches y desmontables de cámaras, por si acaso. Como no podía ser de otra manera, mis preocupación a parte, la recogida de las bicicletas en Múnich estuvo a la altura del lema que he acuñado. Cuando llegué a la hora acordada, una bici en perfecto estado de revista me esperaba lista para ser mi compañera y yo su acompañante, o al revés, durante los próximos diez o quince días. Y como siempre, pues no acabo nunca de acostumbrarme, me sobrecogió la enorme cantidad de bicis que había en la central muniquesa perfectamente colocadas a la espera de próximos alquileres o de las reparaciones que necesitan después de haber sido utilizadas. Es una imagen inexistente en España, que no deja de sorprenderme y complacerme por mucho que cada año la vea de nuevo. Antes de abandonar el recinto, com no, le pregunté a uno de los  dependientes si las ruedas eran impinchables, me miró con desconfianza y de inmediato me puso amablemente sobre la mesa del mostrador una caja de parches y unos desmontables de cámaras. El mensaje me pareció claro, dentro de la filosofía de la tecnología alemana, alguien podía romper el pacto de fidelidad, que también había firmado de forma tácita e invisible en el contrato de alquiler de la bicicleta. Ese alguien no podía ser otro, pensé, que yo mismo, el único portador de la dosis necesaria de desconfianza para que aquella ruptura de produjese. Oído el dato. No se si todos estos prolegómenos, con su gran dosis de indeterminación acosando desde dentro de mi hacia afuera, me ayudan a entender un viaje de estas características, tal y como iba a emprenderlo en los próximos días. Sin embargo, lo que que no me cabe ninguna duda, después de estar haciéndolos hace ya casi cuarenta años, es que forman parte inseparable los unos de los otros.