viernes, 30 de agosto de 2019

CRÓNICAS BÁVARAS 9

MUNICH: Las cervecerías 
Puedo decir, después de esta tercera vista a la capital bávara, que son mis lugares preferidos de Múnich. Hoy como ayer están permanentemente abarrotadas de público. Pienso al contemplar esa ingente masa exaltada, ¿cómo se mide la incomprensión aparente que caracteriza al turista del ocio? ¿Qué clase de sombras merodean en su ociosidad cristalina de hoy, si las comparo con las de la laboriosidad del trabajador de ayer? La palabra que une a las dos épocas es la de agitación. Las cervecerías muniquesas son lugares donde personas y cosas están permanentemente agitadas por el trajín a que las somete el ir y venir del líquido apreciado. La gran dimensión de estos locales favorece que el ruido habitual de un bar, una taberna, un pub, etc., se transforme en agitación y de ahí a la algaravía popular solo falta un flautista de Hamelin que llegue a tocar las teclas oportunas. Es así que puede decirse que si el comienzo del siglo XX tuvo lugar en la esquina del puente Latino de Sarajevo, el 28 de junio de 1914, los primeros balbuceos de su final (no en balde los historiadores lo califican como el siglo más corto) el 9 de noviembre de 1923 en la cervecería Bürgerbräukeller de Múnich, en la que Adolf Hitler inició el golpe de estado contra la legalidad republicana de Weimar.  La Bürgerbräukeller es una cervecería fundada en 1885, con capacidad para unas 1830 personas. ¿Le cabía alguna duda al muniqués de entonces sobre que respuesta dar a la pregunta de en que espacio de tiempo transcurrían sus afinidades electivas y sus correspondencias? Sin embargo, medito sentado en un rincón de esa misma cervecería llena hasta los topes, como no podía ser de otra manera, si fue semejante agitación la que impidió, aquella lejana tarde de noviembre, sentir a toda esa muchedumbre de bebedores de cerveza el lento girar del mundo hacia el abismo y la obscuridad, que inició la irrupción violenta y sin previo aviso de Hitler y sus compinches. La ingesta individual de cerveza rodeado de tantas personas haciendo lo mismo, produce una rara mutación en la percepción provisional del destino del mundo. Me atrevería a decir que allí dentro, rodeados por ese fragor y esos vapores que se imponen sin piedad, los turistas de hoy parecen formar una verdadera clase social con una conciencia más clara que nunca de lo que debe ser su misión para que el mundo alcance de una vez por todas la felicidad. Dicho de otra manera, es difícilmente imaginable que cualquier heredero del populismo hitleriano, que hoy busca un hueco para hacer oír su voz (no únicamente en Alemania), pueda irrumpir con su tropa en una cervecería y pedir, u ordenar, que le hagan caso. Y es que hoy el sentido de la agitación en las cervecerías muniquesas ha girado al compás del mundo en el que les ha tocado existir. Con ello no quiero decir que la agitación cervecera de hoy en día en la capital bávara no sea epítome o significado de algo que, como los trabajadores de 1923, no podamos saber lo que es y lo que alumbra y proyecta hacia el futuro inmediato. Valga como ejemplo la recomendación explícita, casi como una súplica, que nos hizo Celes, el guía de Múnich que ya he mencionado en anteriores entradas, de que no entráramos en la cervecería Hofbräuhaus, siendo la más afamada tal y como aseguran los promotores culturales de la ciudad. La súplica de Celes tiene que ver, y aquí radica la paradoja del presente, con la mala educación y falta de respeto que los camareros tienen hacia los clientes que ellos observan no son portadores de sustanciosas propinas por el servicio prestado. Todo trabajador tiene un salario y un puñado de palabras para llegar a fin de mes, al parecer los camareros de la Hofbräuhaus no consiguen acabar el calendario mensual por ninguno de estos dos caminos. Como puede observarse, el huevo de la serpiente ha girado para buscar el mejor nido de incubación. Ya no está en el bocazas o en el fantoche que llega a la cervecería a ofrecer la luna al bebedor que está allí empinando su jarra de un litro, si es capaz de prestarle su nebulosa atención. Ahora son los camareros, personajes anónimos hasta ahora en la relato de las cervecerías muniquesas, quienes han tomado el relevo de los antiguos fantoches militarizados y deciden de antemano quien es merecedor, y quien no, de sus aristócratas servicios. Nótese cómo la agitación y la propina, dos entidades que pertenecen en exclusiva al acervo cultural del populismo exaltado, se han aliado en este nuevo giro del mundo hacia alguna parte que nadie, dado el tono festivo que impera en las cervecerías, se atreve a decir que se parezca al abismo y obscuridad en que concluyó, hoy ya todos los que estamos en la cervecería lo sabemos, la experiencia de los agitadores en este mismo lugar de los años veinte. La cuestión es saber, me preguntó cuando abandono la cervecería Bürgerbräukeller, si las sustancias de combustión que quemaron a raudales los agitadores de ayer son las mismas, tanto en cantidad como en su calidad, que las que disponen los agitadores de las cervecerías de hoy. Un cabo furriel de ayer, desnortado por los resultados de la Primera Guerra Mundial, en principio no presenta grandes diferencias con un camarero de hoy, desnortado igualmente por los estropicios que ha causado la crisis de 2008. Mientras los camareros se deciden, resaltar lo que nos dijo Celes respecto a las cervezas de Múnich. Todas son excelentes pero pidió nuestra especial atención para la Agustiner, orgullo de los muniqueses por ser la más antigua, 1328, y la que se sigue fabricando con capital exclusivamente bávaro.