LANDSBERG AM LECH
La ciudad de Landsberg am Lech es el lugar de nacimiento del anfitrión cervecero que he mencionado en anteriores entradas.
Wikipedia dice que es una pequeña ciudad de Baviera, al sur de Alemania situada en la Ruta romántica (Romantische Straße) a orillas del río Lech, con una población de 26.000 habitantes según datos de 2003. La comunidad se dedica a la producción de papel y productos textiles. En las fechas que yo fui estaban en fiestas de verano que es lo mismo que decir que la cerveza no dejó de fluir sin parar de una terraza a otra, que es algo así como la corriente de la historia a la que no te puedes enfrentar sino sencillamente dejarte llevar. Pasa lo mismo que con familiares y amigos de la vida social vigente, donde se aloja la verdad de la historia que nos arrastra. No puedo decir que sea absolutamente triste e insoportable. Hay tipos ahí que son así junto a otros que no son justo lo contrario pero nos son lo mismo, y no siempre puedes elegir, tienes que ir con los unos y con los otros. Ya digo, la historia nos arrastra. Con la cerveza en modo de fiesta popular (como se dice ahora digitalmente hablando) pasa lo mismo, pero el sabor de la experiencia no tiene nada que ver. Incluso el triste e insoportable, ya sea familiar o amigo por decir algo, no puede impedir el empuje del líquido amarillo con sus diferentes turbiedades y obscuridades. De repente, la luz se apodera también de su tristeza y aburrimiento, aparta sus insufribles tinieblas y los chistes o las risotadas que muestra a continuación llegan a tener un poder de seducción inaudito. Todo debido al milagro de un par de jarras de cerveza, empinadas bajo la influencia del sonido de una orquestina bávara. Como dijo el poeta, y yo he repetido en más de alguna ocasión, la vida humana puede acabar siendo un infierno, sobre todo cuando nos empeñamos en hacerla dueña y señora de toda las otras formas de vida, por eso lo que hay que aprender es donde y cuando no hay infierno dentro de ese infierno. Es como la guerra, los que no la hemos vivido pensamos que en época de guerra todo es guerra, porque pensamos, también equivocadamente, que en la época de paz en que vivimos todo es paz. Un par de jarras de cerveza te indica por igual donde hay que guarecerse en época de guerra y donde en época de paz. Bien bebidas son un artefacto insustituible para dar otro tono a la alegría en épocas raras como la nuestra, donde la máxima abundancia produce una paulatina e inconsolable tristeza en sus propietarios. No en balde Landsberg es también el testimonio de esa capacidad que tienen los humanos de confundir la sangre con la hierba, o el infierno con el cielo. Dicen que Napoleon padecía de daltonismo. De Hitler no consta tal anomalía en su expediente médico, lo que si se sabe es que era un gran admirador del general francés bajito. Además pienso que el poder, el máximo poder, produce a la larga desviaciones incorregibles en la vista. El caso es que el Furher inició en Lansberg su irresistible ascensión a la cancillería alemana, justo en la cárcel fortaleza que todavía existe en la ciudad, donde lo encerraron para cumplir la condena por el fallido golpe de estado que había protagonizado en primera persona en noviembre de 1923. Lo que pudo ser el final político y militar de un cabo furriel del antiguo ejército imperial derrotado en la Primera Guerra Mundial fue, paradójicamente, el principio de su imparable fuga hacia el infierno, no solo de él y sus compinches sino de toda la civilización occidental tal y como se conocía hasta esos momentos. En los cinco o seis mese que pasó en la cárcel de Landsberg Hitler escribió la guía espiritual y material de ese fatal destino, Mi lucha. Todo lo demás es de sobra conocido por todos, o al menos es imposible no haberse dado por enterado sin tener que desviar la atención al móvil, la forma digital de mirar para otro lado cuando lo que tienes delante no te interesa entenderlo. Al lado de la Torre de Baviera, salida norte de la ciudad (lugar donde Heinrich Hoffman, el que con el tiempo sería el fotógrafo oficial del Furher, fotografíó con buen olfato propagandístico y de forma apresurada a Adolf Hitler, el día que salió de la prisión de Landsberg) a lado de ese lugar simbólico, decía, el día de mi visita había un concierto fiesta, organizado dentro de las fiesta mayor de la ciudad por la comunidad sueca que allí reside. Los suecos en Landsberg evocan otro de los momentos históricos en el que la población y sus dirigentes confundieron la hierba con sangre. O al revés. Me refiero a ese episodio de daltonismo general europeo que, como las dos guerras mundiales y las guerras nopoleonicas, fue la guerra de los treinta años (1618-1648). Los suecos, hoy modelo de civilidad y sensatez occidental, fueron entonces ejemplo de todo lo que pueden dar de sí los estrabismos y desviaciones de la vista y, por ende, del corazón, del cerebro y del culo. La cena final del día fue pasada por pizzas italianas, que no distorsionaron un ápice la continuidad cervecera en la que estuve inmerso durante todo la jornada.