MUNICH: El Propileo
Fue la economía ahorrativa lo que me condujo a hospedarme en un hotel que estaba ubicado no muy lejos del Propileo de la ciudad de Munich, que es lo mismo que decir en la ruta que hacía en su tiempo el rey Maximiliano I de Baviera, constructor del Propileo, desde el palacio real hasta su residencia veraniega en el castillo de Nymphenburg (castillo de las ninfas). Los propileos son, en arquitectura, una entrada monumental con columnas a un edificio o recinto cerrado. En la Antigua Grecia, la palabra en singular própylon o propileo designaba un vestíbulo simple ubicado en el frente de la entrada a un santuario, palacio o ciudad. En plural, los propileos son entradas o pórticos monumentales de estructura mucho más compleja, como en Eleusis, Corintio, Epidauro o Atenas. Frecuentemente disponían de una pared o también llamada fachada con columnas. Maximiliano I de Baviera fue un rey, digamos, afrancesado, partidario de Napoleón y de los ideales de la Revolución Francesa. Fuera por ello que cuando decidió embellecer parte del camino que hay entre la residencia real (en el centro de la ciudad) y el castillo de las ninfas (entonces a las afueras) optara por el estilo neoclásico dominante en la época que le tocó reinar (1805-1825). Concibió la remodelación y embellecimiento del espacio como un gran patio de armas al que se accedía a través de un majestuoso Propileo, al que añadió una serie de edificios a ambos lados del camino que, además de la función ornamental, cumplían en su interior con una función divulgativa que aún hoy conservan. Según iba caminando, desde el hotel hasta el Propileo, me vino de repente el temor de caer en la banalización a la que de forma natural se entregan las oficinas de turismo, la de Munich no tenía porque ser una excepción, que fue donde me acopié de toda la información sobre el proyecto de rehabilitación y embelleciendo del monarca bávaro. El temor tenía que ver, lo supe después, con la cohabitación en ese espacio de los diferentes esplendores históricos anteriores cubiertos todos por el del esplendor de la actualidad, que siempre quiere imponerse a los otros bajo la legitimidad que le da el presente. ¿Cual de los primeros esplendores prevalece sobre el actual? ¿O más bien este último ha sabido desprenderse de sus predecesores mediante una apropiación extraña del indestructible dogmatismo de la naturaleza? Lo cierto es que nada de lo que pudo justificar en la imaginación de Maximiliano I aquella enorme entrada prevalecía hoy, pensé a medida que caminaba, ante la mirada del turista. Me di cuenta que tanto el Propileo, que se divisa bastante antes de llegar a sus inmediaciones, como sus edificios adyacentes, al igual que el castillo de las ninfas y la residencia real que aquel monarca ilustrado pone en contacto con esta iniciativa arquitectónica y urbanística, están perfectamente integrados en la trama urbana que da forma a la capital bávara. Sin embargo, una vez atravesando el Propileo bastante, por no decir toda, de la magna intención de Maximiliano I se hace presente, poco a poco, ante la mirada del turista desconcertado ante lo que va apareciendo y sucediendo en su deambular. No en balde los jerarcas del régimen nacional socialista de los años treinta del siglo pasado se apropiaron del espacio que se abre a partir del Propileo, para llevar a cabo la puesta en escena de su insaciable propaganda. En efecto, en una calle limítrofe y como continuación de la obra del antiguo rey bávaro los arquitectos nazis construyeron los edificios más emblemáticos de la ciudad, el edificio del Furher, donde tuvieron lugar los Acuerdos de Munich y la oficina de información del partido nacional socialista, que hoy albergan instalaciones culturales relacionadas con la música y el teatro. Si hubo alguien que supo aprovechar los vestigios del pasado más relumbrante en beneficio de una totalidad del mundo enteramente a su servicio fueron los jerarcas del régimen nacional socialista con el Furher a la cabeza. Solo así me explico que delante de los dos edificios antes mencionados, de clara utilidad política y administrativa, los arquitectos del régimen nacional socialista construyeran dos templos sagrados (hoy desaparecidos), de indudable proyección simbólica y propagandística hacia la población de la época, en honor de las víctimas del fallido golpe de estado de noviembre de 1923. Todo ello, como no, bajo la influencia del embellecimiento, que aún perdura, que Maximiliano I de Baviera proporcionó, mediante la construcción del Propileo y los edificios adyacentes, a ese gran espacio ínter palaciego, digámoslo así, de la ciudad muniquesa. Aunque todo parezca estar ya engullido por la lógica y exigencias del urbanismo actual, dentro del cual este tipo de islas del pasado sirven para delinear las rutas a que puede acceder el turista apresurado que visita la ciudad, nada de ello impidió que, mientras caminé por entre estos vestigios del pasado, me embargaran sentimientos inexplicables de por qué la belleza se tiene que fundir con el horror y, en demasiadas ocasiones, tener éxito y plena aceptación entre sus espectadores coetáneos, así como la total indiferencia por parte de quienes lo experimentan como una herencia que no han pedido ni por la que han luchado ni piensan hacerlo.