viernes, 25 de mayo de 2018

ÉCHALE PIENSO...

“Para que no piense, o como la banalidad se cuela en nuestras vidas. A base de no hablar de lo que nos importa y si somos competentes (no por que tengamos mucha información, sino porque tenemos suficiente experiencia) y no dejar de hablar de lo que no nos importa aunque seamos perfectamente incompetentes (por disponer de toda la información y ninguna experiencia del asunto).” El caso es que después de esta nota en su página de Twitter, a la que le siguió al día siguiente otra en la que se lamentaba de la desaparición de los fundamentos del capitalismo calvinista y burgués, que había leído en la facultad o alguien se lo había dicho que eran, a saber, el esfuerzo, el trabajo y el ahorro, y que aunque no los había conocido los echaba en falta, Cristina Arozamena ha decidido dejar su trabajo en el instituto al final de curso para dedicarse a pensar durante el próximo, aunque tampoco formara parte de su educación. La ausencia de sentido crítico que acompañó desde sus inicios a la fiesta cultural del postfranquismo - hasta cierto punto comprensible pues para eso era una fiesta - no ha dejado por ello, cuando aquella ha cerrado sus puertas por agotamiento, de crear un vacío que de inmediato ha sido ocupado por una oleada de ansiedad generalizada  que se vuelca de forma muy violenta en la búsqueda y captura de los culpables que han provocado que se haya bajado el telón dejando que las cosas hayan llegado hasta donde han llegado. Le recuerda - lo que también leyó en la facultad - a lo que tantas páginas y horas de cine y televisión ha ocupado desde su aparición, la caza de brujas en Estados Unidos del senador Mcarthy. Con la diferencia de que hoy las brujas pueden ser cualquiera, lo que ha ampliado de forma incontrolada la posibilidad de reproducción de la ansiedad que ahora se introduce en cualquier ámbito de nuestras vidas o en las vidas de los otros, tanto en asuntos graves como en los livianos pero siempre con la misma virulencia adobada con una indignación que pareció alergia de una primavera pero que ya se ha quedado entre nosotros como una pandemia. Todo el mundo se indigna, sino parece que no es nadie. Alexandre Kluge, escritor y cineasta alemán, divide la edad moderna en tres épocas. En primer lugar la de los ingenieros airados a la que siguió la de los organizadores precavidos, ahora estamos entrando de lleno en la época de los especialistas irresponsables. En el caso de la enseñanza semejante irresponsabilidad - dice Cristina Arozamena - tiene una repercusión directa en la vida diaria en el aula, donde ella se ha convertido en la bruja objeto prioritario de la caza de sus alumnos. El último reducto donde la autoridad del profesor aguantaba numantinamente las insensatas embestidas de los especialistas ha caído en desigual combate, pues la derrota del profesor en su feudo natural, el aula, ni siquiera es fotogénica. Todo se ha devaluado de tal manera que nos aproximamos al instituto cada mañana - continúa Cristina - con las huellas del fracaso en el rostro y, sobre todo, en los andares. Tal vez sea por ello que algunos de mis compañeros han dejado el coche en sus casas y llegan al instituto dando pedales. La diferencia que hay entre el ritual de aparcar el coche, después de dar unas cuentas vueltas por los alrededores del centro educativo, y el de dejar la bici en el parking que el ayuntamiento ha instalado en las puertas del instituto, define con acierto la perversa ambigüedad que preside la insensatez de los especialistas que imponen su ley una vez dentro. Siguiendo con esta misma ritualización de cómo se acercan al teatro de la representación educativa sus protagonistas, es digno de mención los coches deportivos de marca - Porche, Ferrari, MG - en que llegan algunos alumnos del instituto. Si son capaces de hacerlo tienen que hacerlo. Ni que decir tiene que no les importa en absoluto que todo el mundo sepa que es un préstamo de su padre o de algún familiar, o dicho de otra manera que su irresponsable apariencia es subvencionada. Es igual, pues los organizadores de todo buen evento - y las clases de cada día en el instituto las definen los especialistas en sus informes con esta nueva nomenclatura - le dan mucha importancia a los prolegómenos del mismo. “Una banalidad - acaba su nota de Twitter Cristina Arozamena - que se apoya en la pereza que se apodera ante la experiencia que tenemos con lo que nos pasa (lo verdaderamente nuestro) no en una falta de conocimientos como muchos arguyen para justificar tal desinterés.” No es de extrañar, por tanto, que el culpable del fracaso escolar ascendente no sea el alumno sino el profesor, Cristina Arozamena en este caso, que no atiende lo específico de su sensibilidad y su inteligencia. Una atención que si está bien enfocada - dice el director del instituto de Cristina, fanático defensor de los postulados de los especialistas irresponsables - genera en los alumnos la verdadera perspectiva de lo que les interesa. De lo cual se deduce que la función que se encomienda al profesor queda reducida a conseguir que eso sea posible. ¿En que te puedo ayudar?, sería la pregunta clave, y única, mediante la que el profesor se dirige a su alumno durante el tiempo que pasan juntos en el aula. Con esa hoja de instrucciones el aprobado general es inevitable y el fracaso escolar pasa a ser una cosa del pasado, que término a término coincide con la forma de ver el mundo que tenían los ingenieros airados y los organizadores precavidos, por este orden. Cristina Arozamena no se va del instituto por se sienta alineada con ese pasado. De hecho ella siempre dice, medio en broma medio en serio, que no tiene un pasado que echarse al coleto. Se va porque la pregunta ¿en que te puedo ayudar?, no entra a discutir que puede abrir a los alumnos las perspectivas más convenientes para los intereses que son más necesarios en el proceso de su aprendizaje, sino porque al mismo tiempo se ha dado cuenta que esa pregunta anula sus propias perspectivas, situándola  en el aula en un punto ciego desde el que no podrá repetirle a sus alumnos la misma pregunta hasta el final de curso. Sencillamente porque ahí será imposible que la vean, pues para ellos se habrá convertido en un fantasma o un zombi.