lunes, 14 de mayo de 2018

PROMETEO CANSADO

Liberar la energía nuclear y la de los que no tenían voz, ¿ha sido acertado? Visto lo visto y oído lo oído, ¿qué nos queda? Cuesta creer, como decía Hanna Arendt en la entrevista que le hicieron en 1964, que lo que nos queda es el lenguaje. Más bien lo que nos queda después de todas esas grandes  liberaciones de energía es ser espectadores,  convecidamente pasivos, de las calamidades ajenas que ocurran a una distancia suficiente para que no nos salpiquen y de la inteligencia creativa, también ajena, para que nos seduzca sin otro compromiso por nuestra parte. Si te fijas, esta es la experiencia moderna por antonomasia. La experiencia de la pasividad y su cansancio acumulado. Así lo intuyó Kafka en su relato, Prometeo, “Hay cuatro leyendas referidas a Prometeo. Según la primera, fue encadenado al Cáucaso por haber revelado a los hombres los secretos divinos, y los dioses mandaron águilas para devorar su hígado, que se renovaba eternamente. Según la segunda, Prometeo, espoleado por el dolor de los picos desgarradores, se fue hundiendo en la roca hasta hacerse uno con ella. Según la tercera, la traición fue olvidada en el curso de los siglos. Los dioses la olvidaron, las águilas la olvidaron, él mismo la olvidó. Según la cuarta, se cansaron de esa historia insensata. Se cansaron los dioses, se cansaron las águilas, la herida se cerró de cansancio. Quedó el inexplicable peñasco. La leyenda quiere explicar lo que no tiene explicación. Como nacida de una verdad, tiene que volver a lo inexplicable”. Es de sobra conocido que lo que acabaría siendo la monumental cartografía cultural y educativa de los orígenes de vida burguesa moderna, la Comedia Humana de Balzac (a partir de la cual seguimos nosotros imaginando, inútilmente, la nuestra en la actualidad), está inspirada en la lectura atenta por parte del autor francés de la obra Zoología de Buffon. Que, para entendernos, fue el antecedente inmediato o inspirador, en clave literaria, de los documentales actuales de La 2. Cien años después, aquellos fundamentos originarios de la vida burguesa inspirados en la vida de los animales, parecían tambalearse ante la irresistible dominio del nazismo en el continente europeo, una forma de animalidad humana nunca antes conocida por los zoólogos y que, como es fácil suponer, no estaba catalogada dentro de la obra magna de Buffon. Werner Jaeger escribía entonces lo siguiente - tratando de explicar lo inexplicable de un momento en el que, paradójicamente, lo humano, mejor dicho lo humano ario occidental sobre el resto de la humanidad del planeta, era visto como la plena y definitiva realización de su espíritu, que lo tenía aupado en el escalafón más alto de la Historia. Dice así Jaeger, “La vida posee plenitud de sentido, pero sus experiencias carecen de valor universal. Se hallan demasiado interferidas por sucesos accidentales para que su impresión pueda alcanzar siempre el mayor grado de profundidad. La filosofía y la reflexión alcanzan la universalidad y penetran en la esencia de las cosas. Pero actúan tan sólo en aquellos para los cuales sus pensamientos llegan a adquirir la intensidad de lo vivido personalmente. De ahí que la poesía aventaje a toda enseñanza intelectual y a toda verdad racional, pero también a las meras experiencias accidentales de la vida individual. Es más filosófica que la vida real, si nos es permitido ampliar el sentido de una conocida frase de Aristóteles. Pero, es, al mismo tiempo, por su concentrada realidad espiritual, más vital que el conocimiento filosófico”. En esas estamos. Prometeo y su herida se cansaron (los dioses lo hicieron mucho antes), y su inexplicable peñasco se confundió entre las toneladas de escombros en que acabó todo. Hoy, en los inicios de la era digital y del cambio climático, ya nada apetece demasiado ni nada resulta esencialmente desdeñable. La energía que libera la fusión atómica se ha convertido en la imagen renovada del diablo (terror nuclear) y la de los que nunca tuvieron voz da forma a los diferentes huecos (o eventos) donde aquel se aloja, ya que, a diferencia de Prometeo y de los antiguos dioses, al nuevo diablo le gusta la compañía de los humanos. Tan es así que, dos meses después de que asistieras al congreso anual de la asesoría educativa laboral donde trabajas, convocaron en el mismo lugar, un hotel rural a la entrada de la serranía de Ronda, un concierto de piano a cargo de un profesor de música del instituto de secundaria de Antequera, a cuya organización se adhería la concejalía de Cultura del municipio andaluz. Dichas las palabras y los parabienes oficiales, mediante las cuales el alcalde de la ciudad insistió en la importancia de la música para la educación integral de los alumnos,  el concierto comenzó con música de Bach, primer compositor de un repertorio cuyo contenido llegaba hasta el romanticismo. Yo me senté en la parte de atrás de la sala para tener, así lo encendí, un campo de audición mas idóneo. Cuando el repertorio llegó al clasicismo, Mozart como no, delante de mi tres señoras manejaban el móvil intercambiándose las capturas fotográficas de última hora en el propio concierto, y a mi derecha una niña de cuatro años hacía pasos de ballet, es de suponer, provenientes de su recién iniciada actividad extra escolar. Escorados a mi izquierda dos adolescentes daban pábulo a sus hormonas. Antes de que Beethoven iniciara la etapa romántica del concierto en el piano del profesor del instituto de Antequera, la plenitud de la vida se impuso con todo su repertorio de acciones indiscriminadas y entrecruzadas, casi inapreciables unas más notorias otras apuntando cada una a donde le petaba, pero todas bajo la vigilancia y en sintonía, respectivamente, con aquellas energías liberadas que he mencionado al principio. No hubo, por decirlo así, un golpe puro de vida, ese que es portador de sentido y  conocimiento, como era de esperar habiendo entre los oyentes muchos de los alumnos del pianista. Y que no aparece porque esos alumnos lleguen al final de curso o sean muy aplicados e hinquen mucho los codos, sino que llega cuando se presenta su inevitable estación, y esa tarde lo podía haber sido, habiendo podido llevarnos a todos hacia dentro de lo que el profe de música estaba creando sobre las teclas del piano.